“La real para ti no es esa España obscena y deprimente / en la que regentea hoy la canalla, / sino esta España viva y siempre noble / que Galdós en sus libros ha creado. / De aquélla nos consuela y cura ésta”. (“Díptico español”. Luis Cernuda).
Desde el exilio, atravesado de un dolor y un amor por España pocas veces comprendido, Cernuda, frente a la apropiación indebida del país por parte de un poder tan castrador como muerto, se mira y reconoce en la España viva de Galdos.
Con un pie en el año del centenario de su muerte, es hora de reencontrar a un Galdós avanzado en el tránsito del XIX al XX, cuando vivió y escribió, dos actos en él inseparables, pero que sobre todo sigue siendo moderno en pleno siglo XXI.
Y esa modernidad de Galdós es la que le granjeó admiradores y detractores. Ambos son igualmente valiosos para comprender lo que su obra significa. Buñuel, representante de la vanguardia más rompedora, se subió a sus hombros en “Nazarín” o “Tristana”. Mientras el poder, aquellos a quienes Buñuel, Lorca y Dalí, llamaban “los putrefactos”, lo despreciaron y atacaron. El stablishment más rancio se movilizó para impedir que le concedieran el Nobel. Y la primera decisión del ayuntamiento fascista de Las Palmas tras la guerra fue… solicitar al Registro Civil que se eliminara la inscripción del nacimiento del escritor.
Ese odio enfermo del poder hacia Galdós puede entenderse políticamente. El escritor canario fue diputado de la conjunción republicano-socialista, y señaló con el dedo el fardo de la ponzoña clerical o del asfixiante régimen de la Restauración.
Pero esa animadversión es incluso más profunda. Es la mirada de Galdós sobre la realidad lo que el poder no puede aguantar.
Galdós bebe de la mejor tradición de la gran cultura española, aquella que mira hacia arriba y no ve nada interesante que glosar, pero que, al mirar hacia abajo, eleva a personajes populares, condenados a la marginalidad, a la categoría de héroes. En la obra galdosiana pululan celestinas, lázaros, buscones, bufones y meninas, reclamando el lugar que les corresponde en la gran literatura, y que se les niega en otros ámbitos.
No es una mirada condescendiente, con esa falsa caridad que busca perpetuar la inferioridad y la subordinación. Es una identificación incondicional, que no esconde los aspectos turbios, pero sabe ver en los cascotes las semillas que están germinando.
Y surgen personajes como Gabriel Araceli, protagonista de la primera serie de los Episodios Nacionales, que empieza como pícaro y, tomando posición ante una realidad convulsa, deja de ser un siervo del Antiguo Régimen para convertirse en oficial heroico de una nueva España revolucionaria.
Ese pueblo que se eleva, el mismo que hoy llena nuestras calles, que está vivo cuando otros lo quieren ver muerto, es protagonista de las obras de Galdós, pero en ellas se ve la realidad desde su misma mirada.
Por eso fue honrado en un entierro multitudinario por el pueblo mientras el poder lo volvía a despreciar. Resuena todavía la crónica de Ortega y Gasset en El Sol: «La España oficial, fría, seca y protocolaria, ha estado ausente de la unánime demostración de pena provocada por la muerte de Galdos… El pueblo, con su fina y certera perspicacia, ha advertido esa ausencia… Sabe que se le ha muerto el más alto y peregrino de sus príncipes».
El único síntoma de vida
Uno de los últimos Episodios Nacionales está dedicado a Cánovas del Castillo, muñidor de la Restauración, el régimen donde las oligarquías locales y foráneas parecían haber encontrado la fórmula perfecta de su dominio. Pero Galdós tritura esos sueños de unos pocos, que son pesadilla de muchos. Con una radicalidad y modernidad apabullantes: «Alarmante es la palabra Revolución. Pero si no inventáis otra menos aterradora, no tendréis más remedio que usarla los que no queréis morir de la honda caquexia que invade el cansado cuerpo de tu Nación. Declaraos revolucionarios, díscolos si os parece mejor esta palabra, contumaces en la rebeldía. En la situación a que llegaréis andando los años, el ideal revolucionario, la actitud indómita si queréis, constituirán el único síntoma de vida».
