Bicentenario de la constitución de Cádiz (2)

La España revolucionaria

La lucha por la independencia nacional contra el invasor francés se uní­a con la lucha por la libertad contra el Antiguo Régimen, de la que la Constitución de Cádiz será punta de lanza

Apenas una semana después de la sublevación popular del 2 de Mayo en Madrid y la brutal represión francesa, los alzamientos e insurrecciones en masa se reproducen en toda España. Creyendo Napoleón que se enfrenta a simples disturbios y algaradas, envía expediciones a todos los rincones de la península para sofocarlas. No ha medido el alcance ni la profundidad del levantamiento que, como un reguero de pólvora, recorre todo el país. Sus mejores generales, héroes de las victoriosas campañas por toda Europa y Egipto, son obligados a batirse en retirada sin conseguir ninguno de sus objetivos. Dupont debe retroceder hasta Andújar después de saquear Córdoba pero sin conseguir abrirse paso hacia Sevilla; Moncey es incapaz de tomar una ciudad abierta como Valencia y debe retirarse hacia Cuenca; Lefebvre es derrotado en Eras del Rey y a Schwart y Chabran les ocurre lo propio, por dos veces, en los Bruch. La rebelión de Zaragoza se extiende a Logroño. Asturias y Galicia se levantan en armas. Las dos Castillas y Andalucía se le vuelven ingobernables. La sublevación de Gerona corta las líneas de suministro con Francia. Entre los meses de junio y julio las tropas francesas sufren un revés tras otro hasta que el 19 de julio son derrotados en toda regla por los ejércitos del general Castaños. Pepe Botella abandona Madrid a toda prisa y las tropas napoleónicas se retiran precipitadamente hacia la otra orilla del Ebro. ¿Qué ha ocurrido en los escasos 3 meses que van del 2 de mayo hasta el 19 de julio para que los invictos ejércitos franceses que han sido capaces de aplastar a los principales ejércitos del mundo sufran en España esta humillante sucesión de derrotas?

No es posible entender nada de lo ocurrido en los primeros meses de la Guerra de la Independencia sin partir de que, como afirma Marx en “La España revolucionaria”, el secuestro de la familia real, la inanidad del Consejo de Regencia dejado por Fernando VII y la desafección de altos prelados, nobles y grandes de España de la causa nacional había creado una situación que compensaba con creces el resto de inconvenientes y dificultades. Liberada la nación de la corrupta familia real y su gobierno, paralizados los centros de mando del decrépito Estado borbónico y sus delegaciones provinciales, el mismo Napoleón había creado las condiciones que iban a permitir que se rompieran las trabas que, en otro caso, podrían haber ahogado en sus inicios el despliegue de las energías revolucionarias del pueblo español.Capitanes generales y gobernadores fueron, en el mejor de los casos, destituidos (en otros directamente ejecutados) por el pueblo enfurecido al ver que se negaban a organizar la defensa de las ciudades frente al invasor. Mientras la nobleza de España capitulaba ante el corso –el rey José recibió en Bayona a una diputación de los Grandes de España, en cuyo nombre habló el duque del Infantado, quien dijo al francés: “Señor, los Grandes de España fueron siempre conocidos por su lealtad hacia sus soberanos, y V. M. hallará en ellos la misma fidelidad y afección”– y el alto clero acataba el nuevo orden impuesto por los franceses; campesinos, artesanos, maestros, comerciantes, soldados y oficiales del ejército, los hombres más esclarecidos del bajo clero, todas las clases populares de España se lanzaban impetuosas a la lucha.

En los meses que siguieron al 2 de mayo, el pueblo español se alza, de forma unánime y enérgica en defensa de la «La Constitución de Cádiz será alumbrada por las ansias revolucionarias desplegadas por el pueblo»independencia de España. En todas partes, las autoridades del viejo régimen, atadas por su deseo de mantener el orden a toda costa y paralizadas por su temor a la acción del “bajo pueblo” son arrollados por la embestida de los levantamientos populares que exigen desatar y armar inmediatamente una revolución nacional contra el invasor. Los levantamientos populares se suceden como una reacción en cadena. Los acontecimientos de un lugar se propagan inmediatamente al vecino. Y de éste al siguiente. El capitán general de Castilla la Vieja decide acceder a las demandas de la causa patriótica al conocer el destino de su colega de Badajoz, arrastrado por las masas al negarse a armarlas y organizar la defensa, mientras en su propio patio los insurrectos levantaban un patíbulo ante su inicial negativa a hacer lo propio. En Asturias, las multitudes toman los fusiles del arsenal militar, ocupan la asamblea general de la provincia y el 25 de mayo declaran la guerra a Napoleón. Los violentos motines de Cádiz y Cartagena aconsejan a las autoridades de Sevilla y Murcia no oponerse a las revueltas populares. Cuando las noticias de lo ocurrido a Madrid llegan a Valencia, un comerciante de paja, Vicente Doménech “el Palleter”, se dirige a la plaza donde se vende el papel sellado habilitado por el gobierno francés y cogiendo un pliego y rompiéndolo proclama: “Un pobre palleter le declara la guerra a Napoleón. Viva Fernando VII y mueran los traidores”. Al día siguiente el pueblo, rebelándose, asalta y toma por las armas la ciudadela, el 25 de mayo se constituye la “Junta Suprema de Gobierno del Reino de Valencia”. En Zaragoza, una multitud exige armas y resistencia patriótica, nombrando a Palafox capitán general revolucionario. En todas partes, los miembros más destacados del viejo régimen caían, uno tras otro, arrollados por el empuje popular. Las viejas autoridades eran destituidas y en su lugar se levantaba un nuevo poder revolucionario que enlazaba directamente con el sistema de libertades populares y forales enraizadas en la tradición española durante los ocho siglos de reconquista: las juntas municipales y provinciales.

Mientras la nobleza, el alto clero, las autoridades militares, judiciales y administrativas instaban a someterse al invasor, el pueblo, espontáneamente, desplegaba todas sus energías de resistencia y se organizaba para hacer frente al invasor, barriendo al mismo tiempo todos los obstáculos que encontraba a su paso. Y en primerísimo lugar, las instituciones gubernativas del viejo régimen que quedaron eliminadas a consecuencia de la primera oleada revolucionaria. Si unos meses antes el motín de Aranjuez buscaba acabar con la corrupta y traidora camarilla de Godoy, encarnación de lo peor del decadente absolutismo borbónico, después del 2 de mayo este mismo objetivo presidía todas las revueltas populares pero esta vez a escala nacional. La lucha por la independencia contra el invasor francés se unía así de forma indisoluble con la lucha por la libertad contra el Antiguo Régimen. Las proclamas que en los siguientes meses lanzarán por doquier las juntas provinciales así lo confirman. Guerra y revolución se daban la mano en España desde el mismo comienzo del alzamiento popular de resistencia al francés.

Un proceso que conducirá, dirigido por las fuerzas de cambio más conscientes, y asentado sobre las ansias revolucionarias desplegadas por el pueblo, a la proclamación, en Cádiz, de la constitución más progresista y avanzada de su época, que debía haberse convertido en motor de la modernización del país.

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