Italia descubre la edificación defectuosa en el terremoto

La naturaleza y el máximo beneficio

Italia no se ha recuperado del horror y la tristeza del terremoto de L´Aquila para descubrir con indignación que no todo fue culpa de la imponderable naturaleza. Las ví­ctimas y familiares de los casi 300 fallecidos aprietan los puños mientras los técnicos sacan a la luz numerosos casos de edificación sobre fallas, materiales de construcción de pésima calidad o estructuras endebles. Pero la región de l´Abruzzo no es ningún caso particular. En un paí­s habituado a movimientos sí­smicos de intensidad severa que sólo en el siglo XX han dejado más de 100.000 muertos, la mitad de los italianos vive en áreas de riesgo natural y la mitad de las casas del paí­s no cumple las normas antisí­smicas, ni siquiera el 75% de los edificios públicos.

La alarma no udo ser obviada cuando las cifras saltaron a la cara. Los expertos estiman que un terremoto de magnitud 5,8 en laescala Richter debería haber dañado en la zona afectada sólo a 38.000 edificios, pero casi exceden los 60.000. Algo pasaba.Y en efecto, las primeras investigaciones sobre el terreno del ejército de ingenieros, arquitectos y peritos desplegado en la zona movían al grito en el cielo. Un barrio entero de L’Aquila, Pettino, fue construido sobre una gran falla de diez kilómetros. Otro edificio de seis pisos en la Piazza Paoli, tristemente célebre por ser la tumba de escombros de 26 personas, estaba erigido sobre una pendiente inestable, y sus pilares –mucho más estrechos de lo necesario- se doblaron como una rodilla ante la primera embestida sísmica.Pero el escándalo más descomunal, porque es el delito donde se ve de forma más directa su vinculación con el lucro del constructor, es la profusa utilización, en gran parte de los escombros analizados de arena de playa –cuya salinidad corroe el hierro del enrejado- en el cemento. Se consigue así un notable abaratamiento –la mitad- de los materiales de construcción, así como con la utilización de hormigón de ínfima calidad. Otros arquitectos han documentado vigas mal colocadas, pilares mucho más finos de lo debido y otras evidencias de una construcción barata, acelerada y criminalmente negligente en una zona que se sabe sísmica desde tiempos de Cicerón.. “Con la fuerza de presión del terremoto el cemento armado, si está hecho como se debe, tiene que aguantar, no hay más que hablar”, decía concluyente el presidente de la Asociación Nacional de Constructores, Paolo Buzzetti.La fiscalía de la República ha sido instada por el gobierno Berlusconi a investigar las responsabilidades penales de estos hechos –y no puede hacer otra cosa, debido al clima de consternación nacional que vive el país trasalpino- . Pero el caso de l´Ábruzzo dista mucho de ser un desgraciado caso singular, y se ha revelado como un sangriento síntoma de un mal endémico de Italia, un país que en 1908 vio el pavoroso terremoto de Messina (100.000 muertos) y en 1980 el de Irpina (2.700 muertos). Y no es que el país no quiera aprender, es que las necesidades de un capitalismo raquítico y marrullero han impuesto un modelo urbanístico acelerado y de alto riesgo, sobretodo a partir de la década de los 60, donde la mitad de los ciudadanos viven en zonas de peligro y sus edificaciones son más baratas que seguras. De esto no se escapan los edificios públicos, que según la ley, deben cumplir un 40% más de garantías que los privados. En L´Aquila se han caído todos, incluyendo los modernos edificios construidos en la escarpada ladera este de la cuidad.¿Mafias?. Es evidente que son una buena parte del problema. Y de hecho todo el mundo sabe que estas “empresas”, que facturan el 10% del PIB de Italia, tratarán de abalanzarse sobre el suculento bocado de la reconstrucción del Abruzzo. Pero reducir el problema endémico a la actuación del crimen organizado y sus semilegales ramificaciones económicas sería demasiado tranquilizador. Porque la ley del “mínimo coste, máximo beneficio” no es aplicable sólo a los sectores “extremos” y criminales de la burguesía, sino a todo el régimen social capitalista. Con mafias o sin ellas, somos mercancía para ellos.

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