Para recrear la conspiración que acabó con la vida de Julio Cesar, Shakespeare escribió «¡Cuídate de los idus de marzo!». Poco después de que un augur le lanzara tan funesta advertencia, el que podría haber sido primer emperador de Roma era cosido a puñaladas, hasta por su propio hijo adoptivo, en las escaleras del Senado. Todo parece indicar que Pablo Casado, al que ha abandonado hasta su propio núcleo dirigente y podría anunciar su dimisión en horas, ya es un cadáver político. Ahora queda por saber qué pasará en los idus de marzo, en los que en un Congreso extraordinario, el PP habrá de decidir a quién nombra prínceps.
Apenas unos días después del resultado de las elecciones en Castilla y León, del fallido intento de tumbar la Reforma Laboral en el Congreso, y justo cuando la tensión alcanza niveles prebélicos en Europa del Este, ha estallado una guerra civil en el Partido Popular. Sin partir de los tres primeros acontecimientos -los «idus de febrero»-, no se puede explicar el cuarto.
Estamos ante la mayor crisis en la historia del Partido Popular, un partido clave para el régimen político con el que la oligarquía y el hegemonismo vienen dominando nuestro país. Un cisma que está lejos de resolverse, y que no se puede explicar sólo, ni principalmente, desde las rivalidades personalistas ni las pugnas de liderazgo en el Partido Popular, sino desde los intereses y proyectos de las clases dominantes y los problemas que las líneas de Casado y Ayuso les generan.
Partamos de una última hora que se mueve muy rápido. Ayer, tras varios días de asedio por parte de barones y medios, rodaba la cabeza del secretario general del PP, Teodoro García Egea. Hoy podría dimitir Pablo Casado, al que han abandonado, de forma despiadada y humillante, casi todos los que hasta hace semanas lo adulaban y vitoreaban como el próximo presidente del Gobierno. Desde el primer momento, la iniciativa la llevó Ayuso, mientras que Génova trató de capear el temporal y controlar el aparato. El punto de inflexión ocurrió cuando todos principales barones territoriales del PP -Feijoó, Moreno Bonilla, Mañueco y Ayuso-, pasaron a exigir la marcha de Casado y en programar un Congreso extraordinario del PP en marzo, donde el presidente de la Xunta de Galicia se dibuja como el más presidenciable.
Casado, Ayuso y Feijóo; Génova, la Puerta del Sol y los barones. Un contrato irregular y una jugosa mordida del hermano de la presidenta madrileña. Detectives contratados por los fontaneros de Génova. Tropas de choque ayusistas, con chaleco acolchado y pelo engominado, frente a la sede del PP y el estruendo de la artillería mediática como música de fondo. Nos presentan esta guerra interna del Partido Popular como una lucha fratricida y personalista, como un Juego de Tronos por liderar la derecha.
Con una ruidosa trama de espionaje, o con un escandaloso caso de corrupción, intentan que pasemos por alto en qué circunstancias ha tenido lugar este estallido, cuáles son los contornos nacionales e internacionales de un conflicto que ha abierto en canal al Partido Popular, una de las dos fuerzas políticas sin las que no puede entenderse las últimas tres décadas de historia en nuestro país. Un partido que sigue siendo absolutamente clave en el dominio oligárquico-imperialista sobre España.
Si sólo nos fijamos en los actores y en el ruido, no podremos comprender el mecanismo de los tramoyistas, ni las maniobras de los que realmente mandan en España, los que realmente deciden en la vida política nacional y sin los que no se puede comprender un terremoto de esas características. Es decir: los intereses del hegemonismo norteamericano, de los centros de poder imperialistas, y de la oligarquía financiera española.
Estamos ante un terremoto político de primera magnitud, ante un cisma en un partido clave para el régimen político con el que la oligarquía y el hegemonismo vienen dominando nuestro país. Por tanto esto no puede explicarse desde las pugnas personalistas, sino desde los que realmente deciden en la vida política nacional: Washington, Bruselas y el Ibex35
Los centros de poder y la deriva de la derecha.
