La Europa del sur se opone a la Europa alemana

Los convulsos acontecimientos en Italia y España están creando un nuevo marco político en la UE. Los cambios en Roma y Madrid, junto a los gobiernos de Portugal y Grecia, configuran a unos gobiernos del sur de la UE que objetivamente suponen una alternativa y un contrapoder a la Europa Alemana.

Aunque de diferentes signos, les une la voluntad de desandar muchas medidas de recortes y austeridad que durante años Bruselas ha impuesto a los llamados PIGS.

El mismo día que Pedro Sánchez tomaba posesión como nuevo presidente español, una imagen empieza a tomar forma en el mapa europeo. En cuatro países del sur de la Unión -España, Portugal, Grecia e Italia- tenemos gobiernos que, a pesar de sus evidentes diferencias, abren la posibilidad a la configuración de un nuevo sistema de alianzas -o cuanto menos, de apoyo mutuo- frente a las presiones de la Europa alemana.

Ya no son casos aislados, se ha formado un archipiélago. Estos cuatro países, los que más duramente han sufrido las imposiciones, los recortes y los ajustes presupuestarios dictados por la Troika, son aquellos donde las urnas han ido configurando gobiernos que objetivamente se enfrentan a las políticas de austeridad y sometimiento ordenadas desde Berlín.

En tres de ellos, los gobiernos tienen un claro carácter progresista. En España, el nuevo gobierno del PSOE, sostenido en buena parte por los votos de Podemos. En Portugal, el llamado gobieno de la «geringonça» del también socialista Antonio Costa pero apoyado parlamentariamente en el Partido Comunista y en el Bloco de Esquerda. En Grecia, el gobierno de Syriza -una coalición que engloba desde socialdemócratas a ecologistas, pasando por diversas fuerzas marxistas-leninistas, maoístas o trotskistas- y que se apoya en Griegos Independientes (un partido de derechas pero anti-UE).

En el caso de Italia, la convulsa situación ha hecho que finalmente se forme un gobierno dirigido por Giuseppe Conte. Es fruto del alambicado acuerdo entre el Movimiento 5 Estrellas -un heterodoxo partido cuyas coordenadas políticas están en algún lugar entre el populismo y el centroizquierda- y la renovada ultraderecha de la Liga Norte. Ambas fuerzas son muy distintas, pero les une un marcado rechazo a las imposiciones de la Troika y en especial a los mandatos de Bruselas y Berlín.

Ninguna de estas combinaciones políticas existe en los países de la Europa del Norte. Son fruto del ascenso de las fuerzas periféricas del modelo político -tanto las de extrema derecha como las más a la izquierda- y de la debacle total o parcial del bipartidismo «moderado» y pro-UE que se alternaba en el gobierno antes de la crisis. La misma existencia de este archipiélago de “gobiernos antiausteridad» en el sur de Europa es todo un contrapoder en la UE.

Sangre y músculos en el Mediterráneo

Los países del sur de Europa son una potencia demográfica, sumando 128 millones de habitantes (casi el 29% de la población europea). Y engloba a Italia y España, la 3ª y 4ª potencias europeas, con más de 3,2 billones de euros de PIB, el 25% del PIB europeo.

Los mediterráneos son las que más duramente han soportado la década de crisis que se inició con la caída de Lehman Brothers. Desde 2008 a 2016, el PIB italiano cayó cerca de un 23%, el de España un 25%, el portugués un 22%… pero nada comparado con el de Grecia, que bajó en un 45%, un nivel de destrucción de las fuerzas productivas comparable al de un conflicto armado. Todo ello producto de las políticas de recortes, ajustes e imposiciones presupuestarias dictadas desde el FMI o la Comisión Europea, instrumentos a su vez del poder de Washington y Berlín.

En Grecia, los sucesivos “rescates” se han traducido en una catarata de ataques contra las clases populares: reformas laborales y de las pensiones que han empobrecido a la población; recortes en los servicios básicos y despidos masivos de funcionarios, docentes y médicos; disciplina fiscal espartana y secuestro de la soberanía nacional; y la venta de las empresas públicas y hasta de parte de su territorio y patrimonio (71.000 islas y parajes históricos).

