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La paradoja de la amenaza china

Los datos de crecimiento de China durante el pasado ejercicio han vuelto a reafirmar su fortaleza como segunda potencia económica mundial. El 7,7% de incremento de PIB registrado en 2013 deja claramente atrás a otros países, como Alemania o Francia, pero supone el menor ritmo de crecimiento del país desde el año 1999. Las previsiones de la mayor parte de los organismos internacionales apuntan a que los próximos ejercicios del gigante asiático irán en esa línea, con crecimientos del PIB que no superarán el 7,7%. Las razones de esa moderación o enfriamiento no son un secreto. En una economía globalizada y, por tanto, intercomunicada, el estornudo de cualquiera de las partes se transmite al conjunto. Y si la parte resfriada incluye una zona comercialmente tan relevante para China como la Europa del euro, que sufre todavía los efectos de la crisis económica, cierto contagio resulta inevitable. Más aún cuando hablamos de una economía cuyo sector exterior equivale a dos terceras partes del PIB.

Pese a la moderación del crecimiento, la fortaleza de China en el mapa económico mundial es un hecho. La decisión de Pekín de devaluar el yuan ha aumentado la competitividad de las exportaciones del país, pese a que estas no son el único factor que alimenta el motor asiático. El sector inmobiliario se ha convertido en un pujante acicate –con crecimientos cercanos al 20% anual, pese a los esfuerzos del Gobierno de enfriar el mercado– y ha ejercido un papel determinante a la hora de estabilizar la economía. Con una población que supera los 1.350 millones de habitantes y una pujante clase media que en 2020 podría alcanzar los 600, la gran asignatura pendiente de China es despertar la demanda interna del país y lograr un ritmo de crecimiento más estable y, sobre todo, sostenible. Para ello, Pekín anunció en noviembre un ambicioso programa de reformas, que incluye la apertura del sistema financiero a las entidades privadas, así como la reducción del monopolio estatal en sectores como el energético y el ferroviario.

El objetivo de esa gran hoja de ruta es transformar el modelo económico del país y reforzar su expansión, lo que plantea, al menos, dos cuestiones importantes. La primera es el reto que ese impulso reformista supone para el resto de las economías mundiales, especialmente para aquellas que, como la europea, parecen inmersas en un letargo sin fecha de finalización. La segunda tiene que ver con el sinfín de amenazas –pero también de oportunidades– que una mayor apertura de China puede suponer para el comercio mundial. La combinación de esos factores constituye casi una paradoja. No en vano, un excesivo crecimiento del gigante asiático puede ser una amenaza en un mercado global, pero también puede abrir en el futuro a las empresas extranjeras un inmenso supermercado interior.

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