Galdós fue revolucionario, en la literatura, en la política, y en su vida.
Abriendo una nueva forma de mirar y contar la realidad.
Capaz de abarcar todo el siglo XIX en unos Episodios Nacionales que viven intensamente una Guerra de la Independencia que fascinaba a Marx, se retuercen con la represión absolutista o la cárcel de la Restauración, retratan a un carlismo también catalán desde el que se puede comprender hoy mucho mejor el procés, o se emocionan con la griesta progresista abierta con la Iª República.
Pero que no se queda en el recuerdo, aunque fuera entonces reciente, sino que aborda, y llama a hacerlo al resto de escritores, los conflictos más inmediatos en «Fortunata y Jacinta», «La desheredada», «Miau», «Misericordia»…
No como un simple cronista, sino pretendiendo ir más allá. Nos lo revela en su breve pero revelador discurso de ingreso en la Real Academia Española, titulado «La sociedad presente como materia novelable», en el que afirma: «Imagen de la vida es la Novela, y el arte de componerla estriba en reproducir los caracteres humanos, las pasiones, las debilidades, lo grande y lo pequeño, las almas y las fisonomías, todo lo espiritual y lo físico que nos constituye y nos rodea».
Esa voluntad total, expresada en más de cien novelas, una treintena de obras de teatro, multitud de cuentos… nos ofrece un realismo casi cubista, con múltiples voces y puntos de vista y personajes complejos, contemplados desde una humanidad, serena y poderosa al mismo tiempo, que solo los grandes, como Cervantes o Velázquez, pueden alcanzar.
Galdos fue arrebatadoramente moderno. Como político republicano-socialista… y como amante. Las mujeres eran protagonistas de sus obras, y de su vida. Nunca se casó pero mantuvo intensas relaciones con mujeres siempre libres, siempre poderosas.
Que vemos representado en esa pasión sin tabúes, libre hoy, impensable para otros a finales del XIX, entre Galdós y Emilia Pardo Bazán. Ambos jamás tuvieron intención de casarse, y ambos lo vivieron con una pasión que Emilia Pardo Bazán refleja en una de sus cartas a Galdós: «Le hemos hecho la mamola al mundo necio, que prohíbe estas cosas; a Moisés que las prohíbe también, con igual éxito; a la realidad, que nos encadena; a la vida que huye; a los angelitos del cielo, que se creen los únicos felices, porque están en el Empíreo con cara de bobos tocando el violín… Felices, nosotros”.
Galdos es un universo que apenas ha empezado a ofrecernos toda su modernidad.
Carlos cointelpro dice:
Si ya decia you de nuestra querida Paula. … Canarias? Claro, que Galdos era canario. Sobre la actualidad de Galdos, no hay mas que leer el 2 de Mayo, que como decian partidos desaparecidos marxistas-leninistas debe de aprenderse para despertar el alma patriotica que caracteriza al pueblo espanyol y salir de organismos imperialistas como la OTAN. Sobre Gerona, de como el pueblo catalan ha luchado siempre unido al resto de Espanya en contra del imperialismo (pero querido Pujol,el imperialismo esta en wall Street, no en Barbate)
Paula dice:
Aqui en Canarias Galdos ha conseguido unir a los 3 entes oficiales (ayunto, cabildo y gob. canarias) para homenajearle.
A ver que tal las actividades que monten!! Yo por mi parte seguire leyendole. Con el articulo apetece retomarlo!
Carlos dice:
Muy bueno el articulo y claro que es de rabiosa actualidad,sino que la generalitat lea «gerona».Personalmente he leido un poco de Galdos : Trafalgar,donde empiezan los episodios nacionales, el 2 de mayo, cadiz, gerona, bailen, fortunata y jacinta y alguno mas. Todo un cronista de la historia de espanya y claro que a la reaccion no le gustaran sus libros y boicoteara el Nobel. Era intimo amigo de Pablo Iglesias, fundador del psoe. Su corrrespondencia es genial