Uno de los mitos más arraigados en nuestra conciencia es el que explica el desarrollo del capitalismo, y su hegemonía mundial, como fruto de su mayor eficiencia económica respecto al feudalismo. Y que sitúa el derrocamiento del dominio de la aristocracia, y la instauración del nuevo poder burgués, como la puerta de entrada a la modernidad democrática.
En “Capitalismo y democracia 1756-1848. Cómo comenzó este engaño”, Josep Fontana pulveriza estos falsos mitos con una impagable lección de historia.
Fontana, uno de los grandes nombres de la historiografía española, nos dejó el año pasado, pero antes de irse nos legó un último regalo, este libro que ahora se publica.
Es historia, pero es también una herramienta imprescindible para comprender el presente. Por eso Fontana, al desvelar las motivaciones de este libro, planteaba: “he pensado que podía resultar útil recuperar la historia del nacimiento de este sistema para instruirnos en la búsqueda de las grandes líneas que nos muestran que la evolución del capitalismo actual, que es lo que verdaderamente amenaza el futuro de nuestras sociedades y de nuestras vidas”.
Fontana nos desvela cómo, para imponerse como modo de producción dominante, el capitalismo no solo se basó en su mayor productividad, sino que tuvo que “ arrebatar la tierra y los recursos naturales a quienes los utilizaban comunalmente”, y “liquidar las reglamentaciones colectivas de los trabajadores de oficio con el propósito de poder someterlos a nuevas reglas que hiciesen posible la expropiación de gran parte del fruto de su trabajo”.
En este libro aprendemos cómo el desarrollo del capitalismo no fue “una consecuencia natural de la evolución de la economía”, sino que por el contrario “se impuso desde los gobiernos, mediante el establecimiento de leyes y regulaciones que favorecían los intereses de los expropiadores, defendiéndolos con medios de represión”.
Y, contra la idea de que el capitalismo vino acompañado de la democracia, Fontana nos recuerda que “las grandes pugnas políticas a las que hemos asistido entre 1814 y 1848 tenían como objetivo fundamental garantizar el poder a los propietarios. Los cambios que se fueron produciendo a lo largo de estos años iban hacia la creación de estructuras de gobierno más eficaces, que asegurasen la capacidad de mantener a las masas, es decir, a los pobres, lejos del poder”.
La expropiación originaria, o cómo siempre acabamos econtrándonos a Marx
Una de las fuentes que Josep Fontana cita con mayor asiduidad es… Karl Marx.
Desde el Marx que ya escribía en 1842 en la Gaceta Renana sobre los “robos de leña”. Es decir sobre la transformación del bosque comunal en propiedad capitalista. Lo que convertía el aprovisionamiento de leña por parte de los campesinos, como siempre habían hecho, en un “robo” a los nuevos propietarios del bosque, los burgueses.
Hasta el Marx que en El Capital nos desvela cómo la “acumulación originaria” que da lugar al nacimiento del capitalismo es en realidad una “expropiación originaria”, que debe despojar a los campesinos de toda propiedad para obligarles a convertirse en proletarios.
Fontana nos documenta cómo la burguesía y los terratenientes se apropiaron por la fuerza del crecimiento económico impulsado por el trabajo de campesinos libres que se habían liberado de la servidumbre. Traducido en un gigantesco expolio de los terrenos comunales, o en la expulsión forzosa de población de terrenos que pasaban a convertirse en propiedad privada.
Desmintiendo rotundamente “una de las más grandes mentiras de la historia oficial del capitalismo, la de su papel en la lucha por el abolicionismo, cuando en realidad el progreso de la industrialización habría sido imposible sin los esclavos”. Solo en los siglos XVIII y XIX salieron de África 13 millones de esclavos, con Inglaterra convertida en el el “negrero global”.
La hegemonía del capitalismo, lejos de constituir un fenómeno natural fruto de la evolución económica, es impuesta a sangre y fuego desde el Estado. Fontana documenta cómo las autoridades dictan salarios máximos, obligando a trabajar por sueldos por debajo del mínimo de subsistencia. O aplican leyes terroristas para obligar a trabajar por esos salarios de miseria.
La realidad histórica destruye también el mito que une el desarrollo del capitalismo con la extensión de la democracia. En las páginas de este libro se corrobora cómo todas las revoluciones burguesas nacieron negando a la clase obrera y al pueblo todos los derechos políticos y económicos.
En Inglaterra estarán prohibidas hasta 1825 todas las asociaciones obreras, y no se reconoció la legalidad de los sindicatos hasta 1871. En la Francia posterior a la revolución burguesa, la ley de Chapelier, en 1791, prohibía en su artículo 4 cualquier coalición de trabajadores. Y el Código Penal francés de 1810 consideraba como delito sindicarse, con penas de entre dos y cinco años de prisión.
También el derecho al voto tuvo que conquistarse en contra de la voluntad de la burguesía. Todas las revoluciones burguesas impusieron un sufragio censitario, es decir según el nivel de riqueza y posesiones, que sobre todo impedía a la clase obrera y al pueblo trabajador poder votar.
Este es el origen del capitalismo. No es una historia de progreso y democracia, sino de expolio económico y opresión política. Fontana nos desvela la “huella del crimen”… que hoy sigue perpetuándose. La lucha popular ha conquistado derechos, pero, y solo hace falta recordar los recortes sufridos, el capitalismo nos recuerda diariamente cómo tiene inscrito en su ADN el expolio a la población.