Bush se despide dejando una herencia envenenada a Obama

La manzana dorada de Bush

Ante los micrófonos de la Casa Blanca, George W. Bush ha comparecido una última vez como presidente de los Estados Unidos de America. Su mejor sonrisa ha salido a brillar bajo los focos y los flashes de la prensa. Bush ha querido dedicar esta ultima rueda de prensa a defender con orgullo su legado, su herencia. El 11-S, Afganistán, Irak, Oriente Medio… «el libre mercado y la democracia han sido extendidas hacia fronteras desconocidas», ha dicho el presidente saliente. Para Obama tuvo palabras amables «le quedan momentos muy difí­ciles por delante en los que aprenderá que toda la responsabilidad de la presidencia cae de repente sobre sus espaldas». «Pero es una persona inteligente y comprometida», dijo, «sabrá cómo hacerlo».

Bush tiene motivos ara sonreir, porque aunque se va dejando un legado desastroso para la superpotencia, a su sucesor le deja una herencia envenenada. A la presidencia de Barack Obama le aguardan los retos más difíciles desde el fin de la Guerra Fría, con un poderío global norteamericano lanzado en una curva descendente cada vez más acusada, empantanado en una guerra –Irak- y empantanándose en otra –Afganistán-. Pero sobretodo le deja un último regalo, una manzana de oro llamada… Gaza.Si es imposible comprender la historia del Estado de Israel sin partir de la intervención norteamericana por tener un gendarme en la zona de mayor importancia estratégica del mundo, es igualmente impensable entender la demolición sistemática de todos los avances en el proceso de Paz bajo la línea de hegemonía consensuada de Clinton –Acuerdos de Oslo, Estado palestino, entendimiento Arafat-Peres…- sin partir del ascenso del binomio Bush-Sharon. Es decir, sin partir de la estrecha relación entre los sectores más aventureros, agresivos y belicistas del complejo militar-industrial norteamericano con los sectores más duros del sionismo israelí; sin partir de Sharon como brazo ejecutor en Oriente Medio de la política de dictadura terrorista mundial de Bush. La visita de Ariel Sharon, el carnicero de Sabra y Chatila a la Explanada de las Mezquitas –lugar sacrosanto para los musulmanes- prende la mecha de la Segunda Intimada, coincidiendo con los últimos meses de un declinante Clinton, El demócrata, acosado por los sectores más duros del Estado norteamericano –Lewinsky fue becaria del Pentágono ante que de la Casa Blanca- se ve obligado a lanzar la guerra de Kosovo, acabando con el recurso a la fuerza militar un mandato de ocho años donde Washington primó sus instrumentos políticos, diplomáticos y económicos para establecer un orden mundial estable, con EEUU con primera potencia indiscutida e indiscutible, pero donde otras potencias también salían beneficiadas.Ahora Obama pretende reeditar en el mundo post-Bush, al menos en gran parte, los ejes principales de la política exterior de Bill Clinton, con su propia mujer al frente del Departamento de Estado. Evidentemente el mundo que dejó Clinton y el que se encuentra Obama es totalmente distinto, tras ocho años de incendios y EEUU sumido en una profunda crisis económica, política y militar, pero el nuevo inquilino de la Casa Blanca ya ha revelado cuales van a ser algunos de los ejes de la política exterior estadounidense. Obama necesita reconstruir un sistema de alianzas sólido con el que hacer frente a la emergencia de las potencias asiáticas –principalmente de China- es estabilizar la situación mundial. Y para ello es imprescindible desactivar o al menos aplacar la principal falla geopolítica del planeta: Oriente Medio, una región del mundo donde los roces y choques de las principales potencias provocan movimientos sísmicos que pueden desestabilizar todo el panorama global. Obama ya ha dicho que “romperá la tendencia” de sus predecesores en Oriente Medio y que el diálogo con Irán será una de sus prioridades. El nuevo presidente tendrá que desmantelar algunos de los principales pilares de la arquitectura de Bush, aunque no todo. Conservar y afianzar la pieza afgana será una prioridad de la Casa Blanca. Pero los sectores más duros de la clase dominante norteamericana, aquellos que siguen apostando por una política de “garrote y cañonera” para la superpotencia, no están dispuestos a que el sucesor de Bush deshaga el mobiliario político de la Casa Blanca. Y han decidido marcarle en el suelo un límite que ni Carter se atrevió a sobrepasar: el apoyo incondicional que EEUU ha de prestar a Israel, el papel vital del gendarme de Oriente Medio en el diseño del poder global norteamericano. La lanza clavada en Gaza garantiza que las erinías danzarán frenéticas sobre los territorios ocupados durante mucho tiempo. ¿Podrá Obama volver a los raíles de Clinton mientras cae una lluvia de fuego sobre el suelo combustible de Oriente Medio?.

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