Especial 20N

La II Guerra Mundial, una encrucijada histórica para el franquismo

Si por un lado la afinidad ideológica y polí­tica y, sobre todo, la enorme deuda contraí­da con las potencias del Eje nazi-fascista por su decisivo apoyo militar, económico y polí­tico inclina a muchos de los principales poderes del Estado hacia el alineamiento con Berlí­n y Roma y la entrada de España en la guerra; por el otro, los históricos lazos de alianza y dependencia de poderosos e influyentes sectores de la oligarquí­a financiera y terrateniente y de altos mandos del Ejército y del Estado con Inglaterra, presionan en la dirección opuesta.

La lucha entre estas dos tendencias –y las fracciones políticas y de clase que cada una de ellas representa– llegará a ser de tal intensidad que, entre 1939 y 1945, Franco llega a cambiar hasta 4 veces de ministro de Asuntos Exteriores, de acuerdo tanto con la correlación de fuerzas interna como de las distintas coyunturas por la que atraviesa la guerra. Finalmente, el complejo equilibrio de intereses que determinará la neutralidad española durante el conflicto despejará el camino para el definitivo alineamiento de la oligarquía, en 1953, con la nueva superpotencia surgida de la guerra: EEUU.

La principal encrucijada a la que se va enfrentar el régimen franquista durante sus 40 años va a ser el estallido de la IIª Guerra Mundial, apenas 5 meses después de su victoria. En contra de la idea dominante en la izquierda y entre la mayoría de los historiadores, la neutralidad española en la guerra no va a ser fruto del poco interés de Hitler porque una España arruinada tras tres años de conflicto entrara en la guerra de su lado, ni tampoco de la megalomanía de Franco y sus ambiciones imperiales al exigir de Hitler unas contrapartidas excesivas por la entrada en la guerra.

Durante los 5 años de guerra mundial, España se va a convertir en escenario de una feroz disputa entre las potencias del Eje y las potencias aliadas por arrastrar al régimen franquista hacia sus intereses. En medio de estas agudas contradicciones interimperialistas, el régimen franquista sabrá maniobrar con la suficiente habilidad como para no comprometerse nunca definitivamente con un lado u otro, sabiendo mantener siempre la última palabra sobre la crucial decisión de entrar o no en la guerra y buscando sacar partido del complejo juego político y diplomático a dos bandas que mantendrá durante toda la guerra.

La posición del régimen franquista ante la guerra está marcada por tres etapas claramente diferenciadas. La primera, entre septiembre de 1939 y junio de 1940 en que España se declara neutral. La segunda, entre junio de 1940 y diciembre de 1941 en que la neutralidad deja paso a una política de “no beligerancia”. Y la tercera, entre diciembre de 1941 hasta el final de la guerra en que se elabora la sorprendente teoría de “las tres guerras”. Una primera, entre las potencias del Eje y las potencias aliadas en la que España se declara neutral puesto que “tiene amigos en ambos bandos”. Una segunda entre Alemania y la URSS en la que España se declara beligerante y envía una división (la División Azul) a combatir junto a las tropas nazis. Y una tercera, la del Pacífico, en la que también se declara beligerante pero esta vez contra una de las potencias del Eje, Japón, en apoyo a las Filipinas.

Todo este aparente embrollo político y juego diplomático de palabras –así como la fluidez de los cambios en el ministerio de asuntos exteriores español, por el que pasan en apenas 5 años, primero el general Jordana, un militar con vínculos privilegiados con Londres, después Serrano Suñer, cuñado de Franco, jefe de la Falange y germanófilo acérrimo, a continuación Beigdeber, otro general bajo la influencia británica y luego nuevamente Jordana– no hace sino reflejar las enormes presiones imperialistas de uno y otro lado, así como las contradicciones internas que en el seno de la clase dominante y el propio régimen franquista ha provocado el estallido de la guerra mundial.

Existe por un lado, la deuda contraída por el franquismo con la Alemania nazi y la Italia fascista, sin cuya ayuda Franco jamás hubiera ganado la guerra. Deuda que se expresa en el terreno económico con las importantes sumas que al estallar la guerra mundial España adeuda a Alemania e Italia. Pero también en el terreno político, donde el objetivo principal del embajador alemán ante Franco ha sido desde 1936 que, al acabar la guerra civil, España deje de formar parte del área de influencia franco-británica. De acuerdo con este objetivo, Berlín y Roma han ido tejiendo una red de influencias y vínculos políticos con altos mandos del ejército franquista, dirigentes falangistas o grandes empresarios que les permita contrapesar los históricos lazos de la clase dominante española y su Estado con Londres y París. Deuda ideológica también, en tanto que la ayuda nazifascista a Franco se ha hecho en nombre de la “lucha contra el comunismo”, objetivo que los tres regímenes comparten como uno de sus principales ideales. Destacados generales del ejército y la principal fuerza del Movimiento Nacional, la Falange, son los sectores de más peso que presionan abiertamente por el alineamiento incondicional de España con Alemania e Italia aunque ello implique entrar en la guerra.

