La izquierda y la edad de oro de las oligarquías

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Benoît Hamon ha roto un tabú. El diario ‘Le Monde’ acaba de publicarel compromiso del candidato del Partido Socialista a la presidencia de Francia con el cierre progresivo de las centrales nucleares en un horizonte de 25 años. Su idea es que ya en 2025 el 50% de la generación eléctrica sea de origen renovable. Una verdadera revolución en un país que ha convertido la energía nuclear en su estandarte energético.

Martin Schulz, el candidato socialdemócrata a la cancillería de Alemania, camina en la misma dirección. Su estrategia pasa por recuperar el voto perdido por el SPD a su izquierda, y de ahí que el anterior presidente del Parlamento Europeo se presente ante los votantes -el programa todavía no es público- como el político que reivindica la socialdemocracia clásica, con una posición muy alejada de Merkel y de sus gobiernos de coalición. Se plantea, incluso, pactar con Die Linke (La Izquierda), heredera de los comunistas de Erich Honecker.

Algunas encuestas ya le dan como ganador, y recientemente ‘Financial Times’ escribía de forma premonitoria: “La expresión ‘Merkeldämmerung’ está presente en la política alemana desde hace más de un año. Su nombre deriva de ‘Götterdämmerung’, o ‘El ocaso de los dioses’, la última parte del ciclo de ‘El anillo del nibelungo’ de Richard Wagner. Refleja la idea de que cae el telón sobre la ilustre carrera política de la canciller Angela Merkel”.

En Italia, el Partido Democrático se ha roto por su izquierda tras el nacimiento de Sinistra Italiana, un movimiento situado en el ámbito de Podemos que se ha constituido recientemente como partido político, y que está llamado a disputar a Matteo Renzi buena parte del electorado de izquierdas.

Francia, Alemania e Italia son hoy la expresión de un movimiento más amplio que tiene que ver con la reinvención obligada de la socialdemocracia, que ha visto como el ecosistema que hacía atractiva su oferta electoral -el ensanchamiento del Estado de bienestar y la conquista de derechos- se ha quebrado. Hasta el extremo de que hoy el sistema productivo -creciente robotización, globalización, nueva organización del trabajo o nuevas formas de familia- parece incompatible con los viejos manuales del socialismo.

Los nuevos paradigmas

Los partidos conservadores -más desideologizados- han entendido mejor ese cambio del paradigma productivo y se hanapartado con mayor rapidez al nuevo escenario, lo que explica, por ejemplo, en el caso de España y pese a los múltiples casos de corrupción, que sus problemas no sean tan estructurales.

Hoy, incluso, son muchos los que creen que el centro derecha se ha hecho socialdemócrata, lo que ha achicado aún más el campo de juego de los socialistas. Hasta los populismos (de derechas e izquierdas) y los neonacionalismos (de derechas e izquierdas) han entendido mejor los cambios en el modelo productivo para hacer un guiño a un electorado ideológicamente desorientado, algo que explica sus éxitos electorales en territorios donde antes triunfaban fuerzas obreras.

La izquierda en España, por el contrario, casi siempre cainita, ha optado por el guerra civil, lo que explica la constelación de fuerzas que luchan por un mismo electorado, también dentro del PSOE. No es nada nuevo. Mientras Franco avanzaba por el territorio nacional, la izquierda se desangraba en luchas intestinas extremadamente cruentas intentando hacer la revolución en medio de la guerra civil.

Hace unos días López Bulla, antiguo dirigente de CCOO en Cataluña,hacía mención de un libro del historiador italiano Francesco Barbagallo en el que analiza la figura de Enrico Berlinguer, el histórico dirigente del PCI. Y recomendaba a la izquierda que recuperara el juego de corrientes que existía en el partido comunista más poderoso de Europa en los años 70 y 80, donde convivían posiciones tan diversas como las de Amendola, Napolitano y Lama(a la derecha), o Ingrao, Reichlin y Bassolino (a la izquierda), todos ellos dirigentes de primer orden. No eran mindundis recién llegados a la política ni activistas nacidos en circunstancias excepcionales, como los actuales dirigentes de Podemos.

López Bulla recordaba que al final de cada congreso del PCI, Berlinguer “cosía elegantemente” los diversos retales “como un sastre consumado” y fijaba la posición mayoritaria del partido con sobriedad, sin estridencias. “No era generosidad. Era política”, concluía. ‘Manca finezza’, que diría Andreotti.

En el fondo, era una manera de trasladar al partido lo que se pretendía hacer en la sociedad, que no era otra cosa que crear una nueva mayoría social con ‘retales’ de un sitio y de otro para poder confeccionar una pieza compacta. Casi de orfebrería.

No es el caso de España, donde la fragmentación de la izquierda hace imposible una nueva mayoría social. Larga vida a Rajoy en la Moncloa, que ahora, con 137 diputados de 350, puede presumir ante las cancillerías europeas, con sólidos argumentos, de que España es un oasis de estabilidad política (aunque no pueda aprobar los Presupuestos Generales de 2017).

Una década después

El hecho de que la izquierda pierda las elecciones, con todo, no es lo más relevante. Al fin y al cabo, se trata de una cuestión interna de los partidos concernidos y solo los electores deciden quién debe gobernar y quién no debe hacerlo. Y el PP es de largo el partido más votado.

Lo significativo es que en actual periodo de ebullición que afecta a la mitad del electorado -más propio de la Transición que de una democracia consolidada- aparece como muy improbable cualquier reforma en profundidad del Estado sin un consenso básico entre izquierda y derecha. Y como consecuencia de ello, una década después del estallido de la crisis (en julio de 2007 Bear Stearns anuncióque liquidaba dos ‘hedge funds’ arrastrados por las hipotecas ‘subprime’) la arquitectura institucional -económica y política- sigue igual. O para ser precisos: exactamente igual.

Nada se ha movido. Eso quiere decir que las causas que explican la dureza de la crisis por motivos institucionales -lo que muchos llaman el déficit democrático o la baja calidad de la democracia- continúan produciendo estragos. O expresado de otra manera, la ley de hierro de la oligarquía, como la llamaron Acemoglu y Robinson, sigue ahí, como una espada de Damocles. Las élites extractivas se mantienen y solo cambia la identidad de quienes están en la parte alta de la pirámide social o la gente que se beneficia del sistema clientelar. Pero nada más.

Los problemas demográficos y territoriales, la politización y la falta de confianza en lajusticia la independencia de los organismos reguladores, el escaso avance en la igualdad de oportunidades, la educación, los incentivos a la innovación tecnológica o la separación de poderes son cuestiones que van mucho más allá que la simple aprobación de leyes ordinarias. Sin duda, necesarias, pero insuficientes para modernizar el Estado. Y parece obvio que mientras que no se recuperen ciertos consensos básicos, España estará sembrando la discordia del futuro.

Eso es hacer política, que no es lo mismo que ganar elecciones. Estar permanente en campaña electoral solo conduce al fracaso. Y muy probablemente, a la melancolía.

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