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La pesadilla 60/60, o el miedo al fin del bipartidismo

El PP desveló el pasado miércoles la incógnita de su cabeza de lista a las elecciones europeas. No hubo conmoción, ni desmayos, ni nada. El que sí cumplió su parte en la liturgia del formalismo político fue el propio candidato, que dijo haberse enterado media hora antes del anuncio por un SMS de la secretaria general, Dolores de Cospedal.

A Rajoy le hubiera gustado no tocar el Gobierno pero, finalmente, se ha inclinado por un valor seguro. Piensa que Miguel Arias Cañete es la garantía que le permitirá desempatar unos comicios que las encuestas dan muy igualados.

Ésta es la primera oportunidad que van a tener los ciudadanos de valorar la gestión de Rajoy y, por ello, el mensaje que se ha transmitido desde Moncloa y desde Génova al partido es que en las próximas cinco semanas hay que poner toda la carne en el asador para lograr la victoria «aunque sea por un solo voto».

Una sensación parecida se vive en Ferraz. Rubalcaba, que ganó el congreso de Sevilla por los pelos, tiene ante sí la posibilidad de reivindicarse ante su electorado si consigue derrotar al PP el 25 de mayo. Aunque las encuestas no le tratan muy bien, el líder socialista va a jugar sus bazas apelando a que él «es un valor seguro». La posición de Rubalcaba en el debate sobre Cataluña, su firmeza en la defensa de la unidad de España, han ayudado a reafirmar su posición como «hombre de Estado». Dicen en su partido: «En las bases del PSOE hay una tendencia muy fuerte a ir hacia la izquierda en situaciones como las que estamos viviendo. Rubalcaba ha fijado la posición del partido, distanciándose de movimientos callejeros y logrando, lo que no ha sido fácil, que el PSC defienda la unidad de España en Cataluña. Eso tiene un valor para nuestra base central de votantes».

Para Rubalcaba, obtener un buen resultado, ganar al PP por un escaño lo sería, no sólo le consolidaría como secretario general, sino que le animaría a presentarse como candidato a las primarias que se celebrarán el próximo otoño.

Por tanto, tras el paréntesis de la Semana Santa, vamos a tener una campaña dura e intensa en la que se tratará no sólo de ganar al contrario, sino de movilizar el voto, tarea complicada dado el desprestigio de la clase política.

Es precisamente esa cuestión la que más preocupa en los dos grandes partidos. El peor de los escenarios sería una abstención cercana al 60% y que entre PP y PSOE no superasen el 60% de los votos.

La pesadilla del 60/60 pone de los nervios a los jefes de los grandes partidos porque las elecciones europeas podrían significar el principio del fin del bipartidismo en España. Recordemos. En las europeas de 2009 votó el 46% de los ciudadanos. El PP obtuvo el 42,23% de los votos (23 escaños de los 50 que le corresponden a España en la Eurocámara); el PSOE tuvo el 38,51% de los votos (21 escaños); Coalición por Europa -CiU, PNV, CC y otros- logró el 5,21% de los votos (2 escaños); los mismos que IU, aunque la coalición de izquierda sólo tuvo el 3,73 de los votos;UPyD se quedó con el 2,87% del voto (1 escaño); y la agrupación Europa de los Pueblos -Verdes, ERC, EA, etc.-, con el 2,50% (1 escaño).

Como se ve, hace cinco años las europeas reprodujeron casi miméticamente el mapa electoral del Parlamento español.

Sin embargo, ahora se espera que los pequeños partidos suban de forma significativa, convirtiéndose así en el martillo con el que los electores castigarán a PP y PSOE por los ajustes, la corrupción y el alejamiento de sus preocupaciones reales.

Para algunos, el derrumbe del bipartidismo es la condición necesaria para que se produzca una regeneración de la vida política en España. La oportunidad para señalarles la puerta de salida a un poco atractivo Rajoy y a un gastado Rubalcaba.

Sin embargo, en la situación actual conviene distinguir entre, por un lado, la necesaria reconversión de la vida política, haciéndola más transparente, más honesta y más cercana a la ciudadanía; y, por otro, la atomización política a la que daría lugar un resultado que dejara a PP y PSOE con menos del 60% de los votos.

Probablemente, en un país de ensueño lo mejor sería que la alternancia no dependiera sólo de dos opciones, sino que cuatro o cinco formaciones políticas pudieran optar a gobernar en solitario o en coalición. Sería una democracia bonita. La cuestión es la España que tenemos entre manos. Viendo el debate del martes en el Congreso de los Diputados, uno no podía por menos que dar gracias a que existan Rajoy y Rubalcaba.

Con sus defectos, con todos los peros que ustedes les quieran poner, son, en estos momentos, no sólo los políticos de mayor altura, sino también los que garantizan que este país no va a desaparecer en el desagüe de la Historia.

No sólo me refiero a su posición sobre Cataluña, sino a un modelo de sociedad homologable a la que viven nuestros vecinos europeos.

Mantener la unidad de España no es una pulsión nacionalista española; ni sólo una apelación a la Historia; es, sobre todo, la garantía de una convivencia pacífica y de un futuro mejor para Cataluña y también para el resto de España.

Y es gracias al PP, al PSC y, en menor medida, a Ciutadans y a UPyD, por lo que aún esa esperanza es posible.

Fijémonos en lo que está ocurriendo en Andalucía. La deriva populista de una IU cada vez más subyugada por los movimientos callejeros (tipo 15-M, okupas, Afectados por las Hipotecas, etc.), va a hacer saltar por los aires el Gobierno de coalición.

Por suerte, Susana Díaz ha respondido con contundencia a una decisión que suponía lisa y llanamente la vulneración de la ley en virtud de una peculiar forma de entender la justicia social.

El derrumbe de los dos grandes partidos en esta situación sería dramático no sólo para sus líderes, sino para el conjunto del país.

Cuando se habla de la reforma de la Constitución, idea que cada vez cuenta con más adeptos, ¿en qué estamos pensando? La única forma de garantizar que el nuevo texto salga con un consenso parecido al que tuvo la Carta Magna de 1978 es que PP y PSOE aglutinen a más del 70% de los parlamentarios.

Eso es lo que debería pasar. Otra cosa es que pase. PP y PSOE lo tienen difícil. Por ello, de aquí al 25-M no sólo deberían hacer carteles y mítines, sino recuperar la ilusión que muchos han perdido.

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