La cadena de revueltas populares que recorre el norte de África y el mundo árabe es una impresionante manifestación de las ansias de libertad, progreso y justicia social que existe en el alma de la gente sencilla de todo el planeta.
Con sus levantamientos, los ueblos norteafricanos y árabes han derribado la miserable falsedad de aquellos que han querido condenarlos a elegir entre unos regímenes autocráticos e híper-corruptos, impuestos y al servicio de las grandes potencias imperialistas, y un sombrío fanatismo fundamentalista. Como reguero de pólvora, una oleada de cambio se extiende desde el Magreb hasta el Golfo Pérsico, una inmensa región de más de 250 millones de habitantes y que contiene la mayor parte de las reservas energéticas del mundo. Pero, ¿quién dirige ese cambio y hacia dónde quiere conducirlo? Sorpresa, pero menos La sucesión de levantamientos ha constituido una sorpresa para casi todo el mundo. Pero no para la Casa Blanca. Ya en agosto del pasado año, Obama ordenó a sus asesores un informe secreto para identificar probables focos de conflicto en la región, y estudiar cómo EEUU podía impulsar el cambio político en unos Estados que son valiosos aliados de Washington. El informe era concluyente: un amplio conjunto de países en la zona“estaban maduros para la revuelta popular” y EEUU debía saber combinar sus intereses estratégicos con el recambio de unos regímenes dictatoriales que sólo podían conducir a una más amplia y peligrosa inestabilidad. Especialmente en Egipto, el país clave para la seguridad de Israel, el control del canal de Suez y el liderazgo demográfico, político y militar sobre el conjunto del mundo árabe. Intentando adelantarse a los acontecimientos, Washington ha pasado a actuar como el pirómano que es a la vez el jefe de los bomberos. Aplicando ellos mismos la cerilla a un pajar reseco, confían poder controlar el incendio antes de que una excesiva acumulación de paja lo hiciera incontrolable. El problema es que los incendios se sabe cómo empiezan, pero no cómo acaban. Actuando de este modo, EEUU asume un gran riesgo. ¿Por qué? En primer lugar se trata de apagar o reconducir el enorme descontento social acumulado contra unos regímenes autoritarios e híper corruptos. Para la población del mundo occidental, la crisis significa rebajas salariales, recortes de pensiones y empeoramiento de las condiciones de vida. Pero para los pueblos del norte de África y del mundo árabe se traduce, sencillamente, en hambre. La subida del precio del trigo y los alimentos básicos está conduciendo, literalmente, a miles y miles de personas al borde de la inanición. Y la única alternativa de los Mubarak a esta situación era la represión. Lo que a su vez sólo podía conducir a incrementar el descontento social y alimentar estallidos incontrolados de imprevisibles consecuencias. Un as oculto en la manga Pero sobre todo, Washington asume este riesgo porque confía en poder reconducir las revueltas sobre la base del dominio absoluto que posee sobre el aparato militar de cada uno de estos países. En su inmensa mayoría, estamos hablando de regímenes políticos, construidos a los largo de 30 años, en los que una minoría hipercorrupta ha podido ejercer el poder, medrar y enriquecerse sin límites a cambio de permitir a EEUU poseer el control total de sus aparatos políticos y militares. Mientras el poder militar estuviera bajo control y los gobiernos siguieran sus dictados, Washington los mantuvo bajo su amparo. Sólo en Egipto, el ejército es el destinatario de más del 80% de la ayuda financiera que Washington destina al país. Desde comienzos de los años 80 –tras el asesinato de Anwar el Sadat, un personaje que pese a cambiar la línea de independencia nacional de Nasser por el alineamiento con Washington, no resultó tan maleable como necesitaban–, el ejército egipcio, bajo control y padrinazgo, del Pentágono ha sido el actor clave del régimen. Un auténtico “régimen” dentro del mismo régimen, cuyo poder no se reduce estrictamente a lo militar, sino que juega un papel de primer orden en la política del país y constituye el mayor poder económico