¿Qué posición tienen esas clases dominantes ante lo que está pasando actualmente en la derecha? Consultemos al oráculo, a un augur cuyas conexiones con los nódulos oligárquicos, pero sobre todo con los centros de decisión norteamericanos, son de sobras conocidas: José María Aznar.
Preguntado sobre qué debería hacer el PP en Castilla y León, el expresidente se mostró tajante. «El PP es un partido constitucional, absolutamente europeo y europeísta. El referente de Vox es Le Pen y son otros movimientos (que están en contra del proyecto europeo). Yo no veo las ventajas de la derecha radical, no veo las ventajas para España de que la señora Le Pen esté en el Gobierno».
En unos momentos de creciente inestabilidad en el plano internacional, con un conflicto de Ucrania a punto de estallar, el hegemonismo norteamericano necesita estabilidad en el panorama político español. Estabilidad para que su proyecto de saqueo contra el 90% de la población siga avanzando, y para encuadrar a nuestro país en sus imperativos estratégicos. También necesita ir acallando el ruido político la clase dominante española, que se juega las dos restantes reformas estructurales -aprobada por los pelos la laboral, queda la de las pensiones y la reforma fiscal- y la llegada de los tramos de los 140.000 millones cuyo grueso va a capitalizar la banca y el Ibex35.
En Italia, esa estabilidad la representa Mario Draghi, y han sacado a Salvini del gobierno. En Portugal la ofrece el gobierno monocolor socialista de Antonio Costa. En España, a día de hoy, esa estabilidad la da un ejecutivo de Pedro Sánchez que está cumpliendo todos los límites y líneas rojas que le trazaron Washington, Bruselas y la oligarquía en la macrocumbre de la CEOE de junio de 2020.
Frente a lo que dicen algunos en la izquierda -que, como Pablo Iglesias, comparan la situación actual con la de la República de Weimar, la que dio paso al ascenso del nazismo- ni a la línea que actualmente ocupa la Casa Blanca, ni a los centros de poder europeos, ni a los nódulos principales de la oligarquía, les interesa el ascenso de la ultraderecha. Vox se atreve ya a organizar convenciones internacionales de ultras, y algunas encuestas avisan de que el sorpasso al PP no está tan lejos.
Tampoco puede seguir desarrollándose una deriva en la derecha que confraterniza con los vicarios de Trump, que le deja espacio o que le ofrece oxígeno. Una línea abiertamente trumpista como la de Isabel Díaz Ayuso, o con veleidades como la de Casado, no pueden marcar el paso del principal partido de la oposición.
Por más que la ultraderecha pueda serles útil como ariete de políticas de recortes agresivas y socialmente inaceptables, hoy los centros de poder han vetado que gobierne, o que participe en los gobiernos en España, la extrema derecha de Vox. Necesitan dejarlos marginados de la gobernabilidad. Tanto es así que se está dispuesto a quebrar, dividir, fraccionar, guillotinar y abrir en canal (controladamente) al principal partido de la oposición, desatando una guerra civil interna cuya primera víctima parece que va a ser una línea que es incapaz de contener el avance de la ultraderecha, la de Casado.
¿Qué papel juega Ayuso, la línea de «trumpismo sin complejos» en esta reconducción del PP? Aparentemente ha sido el entorno de la presidenta la que ha abierto la Caja de Pandora de la lucha fratricida, pero el escándalo de corrupción que implica a su hermano, que ya está en manos de la Fiscalía, le pone encima una espada de Damocles. Una vez que los barones hayan desalojado a Casado es muy posible que el fuego de los idus de marzo se dirija contra ella, buscando neutralizarla. Esta es una operación más compleja y que requerirá cierta finezza. Ayuso cuenta con un enorme apoyo entre las bases de la derecha, y por tanto con un mayor margen de autonomía.
