La izquierda frente a la crisis: marxismo o alquimia

La imposible ruleta rusa del capitalismo

Durante siglos, los alquimistas medievales buscaron infructuosamente hallar la piedra filosofal, la fórmula mágica capaz de transmutar cualquier materia en oro. Tuvo que llegar el siglo XVII, con Galileo, Kepler y Newton para que el pensamiento cientí­fico pudiera dejar atrás todas esas supercherí­as. También hoy, en pleno sigo XXI, hay gente en la izquierda empeñada en encontrar la nueva piedra filosofal capaz de transmutar el capitalismo en un sistema benéfico para todos. Y creen haberla hallado en la fórmula del «capitalismo de casino», el causante, según ellos, de todos los males desatados por la crisis.

Para este ensamiento, el origen de la crisis habría que buscarlo en la aparición de una especie de “aberración” en el desarrollo capitalista: la existencia de un capital especulativo completamente desligado de la economía productiva y dotado de la extraña propiedad de revalorizarse a sí mismo a través de complejos mecanismos financieros. Por eso es, afirman, un “capitalismo de casino”. Porque, al igual que ocurre en la ruleta rusa, basta con colocar el capital en el mercado bursátil o en el derivado financiero adecuado para que el dinero adquiera la propiedad mágica de revalorizarse por sí mismo, dinero capaz de crear por sí mismo más dinero. Nuevas teorías, viejas cantinelas Bajo esta fachada de una novísima teoría, que nos explica cómo el capitalismo, gracias a la desregulación de los mercados y las políticas neoliberales, se ha convertido en el siglo XXI en un puro y gigantesco sistema de juego y es­peculación, se esconde en realidad una vieja y vulgar doctrina, una antigua superchería hábilmente remozada, que ya Marx, hace más de 150 años, se encargó de rebatir.“En el capital a interés [el crédito] aparece, por tanto, en toda su desnudez este fetiche automático del valor que se valoriza a si mis­mo, del dinero que alumbra dinero, sin que bajo esta forma descu­bra en lo más mínimo las huellas de su nacimiento. (…) También esto aparece invertido aquí: mientras que el interés es solamente una parte de la ganancia, es decir, de la plusvalía que el capitalista en activo arranca al obrero, aquí nos encontramos, a la inversa, con el interés como el verdadero fruto del capital, como lo originario (…) Para la economía vulgar, que pretende presentar el capital como fuente independiente de valor, de creación de valor, esta forma es naturalmente, un magnífico hallazgo, la forma en que ya no es posible identificar la fuente de la ganancia y en que el resultado del proceso capitalista de producción –desglosado del proceso mismo–­ cobra existencia independiente”.Frente a las tesis de un “tipo de capital” capaz de generar por sí mismo ganancias –reproducidas por los nuevos alquimistas de la izquierda como “posmodernas” pero tan viejas como el interés de la burguesía por ocultar todo el antagonismo que encierra su sistema de explotación–, la realidad es que el capital sólo se conserva y aumenta en contacto con la fuerza de trabajo, incrementando su valor a través de la apropiación de la plusvalía, del nuevo valor creado por la fuerza de trabajo durante las horas de trabajo no remuneradas, arrancada al obrero.En el capitalismo –tanto hoy como hace 100 años– esta plusvalía es la única fuente posible de nueva riqueza, no hay otro origen posible para la ganancia capitalista que la explotación de la fuerza de trabajo. Ocultarla y disfrazarla es el servicio que las “nuevas teorías” sobre el capitalismo de casino hacen a la burguesía.Cuestión distinta es cómo se distribuye esa plusvalía entre las diversas formas que el capital adopta en las distintas etapas necesarias para completar su ciclo de reproducción y revalorización: el capital-dinero (o capital a crédito, necesario para poner en marcha el ciclo), el capital productivo (el destinado a producir todo tipo de mercancías y extraer la plusvalía a la fuerza de trabajo asalariada) y el capital comercial (el encargado de materializar la plusvalía que las mercancías contienen mediante su distribución y venta).Cada una de estas tres formas que adopta el capital