En Portugal, durante los años más duros de la crisis y mediante el derechista gobierno de Passos Coelho, los recortes de la Troika cayeron de forma inmisericorde sobre Portugal. Tras el «rescate» de 78.000 millones de euros, la deuda subió casi al 130% del PIB, se privatizaron empresas por más de 10.000 millones (la mayoría acabaron en manos del capital extranjero), se disparó el paro hasta el 18%, se recortaron un 25% los salarios y más de 500.000 portugueses, sobre todo jóvenes, tuvieron que salir del país.

En Italia, a raíz del gobierno tecnocrático de Mario Monti, ex comisario europeo y ex asesor de Goldman Sachs y la Trilateral, impuesto sin pasar por las urnas, se sentaron las bases de las políticas de recortes y contención del gasto que han seguido los gobiernos tanto de Berlusconi como de Renzi. La intransigencia alemana ha impuesto un estricto seguimiento de las políticas de ajuste que ha sumido a Italia en un estancamiento económico permanente. Es el país con menor crecimiento de la UE, tanto este año como en la última década. Gracias a las “recomendaciones” del FMI o Bruselas casi uno de cada tres jóvenes no tiene trabajo y, desde la crisis financiera de 2008, el número de italianos en riesgo de pobreza se ha disparado hasta más de tres millones de personas.

Los paralalelismos con España son evidentes. También aquí han sido las órdenes de la Troika las responsables del empobrecimiento de la mayoría, de los recortes sociales y de la escalada de la precariedad, así como de la entrega de las fuentes de la riqueza nacional al capital extranjero.

Como al resto de los países de la Europa mediterránea -a los que los centros de poder denominan desvergonzadamente como PIGS (“cerdos” en inglés)- a España nos han sacrificado a cámara lenta durante una década, haciéndonos pagar las consecuencias más duras de una cataclismo financiero cuyo epicentro estaba en Wall Street.

Pero los mediterráneos son mucho más que grasa y proteínas: hay un mar de sangre hirviente y músculos crispados. Los europeos del sur han protagonizado algunos los estallidos de indignación popular más potentes de la última década: desde el 15-M español al Que se Lixe a Troika portugués o las continuas movilizaciones y huelgas generales en Grecia contra las medidas de austeridad.

Los respectivos vientos populares de cada país del sur han ido elevando al gobierno a diferentes opciones políticas, que con muy diversos tonos se han enfrentado al diktat de la Europa alemana y a sus políticas de austeridad.

Cierto es que no es lo mismo el gobierno portugués de Antonio Costa -un convencido europeísta- que un gobierno de Syriza cuyo uno de sus primeros actos fue atreverse a convocar un referéndum sobre las condiciones exigidas por la Troika para un tercer rescate (referéndum que fue ganado por el 66% para el ‘No’). Pero ambos han demostrado su voluntad de deshacer las políticas antisociales cuando las circunstancias -mucho más draconianas en el caso de los griegos- y la correlación de fuerzas en Europa se lo han permitido.

Es más, inequívocamente el gobierno -de marcado perfil europeísta- de Pedro Sánchez se ha formado en clara oposición al trazo anti-UE del ejecutivo de Giuseppe Conte. Pero más allá de su radicalmente distinta actitud hacia el zozobrante proyecto europeo, ambos han manifestado su urgencia por aplicar medidas sociales y económicas que en los hechos significan un cambio de rumbo a las directrices made by Merkel.

Que este conjunto de países del sur forme un bloque -más o menos tácito, más o menos formal- contra las imposiciones leoninas de Bruselas y Berlín puede cambiar poderosamente la correlación de fuerzas en Europa. Una UE que además se enfrenta a desestabilizadoras turbulencias internas y externas: desde el Brexit o las tensiones con EEUU, a los problemas que ha tenido Merkel para formar gobierno o al avance de las tendencias electorales centrífugas -de izquierdas, como la Francia Insumisa de Mélenchón, o de extrema derecha xenófoba como Alternativa por Alemania- en los países de la Unión.

