Intenso debate en el parlamento francés por el ingreso en la OTAN

La grandeur de las marionetas

Ayer no se durmió nadie en el hemiciclo, y aunque ya estaba todo decidido, la tangana dialéctica fue intensa. Gritos, abucheos, pitidos, insultos, pataleos, hubo de todo. El primer ministro francés, Franí§ois Fillón, habí­a preparado muy bien la estrategia del debate, sabedor de que la oposición del ingreso de Francia en la estructura militar de la OTAN llegaba hasta las filas de su propio partido. Así­ que comenzó su arenga contra los argumentos de la izquierda: «¡Nuestra nación no recibe órdenes de nadie! Francia, aliada pero no vasalla, fiel pero no sumisa, fraternal pero no subordinada: así­ es nuestra relación con América». Después del aplauso rabioso de la bancada gaullista, alguien gritó desde los escaños de la izquierda: «¡Marioneta!».

Cuando Fillón entró ayer en la cámara, contó los escaños vacíos de la bancada de su ropio partido. Un puñado de viejos gaullistas había decidido presentar sus excusas para no estar en aquella sesión. Una mezcla de enemistad personal con el tiburón Sarkozy y lealtad y respeto con la decisión del viejo general les impedía votar a favor de la decisión presidencial de retornar a la estructura militar de la OTAN, 43 años después de que De Gaulle decidiera, en plena Guerra Fría, sacar a Francia del núcleo duro de la Alianza Atlántica, y con ella las bases y las tropas norteamericanas del suelo francés. El primer ministro había previsto esas bajas, pero para el resto de las mesnadas gaullistas tenía preparado un toque de corneta especial, para evitar desbandadas de última hora. Fillón planteó la aprobación de la vuelta a la OTAN como una moción de confianza a su ejecutivo. La decisión ya estaba tomada, y la amplia mayoría de la UMP en la Asamblea Nacional no daba margen a muchas sorpresas, pero la batalla de la opinión pública no está resuelta en un país en el que el chovinismo y la “independencia nacional” se pronuncia con la boca bien abierta. Así que de eso se habló: del papel de Francia en el mundo, de la “grandeur”, y del peso diplomático de la vieja potencia. "Francia es grande, señores, cuando es grande para el mundo, Francia se siente concernida por una responsabilidad universal", dijo Fillón con el pecho bien hinchado. A la derecha aplausos a rabiar y a la izquierda pataleos y risas. Pero el primer ministro no pudo evitar tener que mencionar al viejo general, cuya herencia se disponía a profanar. "Hay una lección que debemos recordar del general: la de jamás mirar al porvenir con los ojos del pasado. Las circunstancias evolucionan, señores, las estructuras cambian. Pero nuestra esencia permanece: la de la grandeur de Francia".Y efectivamente, las circunstancias han cambiado. Si en los años 60 Francia era un país sometido a la disputa entre las dos superpotencias, pero con un peso económico relativamente importante en la economía mundial, en la situación actual, la emergencia de Asia, la reactivación de Rusia y la rebelión creciente del Tercer Mundo dejan a la decadente clase dominante francesa pocas salidas que no sean estrechar su alianza –y su subordinación- con el único centro de poder capaz de sostener un orden mundial en el que Europa goza una importante cuota de privilegios. Francia, a la que la crisis económica empieza a acosar seriamente, está dispuesta a hacer una apuesta importante para pertenecer al club de las primeras espadas del hegemonismo norteamericano, y Sarkozy ha anunciado que duplicará el gasto en armamento y equipamiento militar. Frente a los 9.300 millones de euros del año pasado, París destinará casi 20.000 millones en 2009. Se avecinan tiempos convulsos para occidente, y la “no-vasalla y no-sumisa” Francia deberá tener buenas cartas para estar a la diestra –y cerca, por favor- de los señores de Washington.

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