El régimen iraní­ va imponiendo el orden

La oposición gana tiempo antes del final del combate

A medida que la cabeza del régimen de los ayatolás va endureciendo su postura y tomando severas medidas para imponer el orden en las calles, se va haciendo más evidente que la oposición tendrá tarde o temprano que reconocer su derrota -legí­tima o no, por las buenas o no, pero derrota- y dejar a Ahmadinejad el timón de la República Islámica, al menos durante un tiempo. Si -pese a las comparaciones esquemáticas e interesadas, tanto de las propias autoridades iraní­es como de los medios de comunicación occidentales- nunca hubo en Irán nada parecido a una «revolución de color», sino una pugna entre dos lí­neas dentro de la clase dominante y el régimen iraní­, lo que se dirime en esta etapa final del conflicto es en que correlación de fuerzas quedará una y otra facción.

Las calles de Teherán ya no son las de la semana asada, donde la oposición reformista logró durante días inundar las principales arterias y plazas denunciando lo que consideraban un fraude electoral. La mayor presencia policial y de milicias basij, y la mayor violencia en reprimir las protestas –que han dejado 17 muertos reconocidos por las autoridades- han hecho imposibles las concentraciones. Los partidarios de Musaví intentan crear otros cauces de movilización que no supongan la confrontación con las fuerzas de seguridad, como conducir lentamente y tocar el claxon, con relativo éxito. Ayer, de madrugada, la principal avenida de la capital estaba cortada por el tráfico. Los indicios de irregularidades son cada vez más evidentes a pesar de los desmentidos de las autoridades, pero difícilmente ponen en cuestión que, a pesar de todo, es Ahmadinejad el ganador de los comicios. El Consejo de Guardianes dio carpetazo ayer a las demandas de los tres candidatos opositores –dos reformistas y un conservador- que piden la anulación de los comicios y la repetición de los mismos, pero al mismo tiempo las autoridades han concedido cinco días más para recibir quejas y reclamaciones. El portavoz del Consejo pedía una prorroga al jefe del Estado y Guía Supremo, para “ayudar a eliminar ambigüedades” y dotar al resultado final de mayor margen de credibilidad. Las cabezas políticas y religiosas de la oposición siguen urdiendo, claro. Rafsayaní trata de movilizar a los clérigos disidentes de la ciudad santa de Qom, el Vaticano chií, y uno de los más influyentes, el gran ayatolá Hosein Alí Montazerí, ha convocado tres días de luto nacional desde hoy en señal de duelo por los “mártires muertos en la protesta”. Pero con eso y todo, los dirigentes de la oposición saben ya –seguramente lo supieron desde el principio- que no podían triunfar en el objetivo de lograr la anulación de los comicios y la convocatoria de unos nuevos. Un régimen tan fuertemente estructurado y jerarquizado como el iraní no puede derrumbarse a la primera acometida, y menos si las cabezas de la oposición no son agentes externos u hostiles al mismo, sino integrantes y fundadores. Como ha señaló el perspicaz diplomático hindú M. K. Bhadrakumar, los acontecimientos de estas semanas, a pesar de su enconamiento y de la expectación que han creado en la opinión pública mundial, no ha pasado de ser “una tormenta en una taza de té”. ¿Qué busca la línea reformista?. En el plano externo, una política internacional más flexible, que sin mermar los fustes de soberanía e independencia de la República Islámica –como el programa nuclear- permita a Irán abrirse paso en el mundo y salir de la relativa situación de aislamiento en la que la línea Ahmadinejad –a pesar de sus incuestionables éxitos en aumentar la influencia de Teherán en puntos clave de Oriente Medio y el Islam- la ha sumido. Buscan aprovechar una situación en la que un Washington en retroceso está ofreciendo a Irán la oportunidad de participar en el diseño de una nueva arquitectura de poder para la región. En el plano interno, la línea reformista busca que Irán pueda aprovechar la crisis de las principales potencias mundiales del mismo modo en que lo están haciendo otras potencias asiáticas, como China o India. La política económica de Ahmadinejad es atacada sin piedad no sin razón, pues el conservador no ha sabido aprovechar las potencialidades de un país con un mercado inmenso y que es el segundo exportador de petróleo de la OPEP. Pero dinamizar y cambiar las estructuras económicas del país exige también romper en cierto grado las rígidas estructuras sociales y políticas del régimen teocrático, y adoptar modos y costumbres sociales más dinámicos y propios de las democracias burguesas occidentales. La batalla de líneas tiende a cerrarse, y los reformistas no la van a ganar. Sin embargo Musaví, Jatamí y Rafsayani, han conseguido mucho más que de haber reconocido –protestando más o menos por el fraude- el resultado electoral. Es un éxito relativo. La correlación de fuerzas entre las masas iraníes y entre significativas personalidades del régimen ha avanzado significativamente en su favor. No se los puede simplemente ignorar. Aunque Ahmadinejad gobierne cuatro años más, deberá hacerlo haciendo importantes concesiones –tanto en el plano externo como en el interno- a las exigencias de la otra línea. Por eso intentan prolongar al máximo la vida de las movilizaciones y arrancar el máximo de concesiones.

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