Nacionalismo y lucha contra el imperialismo durante la Guerra Civil

La posición de los comunistas ante la cuestión nacional

El nacionalismo vasco reclama ancestrales derechos e identidades que se remontan a la noche de los tiempos como origen de su existencia; el catalán, más comedido, retrocede sólo mil años para definir su esencia nacional. No es necesario, sin embargo, ir tan atrás en el tiempo. No existe en todo nuestro pasado una coyuntura histórica donde el problema de las nacionalidades aparezca de forma tan diáfana y cristalina como en los tres años, entre 1.936 y 1.939, de nuestra guerra nacional revolucionaria.

Durante ese período van a quedar perfectamente reflejadas las posiciones de las distintas fuerzas políticas y de clase ante los tres tipos de contradicciones que históricamente han recorrido –y siguen haciéndolo– el problema de las nacionalidades en España: la contradicción entre unidad y fragmentación (contradicción que no responde fundamentalmente a causas internas, no es, en este sentido, un demonio familiar interno, sino importado desde fuera); entre unidad y articulación (es decir, las formas políticas en que debe darse la unidad, esta sí, una contradicción que hunde sus raíces entre nosotros); y, presidiendo y determinando el desarrollo y la relación de ambas la contradicción entre los intereses imperialistas, de las distintas potencias imperialistas más fuertes de cada época, por dominar a España y los intereses nacionales y populares de conquistar frente a ellas la independencia y la libertad. «El problema de las nacionalidades en España no puede ser examinado separadamente de la cuestión nacional general de España»

Entre 1936 y 1939, la agudización y el antagonismo extremos que adquiere la contradicción principal que recorre nuestro país –la que enfrenta a la oligarquía y el imperialismo con el pueblo– permiten (y a la vez fuerzan) que el resto de contradicciones se alineen en torno a esta cuestión central y por tanto se presenten en su forma más descarnada y abierta posible, sin veladuras ni mixtificaciones. En él, el análisis y la posición de los comunistas ante el problema de las nacionalidades queda perfectamente reflejado en un folleto de Vicente Uribe –miembro del Comité Central del PCE, ministro de Agricultura durante el Gobierno de Largo Caballero y de Instrucción Pública en el de Negrín–, editado en 1938 por la editorial “Ediciones del Partido Comunista de España”, donde se afirma lo siguiente:

“El problema de las nacionalidades en España no puede ser examinado separadamente de la cuestión nacional general de España (…)

(…) la guerra por la independencia de la República española no se puede examinar sin tener en cuenta su contenido social político interior y las condiciones internacionales que la rodean. Solamente de esta forma encontraremos los motivos teóricos exactos de la posición político-práctica que en esta guerra tenemos los proletarios y los comunistas de España y de todo el mundo. Al mismo tiempo que los más consecuentes internacionalistas somos los más fieles luchadores y defensores de la República española; los más entusiastas defensores de la Patria española; los más fieles ardientes patriotas de la España democrática; los más decididos enemigos de toda tendencia separatista; los más convencidos partidarios de la Unidad Nacional, del Frente Popular, de la Unidad popular (…)

Las cuestiones particulares nacionales de los catalanes, vascos y gallegos están ligadas vitalmente con la cuestión nacional de toda España. Se han convertido en cuestión particular de la guerra democrática de toda España por la independencia. Los intereses nacionales específicos, la pequeña Patria de los catalanes, vascos y gallegos, se ha convertido en parte inseparable de los intereses generales de la gran Patria de todos los pueblos de España. Es indudable que los intereses nacionales, particulares, de las distintas nacionalidades de España no han desaparecido, no se han borrado. Existen y se han hecho aún más sensibles, puesto que han sido comprendidos por las masas, aun mejor que antes (…) Las masas populares de Cataluña, Euzkadi y Galicia han comprendido que todos los derechos, libertades y reivindicaciones particulares, de carácter nacional demócrata, se han convertido en parte integrante, inseparable de la consigna general de todos los pueblos españoles: Conservar el régimen democrático; defender la independencia e integridad de la República española. Los sentimientos nacionales, el patriotismo y el amor a la libertad de los catalanes, vascos y gallegos, se han confundido en el círculo general, potente y combativo del gran patriotismo revolucionario de todos los luchadores en defensa de la independencia y la libertad de la España republicana y democrática. Las grandes masas del pueblo sienten y comprenden que la defensa de la independencia, de la integridad y la democracia de España, que la defensa de la República española es la causa común de todos y un deber, un honor y un motivo de orgullo para todas las nacionalidades de España.