Esta maniobra por defenestrar a la incapaz dirección de Génova, es tan feroz que se ha lanzado un masivo y desvergonzado clima de opinión para apoyar la corrupción. En su ímpetu por defenestrar a Casado y poner el acento en el espionaje a Ayuso, medios de comunicación como El Mundo o ABC han llamado a sus lectores, a los votantes del PP, literalmente a dar el visto bueno a hechos de escandalosa catadura moral, a que, en lo más crudo de la pandemia, cuando en España morían miles de personas por semana, el entorno familiar de la presidenta diera cuantiosas mordidas e hiciera pingües beneficios con el material sanitario.
La alternativa de las clases dominantes en España NO es Vox, ni tampoco las líneas dentro del PP que, o son incapaces de contener su avance (Casado) o proponen cogobernar con la ultraderecha (Ayuso).
Quince días de vértigo
Para comprender los problemas que la actual dirección del PP genera a los intereses de las clases dominantes, basta con hacer un repaso de las últimas semanas. En apenas quince días de febrero, mientras el mundo ha contenido la respiración frente a Ucrania, tanto el Gobierno primero, como el principal partido de la oposición, después, han caminado a un paso del abismo
Primero. Esta guerra interna tiene lugar dos semanas después de que en una esperpéntica sesión parlamentaria -con intento de ‘tamayazo’ incluido- el error de un diputado del PP diera al traste con una operación orquestada desde Génova que no sólo podría haber mandado al hospital al gobierno de coalición PSOE-UP, sino que habría dado al traste con una reforma laboral que tenía el visto bueno de Bruselas, de grandes cabezas de la oligarquía española (como Ana Patricia Botín) y de destacadas figuras del PP como Aznar o Fátima Bañez. Por si no fuera suficiente, la reacción de la bancada de Casado fue elevar el listón trumpista de «gobierno ilegítimo», clamando «pucherazo» y «parlamento ilegítimo».
Segundo. Esta guerra interna tiene lugar a la semana siguiente de que las elecciones en Castilla y León hayan colocado al Partido Popular en la encrucijada de aceptar el precio que Vox ha puesto para investir a Alfonso Fernández Mañueco: entrar en el gobierno autonómico. Un trágala que significaría cruzar una línea roja: a pesar de que el PP gobierna, con el apoyo externo de Vox, en Andalucía o la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, hasta ahora la extrema derecha no ha entrado a gobernar ningún gobierno autonómico o municipal importante.
Si esto ocurriera, sobre el PP caerían las iras del gobierno alemán socialdemócrata, pero también de una derecha democristiana de Merkel que siempre ha cerrado el paso a Alternativa por Alemania; también lloverian sobre Génova las maldiciones de Macron y de los centros de poder galos, concentrados en mantener el «pacto republicano» (el cordón sanitario) que cierre el paso a la extrema derecha. Hace pocas semanas, Vox ha realizado una cumbre de la ultraderecha europea, con la presencia estrella de dos de los gobernantes más enfrentados a Berlín, París y Bruselas: el húngaro Viktor Orbán y el polaco Mateusz Morawiecki. Dos gobiernos que han visto bloqueados los fondos europeos por su deriva autoritaria… y por sus continuos choques con las autoridades comunitarias.
Unas cuantas luces rojas se han encendido en Bruselas… pero seguramente también en Washington. ¿Puede un partido atlantista como el PP, siempre dispuesto a seguir la batuta de la Casa Blanca, abrir la puerta a la cogobernanza con la franquicia de Trump en España… cuando esta Biden en el Despacho Oval?.
El hegemonismo y la oligarquía, y más en una situación tan convulsa como la actual (Ucrania, crisis energética) necesitan estabilidad para llevar adelante su proyecto de saqueo y de encuadramiento político-militar.
