La economía, como la física, tiene su propias leyes. Y de la misma forma que no se puede acelerar ilimitadamente la velocidad de los vagones de una montaña rusa sin provocar su descarrilamiento, tampoco se puede someter a la economía global a una sucesión de agudos sobresaltos como los que hemos vivido la pasada semana sin abocarla a un accidente catastrófico.
En aenas cinco días hemos visto a las principales bolsas mundiales hundirse en magnitudes impensables desde la caída de Lehman Brothers, para el día siguiente recuperarse y subir meteóricamente. Y aunque todos sabemos que los movimiento de las bolsas son fácilmente manipulables y no responden necesariamente a los fundamentos económicos reales, en este caso expresan, cuanto menos, los síntomas que revelan el insostenible desequilibrio en que se basa la dominación financiera de EEUU y la hegemonía del dólar como moneda de reserva internacional. Dejando ahora de lado la cuestión de que de los 930.000 millones de dólares que se calcula han perdido las bolsas en agosto, una buena parte de ellos simplemente han cambiado de manos, yendo a engrosar las cuentas de resultados de los genios de la maquinaciones financieras instalados en Wall Street y la City londinense, lo cierto es que la agitación y las turbulencias de estos días muestran lo que, con gran acierto, se ha señalado como “una fractura en la hegemonía financiera de EEUU”. El dólar en capilla Si la pasada semana eran, entre otros, los gobiernos chino o ruso los que ponían el dedo en la llaga al afirmar que “los días en los que Estados Unidos podía desperdiciar a su antojo los ilimitados préstamos extranjeros están contados”, proponiendo como alternativa inmediata que el G-20 aborde en su próxima cumbre de noviembre el problema de crear una nueva cesta de monedas de reserva internacional, esta semana han ido todavía un paso más allá, exigiendo que sean las naciones acreedoras, y no las deudoras, las que controlen las agencias de calificación de riesgo. Medida cuya lógica cae por su propio peso, ya que son los acreedores quienes arriesgan su dinero y sus ahorros al comprar deuda pública de las potencias desarrolladas y deberían ser ellos, por tanto, quienes tuvieran la capacidad y el poder de evaluar la realidad económica de los países deudores. Pero medida también que, de llevarse a cabo, colocaría a los “reyes financieros” norteamericanos ante el espejo de su propia realidad: mientras la aduladora corte occidental sigue, contra toda lógica, elogiando sus ropajes, el resto del mundo, el mundo que produce, avanza económicamente, crea riqueza y sostiene el crecimiento mundial no deja de gritar, como la niña del cuento, que el rey está desnudo. Con sus vaivenes y altibajos, con sus vertiginosas caídas y sus forzadas recuperaciones, lo que las principales bolsas mundiales están diciendo es que el actual orden financiero y monetario mundial no puede sostenerse por más tiempo. Cada vez son más voces las que reclaman un adelantamiento de la cumbre del G-20 prevista para el próximo mes de noviembre en Cannes, Francia. Y exigen que el orden del día de la cumbre se centre, prioritariamente, en dos grandes temas. En primer lugar que EEUU y las potencias europeas rindan cuentas ante las potencias emergentes y el resto del mundo de su endeudamiento insostenible y consensúen las medidas necesarias para poner fin a los daños que, en forma de encarecimiento de las materias primas, inflación, endeudamiento y exceso de liquidez monetaria, están causando a la economía global. En segundo lugar, que empiecen a debatirse los mecanismos a través de los cuales se debe proceder a una sustitución progresiva del dólar como única moneda de reserva internacional, bien sea mediante la creación de una nueva moneda tutelada por algún organismo económico supranacional tipo FMI o Banco Mundial, bien a través de una “cesta de monedas” –que cuanto mínimo debería incluir al dólar, el euro y el yuan chino–, que pasarían a actuar como monedas de referencia del comercio internacional y como principales monedas de reserva de los bancos centrales de todo el mundo. Acontecimientos históricos Ante nuestros ojos se están desarrollando acontecimientos que posiblemente pasarán a la historia sin que la mayoría seamos todavía conscientes de su importancia. Algo similar a lo ocurrido hace ahora exactamente 22 años, en agosto de 1989, cuando miles de alemanes orientales empezaron a cruzar al Oeste a través de la