Cómic

La puerta entre los mundos

Si la pasada semana reseñábamos el trabajo del guionista Jorge Garcí­a en torno a la biografí­a de Lina í’dena, regresamos en esta ocasión al mismo autor pero con un sorprendente cambio de registro temático. En «Las aventuras imaginarias del joven Verne: La puerta entre los mundos», abandona el realismo histórico de obras anteriores y emprende, a propuesta del dibujante Pedro Rodrí­guez, una aventura juvenil en el sentido más clásico, tomando como protagonista a un autor de referencia en este género. Con Verne se adentra en la fantasí­a generada en la época de la revolución industrial, alejada de la mitologí­a y cercana a una concepción humanista que estimula la imaginación a través de retos que pueden ser realizables por la inteligencia humana y los descubrimientos cientí­ficos.

Una ficción científica cercana que se atrevía a unir la tradición decimonónica de aventura exótica con una formulación nueva y sugerente de un futuro a la vuelta de la esquina es la que nos ofrecía, en esencia, la obra del literato francés.Sorrendentemente, García y Rodríguez abandonarán desde el primer momento este esquema para optar por una atrevida propuesta, que engloba al jovenzuelo Verne que protagoniza la historia tanto en la tradición aventurera de Mark Twain, con referencias explícitas a Tom Sawyer y Huckleberry Finn, como en la misteriosa y sobrenatural de Poe a través de Arthur Gordon Pym, confiriéndole así a la obra una riqueza que la convierte en un homenaje que no se limita al propio Verne, sino que se extiende a lo mejor de la literatura de su época.Así la historia especula sobre la infancia de Julio Verne, plagada de hechos misteriosos que unen con desparpajo fantasmas con viajes en el tiempo, y que pretende establecerse como un hipotético detonante de esas aventuras sobre un futuro realista de corrección científica que Verne escribió siendo adulto. En este sentido, el guión sigue a rajatabla las estructuras narrativas clásicas de la literatura juvenil, recuperando en su composición la tradición de autores de este género como Robert Louis Stevenson o Blyton.Un álbum que no tendría sentido sin Pedro Rodríguez a los lápices, responsable de la idea original de la serie y que se vuelca en dotar al conjunto de un ritmo y atmósfera perfectos para conseguir su objetivo fundamental: entretener, haciendo valer su demostrada habilidad con unos registros gráficos fantásticos, de exquisita elaboración y cargados de riqueza cromática.Recomendable tanto para enganchar a los jóvenes a la lectura con la fuerza que Verne nos atrapó a nosotros o, simplemente, como baratísimo y eficaz tratamiento de rejuvenecimiento.

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