La necesidad de proceder a la elección de nuevos responsables de la jerarquía católica vasca ha sacado a la luz los conflictos internos. El primer obispo que se tiene que relevar es el de San Sebastián. Desde que sucedió hace diez años a Setién, el siniestro patriarca de la iglesia étnica, Uriarte ha seguido fiel en su apoyo a la camarilla dirigente del régimen nacionalista obligatorio y excluyente. Porque la iglesia vasca ha sido, y es, un pilar fundamental del régimen étnico, y es, a la vez, un microcosmos del conjunto de dicho régimen. Pero el fuerte viento terrenal que se ha levantado en toda España por la unidad y en Euskadi por la libertad, también ha golpeado las alturas espirituales de la iglesia vasca y ha destapado dos almas en conflicto.
El Vaticano, que tiene la última alabra, ha nombrado, hasta ahora y desde el inicio de la transición, a prelados, vinculados al nacionalismo vasco y en particular al PNV, que han forjado un clero dominantemente étnico. Pero dentro del poder de la Iglesia española Rouco, actual presidente de la Conferencia Episcopal, intenta nombrar obispos vascos afines para ir rompiendo el lazo íntimo entre el episcopado vasco y el nacionalismo étnico, lo que sería avalado por Roma. Y se hace necesario nombrar en Euskadi obispos no vascos o vascos formados fuera. Uriarte es alma heredada de Setién y gemela de Arzalluz, almas comprensivas “tanto” con los asesinos como con las víctimas. El otro a relevar sería Blázquez, obispo de Bilbao desde hace 13 años. En 2002 Blázquez firmó una pastoral con los otros obispos vascos criticando la Ley de Partidos y la ilegalización de Batasuna, en comunión con el alma del PNV que encarna Urkullu. Ante el peligro de perder el “sagrado” poder de la iglesia vasca a manos de los candidatos de Rouco, Uriarte ha viajado varias veces a Roma para conseguir un sucesor clónico. Incluso ha utilizado como apoyo la llamada “vía francesa”, altos curiales franceses que son “aliados tradicionales” (estos peneuvistas, como los etarras, siempre tan “gibraltareños”). Y, por supuesto, Blázquez también esté moviendo sus peones. El que el relevo de Uriarte sea Munilla o Asurmendi, y el de Blázquez sea Iceta o Berzosa, tendrían una clara significación política. Los nombramientos de Munilla e Iceta supondrían una ruptura evidente de la vinculación orgánica de la Iglesia vasca con el nacionalismo étnico. ¿Querrá el PNV de Urkullu que la jerarquía eclesial vasca represente las dos almas existentes en su seno como ellos intentan hacer en el PNV con sus dos almas? ¿Se deberá a eso la crítica pública, desconocida desde que la muerte de la dictadura franquista y llevada a cabo por el obispo auxiliar de Bilbao, Mario Iceta, candidato de Rouco, ante el apoyo del PNV a la regulación del aborto?