frontera húngara, preludio de la caída del Muro de Berlín sólo tres meses después. Si entonces era el amenazante poderío militar de la superpotencia soviética el que empezaba a desmoronarse, ahora es la supremacía financiera de EEUU y la hegemonía monetaria de dólar las que empiezan a hacerse pedazos. La correlación de fuerzas a escala mundial ha pasado definitivamente de un estado de ‘equilibrio relativo’ a un momento de ‘cambio manifiesto’. Cómo dijimos la pasada semana en estas mismas páginas, la cuenta atrás para el “destronamiento” del emperador ha comenzado. Y los pueblos del planeta vamos a tener el raro privilegio –y la enorme satisfacción– de ver en el curso de poco más de dos décadas dos auténticas revoluciones a escala mundial: la caída de las dos superpotencias que tras la Segunda Guerra Mundial creyeron que podían dominar y someter indefinidamente a su antojo al resto del mundo. El centro de gravedad de la actual situación internacional se ha desplazado al problema de cómo, a qué ritmo y en qué plazo se va a producir el cambio de juego, qué reglas van a guiar la partida y cómo se van a alinear los distintos jugadores en el nuevo tablero. No estamos ante el inicio de una nueva partida, en la que simplemente se reparten de nuevo las cartas para seguir con el mismo juego, sino ante un nuevo juego, con reglas distintas, que todavía están por fijar, y con otros jugadores decidiendo sobre ellas. En esta nueva situación, la actitud que tomen las distintas fuerzas políticas y de clase en EEUU, en particular las dos grandes fracciones en que está dividida la burguesía yanqui, va a ser uno de los factores determinantes. Por parte de las potencias emergentes, y en particular de China, está claro que buscan un fin de la hegemonía yanqui negociado y consensuado, donde EEUU siga conservando una posición privilegiada –pero ya no hegemónica– en el tablero mundial. De qué posición ante el fin de su hegemonía tome la burguesía monopolista norteamericana, sin embargo, va a residir una de las claves que decidirá un desarrollo de la situación internacional que permita un cambio relativamente tranquilo y negociado o, por el contrario, una trasformación conflictiva y traumática del viejo e insostenible orden mundial. Los zarpazos de la fiera herida Todo esto no quiere decir, en absoluto, que las grandes turbulencias económicas y el despiadado saqueo al que EEUU está sometiendo a los países bajo su dominio vaya a terminar de un día para otro, ni siquiera que vaya a relajarse la presión y los ataques que venimos padeciendo. Al contrario. Es altamente previsible que durante este período de transición –que necesariamente será largo, complejo y zigzagueante– la “fiera acorralada” lance feroces zarpazos sobre los países más dependientes. La brutal intervención desplegada directamente por el Tesoro USA sobre Italia, las virulentas amenazas lanzadas la pasada semana por el Wall Street Journal sobre España o el hecho de que Francia y Bélgica hayan pasado a situarse en primera línea de fuego, son claras manifestaciones de ello. La agudización del saqueo sobre nosotros, la tendencia a hacer cargar todavía más la factura de su hegemonía a los países que, como el nuestro, están en su órbita directa de intervención y dominio, van a incrementarse en el futuro inmediato. A nivel global, la correlación de fuerzas es cada vez más favorable a los pueblos y contraria a los intereses hegemonistas, y eso es bueno, muy bueno, para nosotros. Sin embargo, a escala nacional las cosas son distintas. Con una clase política y unos grandes medios practicando la más vergonzosa e indignante sumisión de vasallaje hacia los poderes imperiales y una oligarquía ocupada en cargar el peso de la factura que exige Washington sobre el 90% de la población para que no afecte a sus beneficios, la correlación de fuerzas es todavía favorable, muy favorable, hacia nuestros enemigos. Como venimos insistiendo desde hace semanas, el 20-N se ha convertido, en las actuales condiciones, en una carrera contrarreloj. Carrera en la que nuestra repuesta sólo puede ser levantar un amplio frente de unidad contra sus recortes. Haciendo que el 20-N se manifieste el profundo rechazo a sus planes y aflore con fuerza política y respaldo electoral el programa de redistribución de la riqueza para acabar con el paro y salir de la crisis en beneficio de la mayoría. La alternativa que encabezamos las candidaturas UCE-De Verdad contra la crisis.