Lévi-Strauss, padre de la antropologí­a moderna

La nueva mirada del hombre hacia su propio pasado

Más allá incluso de su magna obra y su original aplicación de las teorí­as estructuralistas al campo de la antropologí­a y la etnografí­a, posiblemente el mayor mérito de Levi-Strauss consiste en haber reclamado para las ciencias sociales, siguiendo la ví­a abierta por Marx y Freud, su condición de auténtica ciencia. Rechazando, en consecuencia, el empirismo en el que el pensamiento occidental de la primera mitad del siglo XX trató de encerrarlas. Este será el gran legado que Levi-Strauss -unánimemente reconocido como uno de los grandes pensadores del siglo XX- dejará a toda una generación de intelectuales (Althousser, Lacan, Foucalt, Baudrillard,…) que a partir de los años 60 y 70 revolucionarán las concepciones dominantes en numerosas ramas del saber y del pensamiento.

Más de medio siglo desués de publicado en 1955 Tristes Trópicos, la síntesis teórica de sus investigaciones de campo con los indios de la selva amazónica brasileña y considerado como uno de los 20 libros fundamentales del siglo XX, se hace difícil representarse la formidable ruptura que supuso el pensamiento antropológico de Lévi-Strauss. Hasta que llegó él, la antropología estudiaba y “medía” a los pueblos primitivos desde el rasero de la civilización occidental. Lo que llevaba a considerar a los pueblos sin escritura ni grandes avances tecnológicos como poseedores de un sistema arcaico de pensamiento, dotados de una cultura inferior y, por ello, situados fuera de la Historia. Fue necesaria la nueva mirada de Lévi-Strauss, una mirada objetiva, científica y por tanto desprovista de cualquier tipo de prejuicio, para reconocer cómo, medidas con las formas de complejidad social y familiar de algunos pueblos primitivos, algunas de nuestras estructuras sociales, tenidas como más perfectas y elevadas, eran sin embargo, en comparación, más atrasadas y rudimentarias. Quebrando así definitivamente el papel que el colonialismo y el imperialismo habían atribuido a los antropólogos, convirtiéndolos en una especie de sumos sacerdotes encargados de “distribuir los diversos coeficientes y grados de civilización”. La batalla por la ciencia El propio Lévi-Strauss, en Tristes Trópicos, deja constancia de su concepción sobre la necesidad de enfrentarse de forma científica a la antropología (el estudio de las colectividades humanas en el marco de la sociedad y la cultura a las que pertenecen y como producto de éstas) y la etnografía (el método de investigación seguido por la antropología social), así como de los referentes intelectuales imprescindibles de los que partió a la hora de pensar las relaciones entre el hombre y la sociedad, la naturaleza y la cultura, y el complejo sistema de elementos que se articulan en los diferentes modelos mitológicos que iban a ocupar una parte central de sus estudios: “Hacia los 17 años, fui iniciado en el marxismo por un joven socialista belga (…) La lectura de Marx me arrebató tanto más cuanto que a través de ese gran pensamiento tomaba contacto por primera vez con esa gran corriente filosófica que va de Kant a Hegel; todo un mundo se me revelaba. Desde entonces, ese fervor nunca se vio contrariado y rara vez me pongo a desentrañar un problema de sociología o de etnología sin vivificar mi reflexión previamente con algunas páginas del 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte o de la Crítica de la Economía Política. Por otra parte, no se trata de saber si Marx previo con exactitud tal o cual acontecimiento de la historia. Después de Rousseau, y me parece que de una manera decisiva, Marx enseñó que la ciencia social ya no se construye en el plano de los acontecimientos, así como tampoco la física se edifica sobre los datos de la sensibilidad: la finalidad es construir un modelo, estudiar sus propiedades y las diferentes maneras en que reacciona en el laboratorio, para aplicar seguidamente esas observaciones a la interpretación de lo que ocurre empíricamente, y que puede hallarse muy alejado de las previsiones.”