egipcio. Esta es la columna vertebral del control norteamericano sobre Egipto. Preservarlo a toda costa, aunque para ello sea necesario proceder a un cambio político, de mayor o menor intensidad según se desarrollen los acontecimientos y la correlación de fuerzas, es la máxima prioridad de la Casa Blanca. En el momento en que la permanencia de Mubarak podía llegar a suponer potencialmente más riesgos que garantías, Washington se ha adelantado a sustituirlo. Confiando en poder pilotar con éxito, sobre la base del control del aparato militar, la transición hacia un nuevo régimen. Como dijo alguien una vez en la transición española, también en Egipto se trata de “cambiar el régimen para asegurar la continuidad del Estado”. Hace años, en plena campaña sobre el referéndum de la OTAN, nuestro partido popularizó una coplilla que decía: “Señores la independencia, va unidad a la libertad. No queremos ser el Vietnam, y tampoco Afganistán”. La transición que ahora EEUU quiere dirigir en estos países, también va a traer, en el mejor de los casos, una libertad limitada y controlada a los pueblos del norte de África y el mundo árabe. Egipto (y Bahrein, y Arabia Saudita, y Marruecos,…) ocupan un papel vital en la estrategia global de la hegemonía yanqui. De su control dependen la seguridad de su aliado clave en la zona Israel, la contención de una potencia regional incontrolada (Irán), el dominio sobre la mitad de las reservas energéticas del mundo (y con ellas la capacidad potencial de “estrangulamiento” de la economía china), el control de varios enclaves vitales para la dominación oceánica y las rutas marítimas (la orilla sur del Estrecho de Gibraltar, el Canal de Suez, el estrecho de Adén, el de Ormuz,…) Bajo la dirección de Washington, el único cambio posible es aquel que garantice y refuerce su control y dominio de una región tan estratégicamente decisiva para sus intereses globales. Las ansias de libertad y progreso que estas semanas están mostrando los pueblos del Norte de África y el mundo árabe sólo podrán venir de la ruptura de estos lazos de dominación y dependencia. Sólo el acceso a una plena independencia y soberanía nacional podrá conducirles a la conquista de la democracia y a las necesarias transformaciones económicas y sociales para sacar de la pobreza a la mayoría de la población. El riesgo del pirómano bombero Sin embargo, al ponerse al frente de la oleada de cambios que sacude la región Washington está jugando con fuego y asumiendo un riesgo de proporciones hoy inimaginables. Las revueltas sociales y populares no tienen hoy, desde luego, un contenido conscientemente antihegemonista. Pero concluir de ahí que EEUU va a poder controlar y reconducir fácilmente una situación tan compleja, incendiaria y laberíntica es, como mínimo, precipitado. Muchas pulgas saltando al mismo tiempo y en distintas direcciones pueden llegar a ser demasiadas para sólo cinco dedos. Obama ha dado un paso muy arriesgado al alentar los incendios en una región de por sí incendiaria. Veremos si no acaba siendo recordado como el aprendiz de brujo que desató unas potencias subterráneas que no fue capaz después de controlar. Las masas de los pueblos norteafricanos y árabes anhelan un sistema de libertades y un nivel y un estilo de vida al menos comparable con lo que observan en las sociedades occidentales desarrolladas. Pero ese sistema y ese estilo de vida está en gran medida sostenidos, precisamente, sobre la explotación y la opresión del tercer mundo. Al estallar la revuelta egipcia hemos asistido a un hecho aparentemente desconcertante. EEUU –y en general las potencias imperialistas– la han saludado con la misma satisfacción que Irán o Hamas. La historia se encargará de demostrar quien reía por no llorar. Washington ha desatado múltiples incendios simultáneos en una región vital para sus intereses globales, en la creencia de que sus escuadrones de bomberos armados serán capaces de sofocarlos y levantar en su lugar nuevos regímenes más dóciles y controlados. Pero ni el pueblo egipcio ni las masas del norte de África y del mundo árabe han dicho aún su última palabra.