(…) la situación general creada en la República, después de julio del 36, se caracteriza: de un lado, por la falta de cualquier motivo e interés material, económico, social o político, determinante de situación privilegiada de una nacionalidad y de situación de desigualdad para las demás nacionalidades; y, de otro lado, por la existencia de todas las condiciones y factores necesarios para una colaboración activa y fraternal, cada vez más estrecha, entre todos los pueblos españoles, sobre la base de una confianza mutua y de la unidad combativa, inseparable, por la causa general contra el enemigo común (…)

¿Ha sido comprendida por los dirigentes políticos y representantes verdaderos de los pueblos catalán, vasco y gallego la nueva situación de las nacionalidades de la España republicana después de julio del 36? Sin duda alguna, ha sido comprendida. La demostración evidente de esto consiste en que dichos dirigentes y representantes participan de manera voluntaria y entusiasta, junto con su pueblo, en todos los terrenos de la lucha general por la defensa de la República, de la libertad y de la independencia de España. Otra demostración de esto es que, con la colaboración activa y por propia iniciativa de estos dirigentes, todos los recursos económicos y financieros de las regiones autónomas han sido incluidos en el fondo general y único de la República.

Es verdad que, tanto entre los vascos como entre los catalanes se encuentran algunos individuos que conservan antiguos conceptos formados en las viejas condiciones políticas. Estos elementos no han querido darse cuenta de la nueva situación; no han podido, o no han querido, examinar en forma crítica los conceptos heredados de períodos anteriores e intentan resucitar, entre ciertos núcleos del pueblo –afortunadamente sin resultado alguno– los antiguos sentimientos de desconfianza y enemistad hacia la República. Particularmente intentan desprestigiar la significación efectiva de estas u otras medidas de la República, absolutamente necesarias durante la guerra, y que coinciden plenamente con los intereses de las Regiones autónomas. Quienes de tal manera proceden son gentes que se equivocan de buena fe, o que reflejan inconscientemente la influencia del enemigo. No se dan cuenta de que, usando argumentos formalmente jurídicos y pretendiendo servirse de las letras de los estatutos, realizan, de hecho, una campaña reaccionaria y antirrepublicana contra la democracia española en general y contra el espíritu democrático de los estatutos en particular. En estos casos se trata, desde luego, de gente honrada y amante de su país. Sin embargo, encontramos con mayor frecuencia conductas que nada tienen que ver con la honradez y con el amor al país. En mayor grado nos encontramos, en este sentido, con provocadores encubiertos, con trotskistas, con agentes de Franco, Mussolini, Cambó y compañía. Por regla general, estos elementos son enemigos del pueblo y actúan bajo la máscara de un nacionalismo cerrado y egoísta, pero de hecho reaccionario, que convierte los distintos párrafos de los estatutos o de la Constitución en sofismas reaccionarios. Su tarea consiste en crear el mayor número de dificultades, introducir la disgregación, provocar discordias, debilitar la Unidad nacional de todos los pueblos de España. Es natural que contra dichos sujetos se impone una lucha despiadada y la obligación de descubrir, ante el pueblo, su verdadera faz de enemigos de la República (…)

He aquí, brevemente bosquejados, los nuevos aspectos fundamentales que hoy día hallamos en el planteamiento de la cuestión nacional en España. Podemos estar completamente seguros que, después del triunfo definitivo de la República sobre los conquistadores fascistas italoalemanes y sus agentes, los últimos restos del feudalismo y de la reacción serán rápida y fácilmente superados. Se ampliará y fortalecerá el régimen democrático. Una gran España, republicana, democrática; todos los pueblos unidos; todas las nacionalidades movidas por el mismo impulso, se lanzarán en una cordial emulación, sobre la base de la confianza mutua, conjugando fraternalmente todos los esfuerzos en una dirección: ayudar al máximo desarrollo y florecimiento de cada nacionalidad; ayudar en grado superlativo al ascenso general y al progreso de todo el país; fortalecer, por encima de todo, la Patria española. Pero todo esto dejémoslo a los pueblos mismos. Ellos lo harán mejor que las mejores de nuestras aspiraciones”.

