Quedan menos de cuarenta días para las elecciones andaluzas y casi cien para las municipales y las autonómicas en otras trece comunidades y me llama profundamente la atención lo mucho que se habla de las elecciones del 24 de mayo y la escasa repercusión que están teniendo los comicios andaluces del 22 de marzo en la vida política y mediática nacional.
Solo se habla del pollo que tienen montado en Madrid: el PSOE y sus depuraciones, Izquierda Unida y su descalabro, los de Podemos y sus primeros tropezones, los del PP con ese verso suelto llamado Esperanza Aguirre retando prácticamente a duelo el dedo divino de Rajoy…
Sin ánimo de restarle trascendencia a la partida de ajedrez a varias bandas que se está jugando estos días en Madrid, creo que no conviene perder de vista la importancia del momento político que se vive en Andalucía.
Veamos: Es la primera vez que Ciudadanos, el partido que preside Albert Rivera, puede obtener escaños fuera de Catalunya, que hasta podrían ser decisivos para conformar el próximo gobierno andaluz; se trata de una ocasión casi de “match point” para UPyD e IU; es el primer test serio en la historia de Podemos en el panorama nacional; una amenazante reválida para el PP, que puede sufrir el enésimo revolcón electoral en Andalucía y, por último, nos encontramos ante el primer órdago electoral de Susana Díaz quien, no lo olvidemos, preside el gobierno andaluz no por haber sido elegida democráticamente por los ciudadanos, sino gracias al dedo divino de José Antonio Griñán, para que luego hablemos de Rajoy.
En Andalucía se juega una partida muy seria donde los actores del bipartidismo parecen apostar por el perfil bajo en lo que a repercusión se refiere hasta que llegue el día “D”. Una partida en la que Teresa Rodríguez, cabeza de lista de Podemos, y candidata por tanto a presidir la Junta, salta por primera vez a la arena política, capote en ristre, dispuesta a torear un verdadero miura mientras los suyos en Madrid le van poniendo chinitas en el zapato. ¿Fue novatada, fueron casualidad, o quizás no, las declaraciones de aquel compañero que “alegremente” soltó hace unos días en público que Podemos da por perdidas las elecciones en Andalucía?
Es verdad que las proporciones del incendio político madrileño son trágicas, descomunales… Pero quien a cuenta de este pifostio posterga la importancia que, para el conjunto del Estado, tiene lo que pasa y pasará las próximas semanas en Andalucía, se equivoca y le hace un flaco favor a las muchas posibilidades que ahora existen de propinarle un vuelco histórico a la situación política de nuestro país.
Lo que ocurrió en Andalucía siempre fue premonitorio de lo que pasaba después en el resto del Estado. Las elecciones autonómicas de mayo de 1982, donde entre otras cosas tuvo lugar la primera debacle del Partido Comunista, fueron un anticipo de lo que sucedería en Octubre de ese mismo año, cuando el PSOE ganó por mayoría absolutísima. A mi juicio, hay razones para pensar que esta vez podría ocurrir algo similar: si los vientos de cambio que se atisbaron en las europeas del 25 de mayo pasado no cristalizan en Andalucía en marzo, puede ser complicado que lo hagan en mayo en todo el país.
No se me ocurre negar la importancia que tendrá lo que suceda en Madrid. Hay incendios que apagar, como explicaba más arriba, tanto en el PSOE, como en IU, en el PP, e incluso en Podemos. Pero yo iría por partes. Una cosa detrás de otra. Y ahora toca Andalucía. La izquierda y todos los proyectos emergentes que empiezan a tomar cuerpo se la juegan a cara o cruz en Andalucía mucho antes que en Madrid. Sesenta y tres días antes concretamente.
Será a partir del 22 de marzo, si se consigue ganar la primera y difícil batalla, cuando habrá llegado el tiempo de desplegar baterías y lanzarse al resto de las guerras.
No entiendo el perfil bajo al que se está sometiendo la campaña, todavía precampaña, andaluza. O quizás lo entienda demasiado bien si me limito a preguntarme a quién beneficia.