Por el otro, poderosos sectores de la aristocracia terrateniente, de la oligarquía financiera, una parte considerable de los mandos del ejército y los monárquicos, que históricamente han mantenido vínculos privilegiados con el imperialismo inglés, trabajan activamente en la dirección opuesta: mantener a España fuera de la guerra, evitar al máximo el alineamiento con las potencias fascistas y propiciar una neutralidad “benévola” hacia los aliados.

Tras la fulminante ocupación de Europa por las tropas nazis, concluida en junio de 1940, las presiones de Alemania sobre Franco se intensifican. Su objetivo principal pasa a ser doblegar a Inglaterra, y en él España está llamada a ocupar un papel importante. El paso de la política de neutralidad a la de no beligerancia, la utilización de los puertos españoles para la reparación y el aprovisionamiento de los submarinos alemanes o el envío masivo de materias primas minerales para la enorme maquinaria de guerra puesta en pie por Alemania ya no es suficiente. Hitler exige del régimen franquista que dé un paso más, entre en la guerra y permita la entrada de tropas alemanas para la conquista de Gibraltar. Unos meses después se produce la entrevista de Hendaya entre Hitler y Franco. En ella, los planes alemanes para derrotar a Inglaterra –última fase de una guerra que Hitler considera que ya está ganada– y el papel que está llamado a jugar España en ello quedan claros: cierre del Mediterráneo occidental a la flota inglesa con la toma de Gibraltar, control del ejército español sobre el norte de África para impedir un posible desembarco aliado y utilización de las islas Canarias como plataforma desde la que lanzar la guerra submarina contra Inglaterra en el Atlántico sur. Tras un continuo tira y afloja entre ambos, la conclusión final de la entrevista es que España entrará en la guerra al lado de Alemania, pero se reserva la decisión de cuando lo hará. En contra de los deseos de Hitler, de la reunión no sale ningún compromiso irreversible, sino una ambigua decisión sin plazo ni fecha determinada, que Franco irá alargando cada vez más a medida que aumenten las presiones alemanas.

Pero tampoco las potencias anglosajonas se quedaban atrás en su presiones. En una España asolada por el hambre y la carestía, que necesitaba imperiosamente las importaciones de productos básicos como el trigo, la gasolina o el petróleo, Inglaterra utilizó la concesión de permisos de circulación de buques con trigo y gasolina con destino a España como arma de presión sobre el régimen franquista. Lo mismo haría EEUU con el petróleo norteamericano del que CAMPSA era absolutamente dependiente. Desde el mismo inicio de la guerra mundial, una buena parte de los generales integrantes del Consejo Superior del Ejército estaban, literalmente, a sueldo de Inglaterra que repartió miles de libras entre ellos. Razón por la que, cuando a comienzos de 1941 Alemania utilizó toda su presión para poner en marcha la “operación Félix” (la entrada de varias divisiones alemanas en España para tomar Gibraltar), la embajada británica se encargó de hacer ostensibles sus frecuentes reuniones con significados militares monárquicos (Aranda. Kindelán, Orgaz,…) y propalar por Madrid el rumor de que, en caso de que tropas alemanas entraran en la península, Inglaterra apoyaría la formación de una junta militar presidida por el general Aranda que restaurase una monarquía parlamentaria y neutralista.

En medio de este sinfín de presiones imperialistas y contradicciones internas, Franco fue maniobrando durante todo 1940 y 1941, dando largas a Hitler mientras establecía conexiones con Inglaterra a través del dictador portugués Oliveira Salazar; y afirmando la estricta neutralidad española ante las potencias anglosajonas mientras alimentaba la maquinaria de guerra alemana y abastecía a los submarinos alemanes con la gasolina proporcionada por ingleses y norteamericanos. Sin embargo, a finales de 1941, ya es evidente para todos que España no va a entrar en la guerra. Y a medida que a lo largo del año 42 los decisivos frentes de Rusia y del norte de África se van decantando hacia los aliados, Serrano Suñer es destituido fulminantemente del cargo de ministro de Asuntos Exteriores y los canales de comunicación del régimen franquista con Londres y Washington se hace cada vez más abundantes y fluidos.

Finalmente, la neutralidad de España en la IIª Guerra Mundial será un elemento determinante no sólo para la supervivencia del régimen franquista, sino para su inclusión definitiva en la órbita de los EEUU con la firma de los Tratados de Amistad Hispano-norteamericanos en 1953.

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