La primera de las conclusiones que podemos extraer del texto de Vicente Uribe que examina el problema de la nacionalidades a la luz de la guerra popular por la independencia, es la de cómo en el momento en que la contradicción principal se agudiza al máximo, y aparecen con toda claridad ante los ojos de las grandes masas populares (en gran medida a consecuencia de la justa línea del propio PCE) quiénes son los auténticos enemigos y quiénes los verdaderos amigos, la inmensa mayoría de los seguidores de los partidos nacionalistas y la inmensa mayoría de los dirigentes de estas fuerzas se colocan del lado de las filas del pueblo, incluso aunque ello les lleve a tener que abandonar, renunciar o postergar indefinidamente los mismos objetivos políticos por los que hasta entonces habían estado luchando. La acertada síntesis que hace el PCE tras dos años de guerra nacional revolucionaria se sustancia en la idea de que sólo estableciendo con precisión el blanco y uniendo y movilizando a las masas en la lucha contra el enemigo principal y común de todas las clases y sectores populares, el imperialismo y sus agentes en España, es como las masas y sus dirigentes políticos (incluidos la mayoría de los nacionalistas) entienden y hacen suya la defensa de la independencia, la unidad y la libertad de España. Y cómo sin ellas, no es posible conseguir ninguna de sus reivindicaciones.

E incluso, todavía más, Uribe plantea cómo ciertos sectores del nacionalismo, pese a adoptar posiciones políticas objetivamente reaccionarias, lo hacen sin embargo como consecuencia de partir de concepciones que no se ajustan a las nuevas realidades políticas, pero se equivocan de buena fe, de forma honrada y por amor a su país. También ellos, pese a lo profundamente erróneo de su actuación, son gente unible, ganable para el campo de las filas del pueblo

El ejemplo seguramente más clarificador de esto lo constituye la trayectoria política de Francesc Macià. Miembro de una acaudalada familia de campesinos leridanos, ingresa en la carrera militar donde alcanza el grado de coronel del ejército español. Participa en los movimientos catalanistas de su época como Solidaritat Catalana o la Lliga Regionalista de Cambó. Las irreverentes soflamas antimilitaristas de un semanario satírico catalán llevan a sus compañeros de armas a asaltar la redacción pistola en mano y a presionar al gobierno civil hasta que el semanario es prohibido. Con lágrimas en los ojos, Macià abandona el ejército en 1907, su discurso de despedida es una declaración pública de amor a España, pero por ello mismo no puede tolerar que se veje y se ataque de esa manera a Cataluña y lo catalán. Su catalanismo se va radicalizando. Durante la Dictadura de Primo de Rivera se exilia a Francia, funda Estat Català, un partido radicalmente independentista, muchas de cuyas actuaciones rozan abiertamente con el fascismo y protagoniza un disparatado intento de invasión de Cataluña desde los Pirineos con un grupo de anarquistas. Tras la caída de Primo regresa a España y junto con otros pequeños grupos funda ERC, que arrasa en las elecciones municipales del 14 de Abril de 1931. Ese mismo día, Macià, desde el balcón de la Generalitat proclama “la República catalana como Estado integrante de la Federación Ibérica”, acabando con un llamamiento “por Cataluña y por los otros pueblos hermanos de España”. Inmediatamente, tres ministros del gobierno provisional republicano –Nicolau d´Olwer, Fernando de los Ríos y Marcelino Domingo– viajan a Barcelona, y tras largas horas de dura discusión, Macià acepta revocar su proclamación y acuerda la negociación de un Estatuto de Autonomía para Cataluña en las próximas Cortes Constituyentes. “Hoy –dijo Maciá– hago el mayor sacrificio de mi vida, pero lo hago sabedor de su alcance y de su necesidad”. Durante los dos años siguientes en que sería presidente de la Generalitat, su colaboración con el gobierno republicano será de franqueza y total lealtad. Tras su muerte, los parlamentarios de los partidos republicanos de izquierda dirán de él que ha sido “símbolo, no sólo para los catalanes que veían en él la garantía de sus libertades, sino para todos los españoles que por su concurso sentíamos garantizado el concepto más amplio de la unidad patria”. Esta idea, la de una correcta articulación entre las libertades de las nacionalidades y el concepto más amplio de la unidad de España se convertirá hasta tal punto en la línea dominante en el nacionalismo catalán, que sus sucesores en la Generalitat, Companys, Irla y Tarradellas (estos dos últimos ya en el exilio) serán puntales de primer orden, primero en la defensa de la independencia de la República española, después en la lucha por la recuperación de las libertades en España.

