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La hidra libia, obsesión del Sahel

Cinco países del «G5 Sahel»: Burkina Faso, Mauritania, Malí, Níger y Chad, celebraron una cumbre el 19 de diciembre en Nouakchott para tratar en particular la situación de Libia, considerada un santuario yihadista cada vez más amenazador. Los países participantes en la cumbre llamaron a la ONU a establecer una fuerza internacional para «neutralizar a los grupos armados» en Libia, en colaboración con la Unión Africana. En el Foro Internacional sobre la Paz y la Seguridad en África, que se celebró recientemente en Dakar, los presidentes de Chad, Malí y Senegal exhortaron a los Estados occidentales a «acabar el trabajo» en Libia, convertida en una fuente de amenazas para todo el Sahel.

En la clausura del Foro de Dakar, el presidente de Malí, Ibrahim Boubakar Keita, dijo que Libia es un «avispero» y un «arsenal a cielo abierto». Macky Sall, el presidente de Senegal, considera que «el trabajo está sin acabar», pero fue Idriss Deby, el mandatario supremo de Chad, quien se expresó con más dureza:

«Los conflictos actuales nacieron en 2011, cuando nuestros amigos europeos y occidentales atacaron Libia: no pidieron nuestra opinión. Y tampoco cuando partieron Sudán en dos».

«¡Pero solo se trataba de la destrucción de Libia y el asesinato de Gadafi! El trabajo acabó, es el ‘servicio posventa’ el que ha fallado», lanzó el chadiano ante algunos jefes de Estado y un auditorio mayoritariamente conquistado.

«Ningún ejército africano puede ir a matar a los terroristas. La solución está en manos de la OTAN, que creó el desorden y tiene que eliminar a los terroristas. Libia se ha convertido en la guarida de todos los bandidos. Si se quieren resolver los problemas del Sáhara hay que resolver la cuestión de Libia. Y corresponde a nuestros amigos occidentales encontrar la solución».

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Hoja de ruta

Para Idriss Deby, todos los males actuales de la región del Sáhara y el Sahel se deben a la intervención de Francia y el Reino Unido en Libia en 2011, bajo la bandera de la OTAN, no para proteger a las poblaciones, como preconizaba la resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, sino para acabar con el régimen del coronel Gadafi.

Léase « ¿Era necesario matar a Gadafi? », Le Monde diplomatique, agosto de 2014. Para dar una buena medida, el mandatario chadiano se expresó sobre las Naciones Unidas «que también son responsables, puesto que dieron su aval» a la intervención de 2011. Y además se permitieron el lujo de pedir la unificación de los ejércitos nacionales y la creación de una fuerza panafricana impartiendo la lección a África entera: «No se puede, 60 años después de las independencias, seguir diciendo: venid a ayudarnos, estamos amenazados».

Tras el cuestionamiento de Francia, aunque no fue nombrada explícitamente por Idriss Deby en ese intercambio, el ministro de Defensa francés Jean-Yves Le Drian tuvo que responder. Para no cerrar con una nota muy negativa ese Foro más bien exitoso de Dakar, optó por el registro humorístico en lugar de la polémica: «¿No han subcontratado siempre la seguridad a Francia? El presidente Deby acaba de trazar la hoja de ruta para varios años. Puede hacerlo, ya que es Chad el que garantiza en este momento la presidencia del Consejo de Seguridad: por lo tanto, ¡no hay nada que hacer!, como dice mi abuela».

Rusia ignorada

Aunque Idriss Deby no es el más indicado para lanzar esta diatriba aparentemente improvisada –ya no estaría en su puesto si Francia no le hubiese salvado en dos o tres ocasiones- no todo es falso en sus declaraciones: A menudo en este blog, en 2011, durante la operación occidental llevada a cabo con astucia por el presidente Nicolás Sarkozy y el primer ministro británico James Cameron (1), señalamos las desviaciones que acabaron en la malversación de la resolución del Consejo de Seguridad. Con sus consecuencias en la comunidad internacional, por ejemplo Rusia y China, que se sintieron ignoradas, así como la Unión Africana y después Malí, Níger y todo el Sahel.

Especialmente bajo el impulso de París, con las operaciones «Serval» en Malí (2013-2014) y ahora «Barkhane», que abarca todo el Sahel, así como con el apoyo estadounidense y cada vez más el europeo, los países de la región se movilizan especialmente en el marco del «G5»: crecimiento del reparto de información, principio de cooperación en la planificación de las operaciones, proyectos de «derecho de persecución», perspectivas de patrullas conjuntas o de unidades mixtas, etc.

Liga disuelta

Del lado francés, donde el dispositivo de seguridad se ha vuelto a desplegar en el conjunto del Sahel, se dice que no solo «se dedicará a conservar las adquisiciones de Serval, sino además a impedir que alguien se reinstale en el norte de Malí», pero también convencido de que el suroeste de Libia se ha convertido en una tierra sin ley donde –al abrigo de la guerra de los clanes que azota toda Libia- es posible abastecerse, armarse o instalar a la familia (2).

Esta zona está estrechamente vigilada gracias a un conjunto de servicios de inteligencia humanos, electrónicos o satelitales. En el medio francés de la Defensa se garantiza que se puede impedir cualquier «reconstrucción de la liga disuelta». Pero se confiesa una impotencia relativa al no poder proyectar la actuación sin un amplio consenso y al no ser Francia la mejor colocada para tomar la iniciativa. «No vamos a repetir el golpe de Libia que nos reprochó todo el mundo», admite un alto responsable.

De momento se conforma, como hace con constancia el ministro Jean-Yves Le Drian desde el pasado mes de septiembre, con atraer la atención de la comunidad internacional sobre la constitución de ese nuevo santuario yihadista y con dialogar con El Cairo, partidario de una intervención rápida, y con Argel, hostil a cualquier forma de operación extranjera que sin duda tendría la consecuencia de convertir el Sáhara argelino en una «zona de fuga» de los rebeldes.

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