son necesarias para completar el ciclo a través del cual el capital se conserva, se revaloriza y se acumula en manos de la burguesía. Ninguna de ellas puede existir desligada de la explotación capitalista. Al contrario, cada una participa de forma directa de la explotación, y por tanto se apropia, en una determinada proporción, de una parte de la plusvalía arrancada a la fuerza de trabajo.Pretender desligar al capital financiero, por más especulativo que sea (y, efectivamente, lo es) del capital productivo y comercial, dotándolo de la propiedad de revalorizarse a sí mismo, de engendrar nuevo capital, de “ser dinero que alumbra dinero” es una quimera tan fantástica y acientífica como la descabellada búsqueda de los alquimistas medievales. Y quienes la levantan no merecen más crédito del que tendría un químico de hoy empeñado en descubrir la piedra filosofal o el elixir de la eterna juventud. El papel del capital ficticio A medida que el ciclo de acumulación del capital se expande, se hace necesario poner a disposición de los capitalistas cantidades cada vez mayores de dinero para ser transformadas en capital. Este es el papel que cumple el crédito, proporcionado por los bancos. Obligado por la ley que tiende a igualar el precio de las mercancías con su coste de producción, el mismo desarrollo de la producción capitalista conduce inevitablemente a la expansión del crédito.El perfeccionamiento constante de la maquinaria, su aplicación a una escala cada vez mayor y la continua división y especialización del trabajo requiere estar aumentando permanentemente el número, la masa y el volumen de los capitales invertidos en la producción capitalista.Y para ello, la burguesía necesita utilizar al máximo todos los resortes del crédito, su necesidad de liquidez monetaria le exige convertir en capital ingentes sumas de dinero hasta entonces inmovilizado.Es en estas mismas épocas de expansión, y en la medida que la tasa de ganancia se incrementa sin cesar, cuando la burguesía prevé gigantescas plusvalías futuras. Y en torno a la promesa de estas plusvalías futuras, el capital bancario, capital a crédito, intentará estirar este proceso más allá de cualquier límite. Creando incluso lo que Marx denomina “un capital ficticio”, cuyo único objetivo es capitalizar esta expansión, saltándose los frenos que impondría limitarse al capital “realmente efectivo”.Capital que es “ficticio” porque existe por duplicado, triplicado o quintuplicado: como capital invertido en la producción, como título de propiedad que da derecho a cobrar un dividendo o como múltiples derivados financieros que permiten cobrar un interés. Y porque al comerciar con él –en la bolsa o en otros mercados de derivados financieros– adquiere un valor autónomo, sube o baja en función de las expectativas de ganancia y las fluctuaciones de ese mercado financiero.La misma expansión del capital productivo provoca una multiplicación mayor del “capital ficticio”, hasta el punto de generar una creciente desproporción entre éste y las ganancias que es capaz de extraer aquel. Sentando así las bases para el desarrollo de una carrera especulativa, en cuya base está la disputa por la adquisición de las plusvalías futuras.A los nuevos alquimistas de la izquierda que creen que la especulación financiera, el insostenible recurso al endeudamiento para generar nuevo capital, la desproporción gigantesca entre el capital que los bancos hacen circular y el que realmente poseen, es la característica del nuevo “capitalismo de casino” del siglo XXI, les bastaría con releer a Marx para comprobar cómo estos mismos fenómenos que en septiembre de 2008 condujeron a la quiebra de Lehman Brothers y el estallido de la crisis financiera mundial eran ya una irrefrenable enfermedad congénita de los bancos ingleses del siglo XIX que se ponía de manifiesto cada diez años con la repetición cíclica de las de crisis.Las mismas leyes que impulsaron la especulación de los bancos ingleses con las letras de cambio en el siglo XIX son las que explican la especulación de los bancos norteamericanos con los derivados financieros en el XXI.

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