Un doble yugo común

“España no es Grecia”, “España no es Italia”, se ha dicho hasta la saciedad. Cierto, pero los cuatro países están sometidos a similares determinaciones en el marco de la lucha de clases a escala internacional. No solo están bajo el yugo de las principales potencias europeas -especialmente de Berlín- a través del corsé de las instituciones de la UE. En los cuatro países encontramos una importante presencia militar norteamericana y bases en sus territorios. En Grecia: en Creta, Thesalonika, Larissa y Preveza; en Portugal la base de Laje (Azores); en España las bases de Zaragoza, Torrejón, Bétera, Morón y Rota. Pero nada comparado con la presencia militar norteamericana en Italia, con aproximadamente 60 localizaciones militares norteamericanas: en Aviano, San Vito, Sigonella…

En todos ellos el poder de Washington y Berlín no opera desde fuera -a través de chantajes y presiones diplomáticas- sino desde dentro. Los centros de poder tienen hombres adictos situados en las altas esferas de la política, las finanzas, los medios de comunicación…

No olvidar al “amigo americano”

La posibilidad de alguna forma de frente o alianza de los países del sur de Europa contra el diktat de Bruselas y Berlín es una buena noticia para los pueblos europeos, tanto para los meridionales como para los septentrionales. Solo otra Europa será posible si se socava y se derriba el draconiano poder de la burguesía monopolista germana sobre las instituciones de la UE. Una clase dominante alemana encabezada por Merkel que enfrenta crecientes y peligrosas turbulencias.

La Unión Europea corre hoy un cierto peligro de desintegración. Pero no solo es por los movimientos de oposición de los pueblos o de otras clases dominantes a las imposiciones de Berlín. Al otro lado del Atlántico, el inquilino de la Casa Blanca y poderosos sectores de la clase dominante norteamericana han decidido que una Europa débil y desarticulada es una Europa a la que se le pueden imponer mayores exigencias económicas y comerciales, a la que se puede encuadrar más marcialmente en los planes militares del Pentágono y la OTAN, o a la que se puede intervenir y manejar más fácilmente en el terreno político.

Donald Trump se ha guiado desde su primer día como presidente por rebajar y avasallar a sus aliados europeos: mostrando abiertamente sus simpatías por el Brexit; acusando a la UE de ser «básicamente, un vehículo de Alemania»; exigiendo con tono imperioso que los europeos de la OTAN elevaran sus presupuestos militares al 2% del PIB para cumplir con los planes del Pentágono; fomentando indisimuladamente todo tipo de corrientes centrífugas en los principales países de la Unión…

La última crisis política en Italia ha tenido un visitante entre bambalinas. Se trata de Steve Bannon, hasta hace unos meses mano derecha de Trump (su principal consejero durante la campaña electoral y en los primeros meses de gobierno), y conocido dirigente de la ultraderecha alt-right norteamericana. Durante meses Bannon se ha dedicado a sostener encuentros «de asesoramiento» con todo tipo de fuerzas de la ultraderecha europea, desde el Frente Nacional de Le Pen en Francia, a Alternativa por Alemania o Vox en España. «Mi sueño es ver a Cinco Estrellas y la Liga gobernar juntos. Son el corazón de la revolución de los descontentos», dijo Bannon en una entrevista para La Stampa. Este representante de los sectores más ultrarreaccionarios de la clase dominante norteamericana expresa abiertamente su deseo de que la UE se rompa en mil pedazos… para que EEUU pueda “satelizar” los trozos, vinculándolos a su enorme fuerza de gravedad.

La rebelión de los pueblos de la UE, en especial los del sur, contra la Europa alemana, no debe perder ni por un momento de vista al “amigo americano”. Sobre todo porque su “ayuda” significa un yugo mucho más pesado que el más draconiano de los dictados de Merkel.

Al mismo tiempo que los pueblos de los PIGS luchan por librarse del diktat de Bruselas, deben prevenirse de unos EEUU que buscan dividir a Europa para dominarla mejor.

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