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La inversión de las élites en polí­tica

La superclase cada día es más rica, aquí y allá, su avaricia no alcanza límites, y la clase política gobernante mirando a otra parte, como si la pobreza y desigualdad creciente, que van de la mano, no fueran con ellos. No escuchan a las voces que en nuestro país, por ejemplo, claman por un pacto contra la pobreza infantil. No hacen nada ante informes que advierten de la miseria creciente entre quienes trabajan. De los parados ni hablamos. Les da igual que familias enteras sufran pobreza energética y/o se vean desahuciadas por una ley hipotecaria injusta.

Se mofan de nosotros, y en su desvarío suministran a la ciudadanía doble ración de cicuta. Nos cuelan una reforma laboral indecente que hunde el salario. Por la puerta de atrás montan un paripé de reforma de ley hipotecaria que deja todo como estaba. Someten a los más débiles a una desprotección sin parangón en nuestra historia reciente. Y todo en aras de la competitividad, flexibilidad, y eficiencia.

¡Mentira! Todo es una gran mentira. Pasan olímpicamente de los emprendedores, de los trabajadores, de aquellos empresarios que trabajan duro de sol a sol. Por el contrario no dejan de legislar en favor de los distintos oligopolios, monopolios, monopsonios controlados por élites gerenciales que, además de saquear a sus accionistas, no pagan sus impuestos en sus países de origen. Está claro que esperan su recompensa en forma de puertas giratorias.

La desigualdad, a niveles previos a la Gran Depresión

Déjenme darles sólo un dato. Según una investigación reciente, realizada por los profesores Emmanuel Saez, de la Universidad de California, y Gabriel Zucman, de la London School of Economics, el 0,01% más rico de los estadounidenses posee ya más del 11 por ciento de la riqueza total de la nación. Es la cuota más alta que dicho grupo acapara desde 1929, justo antes de la Gran Depresión.

¿Por qué hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo hemos permitido como sociedad la infiltración de las élites corporativas en la acción política? ¿Cómo es posible tanta insensibilidad, semejante indecencia? En realidad, la superclase, además de invertir en jets personales, yates gigantes, obras de arte, áticos de lujo, también compra voluntades políticas. En Estados Unidos, por ejemplo, su “inversión” en política ha crecido más rápidamente que sus gastos en cualquier otro bien. Ha estado creciendo incluso más rápidamente que su riqueza.

De acuerdo con un estudio realizado por los profesores Adán Bonica, Nolan McCarty, Keith Poole, y Howard Rosenthal, en el ciclo electoral de 2012, el último para el que contamos con buenos datos, las donaciones de la superclase representaron más del 40 por ciento de todas las contribuciones de campaña. Se trata de un enorme aumento desde 1980, donde “solo” representaban el diez por ciento del total de las contribuciones de campaña.

Y no les quepa ninguna duda que “sus inversiones políticas” dan sus frutos, vamos, que son muy rentables. Cada día estos grupos gozan de impuestos más bajos, tanto ellos como sus negocios. Si hace falta, sin ningún tipo de rubor, porque ellos se lo merecen, exigen y consiguen subsidios a sus corporaciones y conglomerados; logran que con deuda pública se rescaten sus desaguisados. Respecto a los procesos judiciales, mejor ni hablamos, las empresas niegan los hechos y sus ejecutivos no van a cárcel. Se legisla estableciendo reglamentos a su medida, y además no se aplican las leyes antimonopolio a aquellos grupos que impiden la libre competencia.

Lo que nos jugamos

Las élites gerenciales dominantes y sus brazos políticos, hace tiempo que vienen distorsionando multitud de conceptos económicos, políticos y sociales, no por accidente, sino intencionadamente, con el fin de acomodar posiciones de conveniencia para determinados grupos. Crearonel intervencionismo del mercado en nombre del no intervencionismo, y puestos a exigir, pidieron y piden que el gobierno no interfiera para proteger al ciudadano en situaciones límites como la actual. Corrompen el gobierno y luego piden un gobierno pequeño.

Vivimos de facto en una especie de dictadura corporativa. El enorme filósofo político Sheldon S. Wolin la bautizó como totalitarismo invertido, concepto que ya hemos desarrollado ampliamente desde estas líneas. La situación es muy dura. Los mecanismos internos que una vez hicieron posible una reforma gradual son ahora totalmente ineficaces. El poder corporativo mantiene su estrangulamiento sobre nuestra economía y la gobernanza, incluyendo nuestros cuerpos legislativos, el poder judicial y los medios de comunicación. Y no se cortan un pelo, estas fuerzas corporativas son capaces de utilizar el aparato de seguridad para criminalizar la disidencia.

La superclase va a intentar conservar su poder. Pero para ello necesita consolidar su control sobre el sistema global de la deuda. Por eso para la ciudadanía es vital, por un lado, una profunda reconversión de un sistema financiero sobredimensionado, a costa de gerencia y acreedores. Pero por otro, debemos exigir además, como única reforma estructural real, en aras de nuestra libertad, una reestructuración de la deuda, mediante las correspondientes quitas. Si eso ocurriese, automáticamente la superclase se arruinaría y perdería el control del poder. Y es aquí donde deberíamos ser proactivos y presionar hasta que emerja con fuerza una nueva clase política que asuma estas medidas.

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