SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La oligarquí­a se frota las manos

Ya se ven otra vez los dos leones, dizque fundidos con el bronce de cañones ganados al enemigo. Salen de detrás de la valla de obra donde fueron a refugiarse como a una madriguera. Incluso para dos fieros animales como ellos resultaba excesivo contemplar la carnicería del último año y medio. Ahora que el ministro Guindos anuncia el fin del rescate, los leones se atreven a salir. Y se acaba el estado de emergencia.

Ocurren cosas extrañas en el bucle orwelliano de la política española: el PSOE –que nunca admitió haberse marchado– asegura haber vuelto. El Gobierno, que negó la existencia de un rescate, ahora anuncia su conclusión. ¿A qué clase de superstición o brujería responden estos discursos? Habrá que preguntarle al duopolio cuál es el pasto intelectual que alimenta su pereza argumental, para no consumirlo. No vayamos a acabar como vacas locas.

Si termina el estado de excepción y los leones salen de la guarida, será que la guerra ha terminado; momento pues de hacer balance. ¿Cuántas bajas? ¿Cuántos muertos y heridos? ¿Cuántos tullidos de por vida? ¿Cuántos en las cunetas? ¿Cuántos no serán siquiera una nota al pie en los libros de historia? La lista es larga. Supongo que los relatores han ido tomando nota para que el Gobierno no se olvide de nadie en esta gloriosa hora de la paz y la prosperidad. España entera es una ganga, los dólares extranjeros se agolpan en nuestras fronteras, porque el mundo se da codazos por comprarnos. La alcaldesa Botella no sale de su asombro: nunca cotizaron tan al alza las montañas de basura.

Por mi parte, no quisiera dejar pasar el momento sin aguarle la fiesta a Montoro, en la medida de mis fuerzas. Ahora que este Gobierno de contables levanta la vista de los balances, les pido –les ruego, les imploro– que miren el estado ruinoso de la política. Ningún país pasa por una crisis de estas dimensiones sin que sus instituciones queden debilitadas. Y las españolas lo están hasta límites peligrosos, aunque el Gobierno decrete el final del estado de emergencia y confíe en que la alegría natural del español nos suba el ánimo. No ocurrirá. Todos los vínculos entre los ciudadanos y sus gobernantes se han roto. Cuesta años construir la confianza, pero se destroza en un momento. Cuando me metí en política sabía de su desprestigio, pero nunca me imaginé teniendo que explicar que los diputados no somos una manada de búfalos. Esta es la situación en la que estamos. El nervio político del país está desmadejado. Se agradece al populismo periodístico haber realizado su contribución con entusiasmo.

Aún quedan dos años de legislatura. Estoy convencida de que podemos impedir el triunfo de esta tiranía inmovilista: cuando hablas de desafección política se conforman con echar sus cuentas electorales sobre los perjuicios de la abstención. Pero la desmoralización ciudadana es brutal y la quiebra va más allá del voto. Los que mandan quieren independizarse definitivamente de los ciudadanos. Esa oligarquía política, económica y mediática ve un mínimo atisbo del fin de la recesión y se frota las manos. Pero no porque vaya a ganar mucho dinero, sino porque cree que podrá conservar su poder. Ve en la recuperación el cerrojo a todas las ansias de democracia. Sencillamente, no pueden salirse con la suya.

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