. Las tres fuentes de las que va a nutrirse el pensamiento de Lévi-Strauss van a ser la geología, disciplina a la que desde muy joven se había dedicado por inclinación personal, “porque nadie mejor que ella narra el tiempo de la tierra”. Freud, tal como es entendido por el propio Lévi-Strauss, alguien “que excava en las ruinas del paisaje psíquico y cuyas leyes intenta establecer”. Y Marx, como “constructor de un modelo teórico apto para la comprensión de la historia”, modelo capaz de ofrecer herramientas teóricas para el desarrollo de la antropología, en última instancia una rama específica de la ciencia histórica. Partiendo de ellos, Lévi-Strauss se propone ir más allá de las apariencias y de las formas sensibles, para organizar un trabajo riguroso y sistemático de desciframiento de aquellas estructuras que se encuentran ocultas en la base de toda forma cultural. Estructuras subyacentes que deben formularse teóricamente. Geología, psicoanálisis, marxismo: “En un nivel diferente de la realidad, el marxismo me parecía proceder como la geología y el psicoanálisis, entendido en el sentido que su fundador le había dado: los tres demuestran que comprender consiste en reducir un tipo de realidad a otro, que la realidad verdadera no es nunca la más evidente o manifiesta y que la naturaleza de lo verdadero se trasluce en el cuidado que pone en sustraerse”. La batalla contra el humanismo filosófico Sin embargo, a diferencia de otros pensadores e intelectuales que también por aquellos años se reclamaban del marxismo, Lévi-Strauss se ve obligado, para poder incorporar la antropología a la disciplina de las ciencias, a dar la batalla contra las corrientes filosóficas que en oposición a la degeneración y el anquilosamiento del pensamiento soviético que ha reducido el marxismo a un economicismo vulgar, levantan la bandera del humanismo burgués como la nueva manera de “leer” a Marx. Desde su irreductible posición científica, materialista, Lévi-Strauss declara la guerra a este nuevo “Sujeto”, “El Hombre”, que los filósofos humanistas levantan y con el cual es absolutamente imposible que avancen las ciencias sociales: “Este insoportable niño caprichoso que ha ocupado tanto tiempo la escena filosófica, impidiendo un trabajo serio al reclamar todas las atenciones”. Armado con esas herramientas teóricas, Lévi-Strauss se lanza de lleno al estudio del repertorio de estructuras ideológicas y culturales primordiales que, en algún momento de su historia, ha compartido toda la humanidad de todas las épocas. Con ese objetivo, el estructuralismo antropológico de Lévi-Strauss arranca de la experiencia y el conocimiento empírico que proporciona la etnografía para analizar, en cada sector de la vida social, la red de oposiciones y correlaciones, de relaciones unívocas y multilaterales, que lo organizan internamente. Ese es, para él, el fin último de la antropología: “contribuir a un mejor conocimiento del pensamiento objetivado y de sus mecanismos”.La conclusión final a la que llega será sorprendentemente revolucionaria. En contra de las ideas dominantes en la comunidad científica y en el pensamiento del hombre común de su época, afirmará que no existen unas culturas superiores a otras. El sistema de pensamiento y su elaboración es idéntico en las culturas neolíticas y en las sociedades industriales. De un dominio a otro de la cultura, lo que varía es el objeto (contenido) al que se aplican unas mismas operaciones mentales (formas).Y lo demostrará desvelando cómo incluso en las comunidades más primitivas que estudia existe un pensamiento lógico, abstracto, capaz de clasificar, relacionar y ordenar una buena parte del mundo natural inmediato que lo rodea a partir de sus propiedades. Lo que le llevará a formular y defender la existencia de una “ciencia neolítica”, ciencia en estadio rudimentario pero que ya posee, aun cuando sea en forma limitada, de los elementos de objetivación, racionalidad, abstracción y sistematización propias de la ciencia moderna Pero la relación con la naturaleza y su conocimiento es sólo unos de los aspectos que conforman la organización de las sociedades humanas. El otro está constituido por las formas que adoptan las relaciones entre los