SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La moviola de 1930

El arranque del año se ha convertido en algo parecido a un castillo de fuegos artificiales cargado con los viejos problemas que alimentan y magnifican lo que ya es un huracán sistémico, que dejará aún más destrozado el crédito de España y de sus instituciones. El hálito de recuperación de la economía no tendrá vigor para contrarrestar los daños, porque estos requieren algo más, aunque no parece que los guiones oficiales de la política española estén en esa onda, más bien están en la contraria: el conglomerado partidario y mediático no quiere cambios y se afana cada día en constreñir el espacio de expresión y decisión de los ciudadanos a los que se denomina, en un ejercicio agudo de cinismo, titulares de la soberanía nacional.

Todo exhala el aroma confuso y caduco de 1930. Para el establishment de entonces no pasaba nada, se iría imponiendo la normalidad, ignorando las corrientes profundas del descontento que avanzaban por toda la geografía del país. El repaso a la prensa de aquel año es un ejercicio recomendable para comprobar los pronunciamientos de unos y otros y la falta de pulso de la España oficial. Hoy esa España oficial flota sobre las inercias y el engaño, pero, a diferencia de otras situaciones análogas de nuestra historia contemporánea, no hay ni Pacto de Ostende (1866) ni Pacto de San Sebastián (1930), y nos vemos obligados a hacer elucubraciones sobre la evolución e impredecible final del régimen, sabiendo que sus caducos protagonistas se refugian en los palacios oficiales, Zarzuela o Moncloa, y en la frágil tela de araña institucional que podría ser rasgada por cualquier acontecimiento inesperado. Para ellos la única divisa es la resistencia; para los demás, la sumisión o la protesta.

El vía crucis electoral de los que mandan

El ciclo electoral que se iniciará el próximo mes de mayo con el reparto de canonjías de las europeas y que se prolongará un año hasta las legislativas irá marcando las estaciones de un camino que ignoramos adónde nos conducirá, porque no hay carta de navegación alguna. Han sido tanto el descrédito y el hastío que es previsible que los partidos turnantes en el poder durante tres décadas pierdan apoyos, porque populares y socialistas centran las iras de la desafección social. Algunos piensan que será el fin del bipartidismo. Podría ocurrir, pero creer que con ello la política española puede emprender derroteros más democráticos me parece exagerado, si previamente no se cambian las reglas del juego que han propiciado este enorme fracaso. Y tampoco se puede descartar que los afectados, el PP y el PSOE, llegaran a entenderse o a coaligarse para evitar su desplazamiento del poder, porque ninguna de las fuerzas que esperan crecer a costa de ambos, fundamentalmente UPyD e IU, conseguirá apoyos para suplantar a alguno de ellos. Los nacionalistas vascos y catalanes ya no cuentan porque sus objetivos son otros, tanto que están en el epicentro de la crisis aguda del régimen del 78. Véanse Cataluña y País Vasco, hermanados ya en el derecho a decidir.

Es verdad que UPyD e IU ganarán votos y escaños, producto del desengaño y de la protesta, pero me temo que no encandilarán al electorado con proyectos sugerentes para dar la vuelta al calcetín de la crisis española. Hasta ahora no es así: UPyD se resiste a levantar la bandera del cambio de régimen, y mira que lo tiene fácil, e IU se mantiene en la placidez confortable de ser cirineo del decrépito PSOE; ya lo han hecho en Andalucía y lo volverán a hacer en cualquier otro lugar, porque saben que nunca captarán con sus propuestas al nutrido electorado de centroizquierda que es el que, de verdad, se encuentra huérfano de opciones políticas en éste final de la Transición. Los desvaríos del PSOE han abierto un enorme agujero en esa franja electoral que, por el momento, ninguna organización o propuesta parece rellenar. El agujero del PP en el centroderecha es menor pero, al paso que van, pueden “mejorarlo”.

La democracia y la economía seguirán en lista de espera

El PSOE perdió su famoso suelo electoral, fijado en el 30% de los votos, y continúa bajando, y el PP parece que volverá al 33/34 por ciento que conseguía la extinta UCD. En un escenario así, con la economía renqueando y el “derecho a decidir” de nacionalistas catalanes y vascos in crescendo, amén de la imparable crisis de la Monarquía, no sería extraño que, después de las elecciones europeas de mayo, esos dos partidos se abrazaran no para resolver los problemas españoles, sino para aguantar el envite del temporal. Ni el uno ni el otro pueden aspirar a enfrentarlo en solitario y tenderán a lo fácil, aunque ello suponga la amenaza a su supervivencia a medio plazo. En el caso del PSOE parece algo cantado como le ha ocurrido a otros partidos socialistas europeos y el PP probablemente sufrirá fuertes convulsiones internas, si no logra recuperar el favor del electorado moderado al que ha machacado con los recortes sociales y ha despreciado con sus políticas reaccionarias.

El cuadro que se irá perfilando en los próximos meses tendrá contenidos análogos al de 1930, aunque con mayores incertidumbres sobre el desenlace final. Por eso, cualquier apuesta sobre el porvenir político y electoral tiene bastante de elucubración. No obstante, si se analizan con rigor las acciones y comportamientos de los actores principales y, sobre todo, los intereses que persiguen, la elucubración se convierte en la certeza de que España tendrá que seguir más tiempo del deseable en la lista de espera de la democracia y de la economía productiva.

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