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La resurrección de Moseñor Romero en el pueblo salvadoreño

El 34 aniversario del asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero (1917-1980) confirmó hoy una vez más su creciente vigencia en las luchas sociales de los salvadoreños y sus esperanzas de una sociedad más justa.El propio obispo mártir, mirando al futuro, vaticinó ante las frecuentes amenazas de muerte en su contra: «Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño».El tiempo le ha dado la razón.Su retrato, junto a muchas de sus ideas dispersas en centenares de homilías, se encuentran por muchas partes del país, desde una humilde vivienda de una comunidad cristiana de base hasta grandes murales de universidades, el aeropuerto y la Casa Presidencial.Es considerado el guía espiritual de la nación por el presidente Mauricio Funes, durante cuyo mandato monseñor Romero ha recibido los primeros homenajes oficiales.El religioso fue asesinado de un disparo al corazón el 24 de marzo de 1980 mientras oficiaba misa en la capilla del hospital para cancerosos Divina Providencia, de la colonia Miramontes de la capital.Una Comisión de la Verdad creada por Naciones Unidas después de los Acuerdos de Paz de 1992, determinó en 1993 que monseñor Romero fue víctima de los escuadrones de la muerte dirigidos por el mayor Roberto D´Aubuisson, fundador del partido Alianza Republicana Nacionalista (Arena).Aunque es difícil encontrar textos que concentren sus ideas, e incluso fue considerado conservador por algunos antes de ser nombrado arzobispo de San Salvador el 3 de febrero de 1977, en escritos de varios de sus biógrafos, se encuentran razones de los represores para el crimen.Un día antes de su asesinato dirigió una vigorosa apelación a la dictadura militar de la época para que pusiera fin a la represión.»La Iglesia -expresó-, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación.»Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre.»En nombre de Dios y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: Cese la represión». El 17 de febrero de 1980, 35 días antes de ser asesinado, escribió al entonces presidente de Estados Unidos, James Carter, quien se proclamaba como defensor de los derechos humanos, una exhortación a cesar los entrenamientos y ayuda a las fuerzas militares y policiales salvadoreñas.»La contribución de su Gobierno en lugar de favorecer una mayor justicia y paz en El Salvador agudizará sin duda la injusticia y la represión en contra del pueblo organizado que muchas veces ha estado luchando porque se respeten sus derechos humanos más fundamentales.»Por tanto, dado que como salvadoreño y Arzobispo de la Archidiócesis de San Salvador, tengo la obligación de velar porque reine la fe y la justicia en mi país, le pido que si en verdad quiere defender los derechos humanos,»- Prohíba se dé esta ayuda militar al Gobierno salvadoreño.»- Garantice que su gobierno no intervenga directa o indirectamente con presiones militares, económicas, diplomáticas, etc., en determinar el destino del pueblo salvadoreño.»Sería injusto y deplorable que por la intromisión de potencias extranjeras se frustrara al pueblo salvadoreño, se le reprimiera e impidiera decidir con autonomía sobre la trayectoria económica y política que debe seguir nuestra Patria».Sus palabras también están grabadas de múltiples formas en muchas partes del país.»Es necesario acompañar al pueblo que lucha por su liberación», se lee en uno de los murales de una pared de la Universidad de El Salvador.

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