individuos de un determinado grupo social y de éste con otros grupos sociales. Para ello, Lévi-Strauss, lleva a acabo una exploración minuciosa y a fondo en torno a lo no visible, acometiendo una ingente tarea de descodificación de los lenguajes del mito, de las máscaras sociales y de las expresiones visibles del subconsciente que ocultan una relación –es decir, una estructura– que en realidad es compartida por todos los hombres y todas las sociedades humanas más allá de su estadio de evolución histórica, de su adscripción geográfica o, incluso, del azar. Sólo un año después de la publicación de Tristes Trópicos, donde ha hecho una inequívoca defensa del marxismo, Lévi-Strauss, sin embargo advierte, ante la deriva que está tomando la interpretación del marxismo hecha por los nuevos popes de la ortodoxia soviética y la respuesta que desde el pensamiento “marxista” occidental se le está dando, que la aportación de las ciencias humanas y sociales “no se evaluará en función de sospechosas fórmulas estereotipadas y doctrinas a la moda, sino en función de los nuevos horizontes que sepan abrir a la humanidad para que ésta pueda comprender mejor su historia.” Una respuesta a la ortodoxia soviética A lo largo de los años 50 y 60, el mundo va a vivir una de las mayores conmociones vividas en su historia. La degeneración de la URSS y su trasformación en una superpotencia hegemonista abre una encrucijada, también y especialmente en el mundo del pensamiento, de una magnitud incalculable. ¿Qué ocurre con el marxismo entonces? ¿Es la URSS de Jruschov y Breznev la conclusión inevitable de sus teorías y hay que conformarse con lo “realmente existente”? ¿Hay algo que esté mal planteado y deba cambiarse? ¿Hemos leído mal a Marx y hay que releerlo? ¿O hay que abandonarlo? Aunque sin implicarse nunca abiertamente en esa lucha teórica o política, la admirable actitud de Lévi-Strauss de no renunciar a los conceptos científicos fuertes del marxismo, pero al mismo tiempo alejarse radicalmente de las “fórmulas estereotipadas” en que la ortodoxia soviética quiere encerrarlo, va a abrir las puertas a toda una generación de jóvenes intelectuales y pensadores que en algún momento –y con independencia de su evolución posterior– seguirán en gran medida el camino emprendido por Lévi-Strauss, realizando originales desarrollos y brillantes aportaciones a numerosas ramas del saber y del pensamiento. Althuser, Lacan, Focault, Piaget, Braudillard, Deleuze, Derrida, Umberto Eco, Slavoj Zizek… Todos ellos abrazarán en algún momento de su vida intelectual los métodos del estructuralismo aplicados por Lévi-Strauss a la antropología para desarrollar sus propias concepciones en los distintos ámbitos del pensamiento al que se dedican. Posiblemente, el legado más importante de Lévi-Strauss a toda esta generación sea su lectura no economicista ni determinista del marxismo. Algo que en esos años chocaba frontalmente con la deformada visión que Moscú ofrecía del marxismo al Movimiento Comunista Internacional o a todos aquellos que, sin ser militantes comunistas, estaban interesados y se sentían atraídos por la potencia y la originalidad de la obra de Marx. Debido a lo específico de su objeto de estudio –las formas culturales que expresan la estructura interna de organización de una sociedad dada–, la lectura que Lévi-Strauss hace de Marx –combinadamente con la de Freud– le lleva a adquirir una visión dialéctica, no mecánica, de las relaciones entre la base económica material de una sociedad, las relaciones de producción, y la superestructura política, religiosa, ideológica, jurídica, de parentesco, etc., que se levanta sobre ellas. Aunque nunca formulada explícita ni teóricamente –Lévi-Strauss nunca fue, ni lo pretendió ser un teórico marxista, ni siquiera un marxista en sentido estricto–, de forma práctica en su obra encontramos una comprensión en gran medida correcta de esta relación, en la que la base económica es determinante en última instancia, pero en la que a su vez la superestructura actúa e influye sobre ella, sobredeterminándola en determinadas condiciones.

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