Una vez establecido el carácter amigo de la inmensa mayoría de las fuerzas nacionalistas, Uribe traza sin embargo una tajante línea de demarcación. Con aquellos que “bajo la máscara de un nacionalismo cerrado y egoísta” (lo que hoy llamamos un nacionalismo étnico y excluyente) se dedican a crear el mayor número de dificultades, a introducir factores de disgregación, a provocar rencillas y discordias, a debilitar la unidad del pueblo de todas las nacionalidades y regiones de España. Con esta gente, dice Uribe, no cabe compromiso ni componenda alguna, se impone una lucha despiadada y la obligación de desenmascararlos como enemigos del pueblo. Pues ellos no son, en sustancia, más que agentes del enemigo, de la reacción y del imperialismo, incrustados en las filas del pueblo.

Y además lo van a demostrar de forma palmaria nada más acabar la guerra, e incluso antes.

El 11 de mayo de 1937, el canónigo vasco Alberto Onaindía transmite al lendakari Aguirre las proposiciones del cónsul italiano en San Sebastián, marqués de Valetti: ofrecer una especie de protectorado italiano sobre Euskadi durante varios años a cambio de la rendición del Ejército del Norte (con más de 36.000 soldados y cerca de 700 ametralladoras de grueso calibre, morteros y piezas de artillería) y la entrega de Vizcaya con su poderosa industria siderúrgica y minera. El lendakari rechaza reiteradamente las proposiciones italianas, pero el presidente del Euskadi Buru Batzar, Juan Ajurriaguerra, manda en secreto al canónigo a Roma –acompañado por el director del periódico Euzkadi– a negociar con Mussolini con las siguientes instrucciones: “Vaya usted a Roma y hable con el Duce, indicándole el problema actual (…) Además, usted debe plantear el problema vasco en toda su amplitud: 1º Qué es Euzkadí. 2º Los vascos no son españoles. 3º Por qué los vascos están en la guerra….” Y así hasta llegar al punto “7º Esperanza de que el Duce apoye nuestras legitimas aspiraciones”. Durante los siguientes 30 días, Ajuriaguerra firma el Pacto de Santoña con los italianos, los fascistas entran en Bilbao y Franco consigue con ello el equilibrio estratégico en la guerra que hasta entonces, pese a toda la ayuda y la intervención nazifascista, no había conseguido.

4 años después, Aguirre se desplazará a Berlín en plena IIª Guerra Mundial para proponer a Hitler un compromiso en similares condiciones: convertir a Euskal Herria en un protectorado alemán independiente de España a cambio del apoyo de una división de voluntarios del PNV al ejército alemán en los frentes europeos.

Pero no son los únicos. En los años 40, el histórico dirigente del cooperativismo catalán Joan Ventosa y Roig publica un artículo (“Contagis perillosos”) en el que denuncia cómo un grupo de jóvenes nacionalistas catalanes del ala radical de ERC exiliados en la Francia de Vichy, entre ellos Heribert Barrera (ex-secretario general de ERC entre 1976-1987 y ex presidente del Parlamento catalán entre 1980-1984), habían impulsado una serie de contactos con los dirigentes alemanes instalados en Vichy para explorar la posibilidad de que la Alemania nazi, una vez ganada la guerra e impuesto su Nuevo Orden en Europa, apoyara la creación de un Estado catalán. Tarradellas cortó en seco el intento.

No tiene nada de casual que sea precisamente el reducido grupo que forman los sectores más radicalmente independentista, manteniendo las posiciones más abiertamente reaccionarias, racistas y excluyentes (introduciendo factores de disgregación, provocando discordias y rencillas y atacando y debilitando constantemente la unidad) aparezcan, al mismo tiempo, permanentemente en tratos con los imperialismos más feroces y agresivos. Como en la fábula del escorpión, esa es su naturaleza, no pueden evitarlo. Quienes buscan la unidad con ellos, ya saben a qué atenerse.

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