SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La lí­nea de Granada

Izquierda Unida, coalición en buena medida controlada por el Partido Comunista de España (un PCE que poco tiene que ver con el pactó la transición) se ha manifestado de acuerdo con la celebración de una consulta sobre la pertenencia de Catalunya a España. IU apoya el derecho a decidir. No es un dato menor si tenemos en cuenta que el PCE, defensor durante el franquismo de la restauración de los estatutos de la Segunda República, nunca había traspasado la línea autonomista. (En 1981, Santiago Carrillo se sumó al frente contra la Loapa impulsado por CiU y PNV). La actitud de de Cayo Lara es especialmente significativa si tenemos en cuenta que la formación que lidera es hoy actor imprescindible en la administración de la España meridional. (En Andalucía, IU gobierna en coalición con el PSOE; en Extremadura, por el contrario, deja gobernar al Partido Popular).

La posición de IU también es relevante en la medida que esta formación parece atraer parte del voto juvenil descontento con los partidos más tradicionales, por el que también compite UPyD, con un discurso rotundamente anticatalanista. El giro de Izquierda Unida ha dejado bastante indiferente al sector más sentimental del soberanismo catalán, que sólo vive para imaginar el Inminente Advenimiento. Vive de las invectivas del contrario (que no son pocas). Todo apoyo, o matizada muestra de comprensión, desde el ámbito español, le parece poco e incluso le molesta, porque rompe su oración religiosa.

El Partido Socialista Obrero Español, averiado y con una dura competición interna, aún abierta, se acaba de mover. En plena crisis, el segundo partido político español lanza una propuesta de revisión constitucional que pretende cerrar el sistema autonómico con objetivismo federal: clarificación de competencias, transformación del Senado en cámara territorial e introducción del principio de ordinalidad en la financiación.

El PSOE no cuestiona los conciertos forales del País Vasco y Navarra -nunca lo hará-, pero habla por primera vez de revisar a la baja los generosos sistemas de cálculo del cupo vasco y del convenio navarro. No es poco, si tenemos en cuenta la irritación que este enfoque provoca en el clúster confederal del Norte. Tampoco es asunto menor esa tímida aceptación del concepto de ordinalidad, idea de matriz catalana que levanta ampollas en las comunidades receptoras de la solidaridad interna. Alfredo Pérez Rubalcaba ha tenido que ceder en este punto a la presión del PSC. Hasta aquí, la novedad. Luego viene la cautela en una España en la que aumentan sin cesar los partidarios de la recentralización, especialmente en Madrid y en las dos Castillas. El PSOE usa un lenguaje encorsetado y temeroso. Dice no a la consulta. Y no quiere ir más allá del artículo dos de la Constitución: nacionalidades y regiones, sin entrar en más detalles.

Rubalcaba, sin embargo, se ha movido. Se ha movido pensando también en Valencia. No quiere romper con el PSC, ni resucitar la federación catalana del PSOE, que, en realidad, dejó de existir hace ahora 77 años. No todo el mundo en el Partido Socialista piensa lo mismo. Hay una corriente -latente- que desea un rápido viraje retórico y mediático a la izquierda, sin más tropezones catalanistas. Mensaje unificado para toda España, dureza con el soberanismo para competir mejor con el PP, taponar a IU -si es necesario, con unas gotas republicanas-, e intentar atraer al inquieto juez Baltasar Garzón y sus conexiones kirchneristas. Si el PSC se resiste, creación de una federación catalana del PSOE bien comunicada con Ciutadans. Para una mejor compresión de esta línea es muy aconsejable releer la carta abierta remitida por Carme Chacón a Pere Navarro hace ahora dos meses.

Hay movimiento. Y al soberanismo, saturado de emociones, le cuesta discernir entre el análisis político y la adoración nocturna de la Ferida Lluminosa. (Dispositivo defensivo hoy estimulado por el objetivo endurecimiento español, los mensajes amenazadores que no cesan de aflorar en la periferia del PP marianista, la difícil gestión de las elecciones del pasado 25 de noviembre, y la visible tendencia de la sociedad catalana a una mayor fragmentación política).

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