El contexto internacional. La retaguardia de la OTAN
El 2021 acababa en Europa con un contexto complejo de inflación galopante y nubarrones sobre la recuperación económica, determinados por una escalada de los precios del gas y la electricidad en la que los vaivenes del suministro gasístico de Rusia a Alemania y Centroeuropa tiene mucho que ver. Ese problema creciente ha dado un salto con la crisis de Ucrania. Mientras Biden y la OTAN usan el conflicto para empujar a los países europeos a encuadrarse en el frente antiruso (y antichino), Putin acaba de reconocer la independencia de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, y de enviar tropas al Donbass, lo cual es ya una invasión de facto y coloca la tensión en un nivel prebélico.
En esta situación, el Gobierno de España se ha acercado más a EEUU que otros gobiernos europeos. Moncloa ha sido la primera en ofrecer a Biden buques en el Mar Negro y cazas en Bulgaria. Las bases aeronavales en nuestro país -Rota o Torrejón- o las tropas españolas en el Báltico son claves en un contexto altamente tenso con Rusia.
Pero hay más. Si el estallido de la guerra en Ucrania obligara a cerrar la llave del gas ruso a la UE, EEUU ha ofrecido su gas de esquisto -bastante más caro- para abastecer a Europa. Y nuestro país se convertiría inmediatamente en la cabeza de puente del abastecimiento de gas a todo el continente. No sólo por la tubería del gas que viene de Argelia, sino porque España es el único país europeo que cuenta con plantas regasificadoras suficientes para absorber todo el gas licuado que vendría en barcos metaneros desde el otro lado del Atlántico.
En una situación tan enrarecida geopolíticamente, ni a EEUU ni a los centros de poder europeos les conviene una España sumida continuamente en episodios de desestabilización tóxicos, con un principal partido de la oposición con importantes veleidades trumpistas, incapaz de llegar a pactos de Estado con el gobierno de Sánchez, y que da pie al avance, aún más desestabilizador, de la ultraderecha.
La guerra del PP está abierta en canal y es difícil saber cómo se resolverá. Pero las clases dominantes necesitan a un PP capaz de aglutinar el espacio conservador, cerrando el paso a una ultraderecha desestabilizadora, de llegar a pactos de Estado con el PSOE, y que sea capaz de ser una alternativa de gobierno llegado el momento
¿Y ahora qué?
El hegemonismo norteamericano, los centros de poder europeos y la oligarquía financiera española necesitan a un partido como el PP, a una «pata derecha» de su dominio, capaz de capitalizar todo el espectro sociológico de derecha y centro-derecha, y que sea capaz de ser una alternativa de gobierno llegado el momento.
La dirección actual de Génova, encabezada por Pablo Casado, se ha mostrado incapaz de ser el PP que necesitan esas clases dominantes. Ha llegado el momento de sustituirla, ¿es posible que por una línea como la de Núñez Feijóo, que representa un PP centrista cuya clara hegemonía política ha cerrado la puerta a Vox en Galicia?
Quizá sea pronto para afirmarlo. La batalla está abierta en canal. Pero conviene no perder los contornos nacionales e internacionales que nos permiten guiarnos en el convulso y ruidoso momento político de estos idus de febrero. Porque luego llegarán los de marzo: un Congreso extraordinario del Partido Popular.
NARU dice:
Es curioso que en un partido tan corrupto como el PP (la hemeroteca habla) se carguen a Casado por hablar de la presunta corrupción de Ayuso, mientras que aplauden a un presidente autonómico de una comunidad autónoma gobernada por el PP sobre el cual hay imágenes en internet en las que se le ve en un yate de un supuesto capo de la droga. ¿? Tanto llamarle Fracasado parece que ha hundido al único aspirante a presidente del PP que ha tenido bemoles de preguntar por la presunta corrupción de una presidenta autonómica de su partido que curiosamente es la de la comunidad de Madrid. ¿Qué está pasando en este país? ¿Por miedo al sorpasso de VOX el PP escora la ultra derecha sin importarle a quien pone al timón del partido? Pues vamos bien. Los cristianos auténticos de este pais, aquellos que se esfuerzan en seguir las recomendaciones del Evangelio de Jesús, no el de la Iglesia, se quedan huérfanos; la social democracia, y no digo ya la democracia cristiana, parece haber emigrado a otro planeta.