SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La dimisión de Rajoy y los débiles que no se rinden

La suposición, entre displicente y prudente, de Duran Lleida, manifestada al presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, según la cual Mariano Rajoy no caerá por el asunto Bárcenas, podría ser precipitada. Porque al presidente del Gobierno, si es líder, debería sucederle lo que Gregorio Morán, en su libro “La decadencia de Cataluña contada por un charnego” (editorial Debate. 2013), atribuye a los que lo son: “Un líder lo sabe todo, y lo que no sabe es porque no le da la gana enterarse”. Cierto. En este aserto tan sentencioso del periodista asturiano se resumiría lo que se entiende por responsabilidad política. De modo que aquel que ocupa el vértice de una organización demuestra su aptitud en la medida en que es capaz de controlarla y de estar informado de lo que en ella ocurre. Y si lo desconoce es porque no vale para el mando o, lo que no es peor, porque no quiere conocerlo.

Y ésta será la plataforma dialéctica desde la que disparará la oposición en el pleno parlamentario de mañana. El hecho de que los grupos parlamentarios -especialmente el socialista- reclamen persistentemente la dimisión de Rajoy, antes incluso de sus nuevas explicaciones ante el Congreso, es un comportamiento coherente con la atribución a Rajoy de la máxima responsabilidad política de lo que ha sucedido en el PP.

De ahí que José Antonio Griñán, al margen de justificadas razones personales, abandone la presidencia de la Junta de Andalucía. Sabe que él debía conocer que en el entramado de varias consejerías se desviaba fraudulentamente dinero a caño libre. Y él era -es- el responsable de que esa sisa enorme no se produjese. La declaración judicial del exinterventor de la Junta el pasado jueves, según la cual el presidente de la Junta debió conocer sus reiteradas advertencias, abona la tesis de que Griñán se va -pero se mantiene aforado- porque el escándalo le salpica.

Rajoy puede caer, en consecuencia, por su carácter de líder principal del PP, más allá de que haya o no cobrado sobresueldos, en blanco o en negro. Pero su descalabro sólo podría producirse si concurren, entre otras, las siguientes circunstancias adicionales (probables) y todas ellas endógenas al propio PP, el Gobierno y su entorno (mediático y empresarial):

1) Que sigan publicándose titulares como pedradas que engorden el escándalo y lo que sería todavía peor: que aparezcan -como se especula- grabaciones de audio comprometedoras al modo en que aparecieron los SMS entre él y Bárcenas. Hipótesis improbable, pero no imposible. En este punto es fundamental poner sobre la mesa la verosimilitud de que Bárcenas haya pre-constituido pruebas inculpatorias de irregularidades contra su entorno en el PP que le servirían como coartadas para camuflar o distraer la atención sobre sus responsabilidades. Que deben ser muchas a tenor del auto del lunes pasado de la Audiencia Nacional que le mantiene en prisión incondicional.

2) Que los directamente concernidos por supuestos cobros irregulares -de Jaime Mayor a Rodrigo Rato, pasando por Álvarez Cascos o Federico Trillo- sigan mostrando una aparente indiferencia a las acusaciones y se abstengan como hasta ahora de salir al paso de las imputaciones de Bárcenas, aunque los dos últimos y Cospedal deban comparecer como testigos en la causa este agosto tal y como resolvió ayer el juez Ruz.

3) Que José María Aznar siga sumido en un absoluto mutismo de tal manera que se declare ajeno -todo lo que pueda declararse dadas las circunstancias- al caso y no salga en ayuda de Mariano Rajoy después de que este le haya ninguneado como a tantos otros que ahora podrían haberle socorrido.

4) Que los propios miembros de su Gobierno no se comporten con el arrojo de Cospedal, y sigan haciendo declaraciones de tono menor inseguros y trémulos, incluidas las huestes de Soraya Sáenz de Santamaría que parecen estar en un proceso de cálculo y valoración de la situación en la que Rajoy sería una pieza avanzadamente amortizada y por lo tanto prescindible (atención a la prensa alemana)

5) Que la oposición, el PSOE, siga el ritmo de las acusaciones que lance El Mundo desde la tronera de los papeles de Bárcenas y el ex tesorero consolide su estrategia de declararse inocente del acumulo de su fortuna mediante el procedimiento de cubrir de responsabilidades a sus ex compañeros, estrategia que desde el Gobierno y el PP no se ha neutralizado todavía.

Y 6) Que el presidente del Gobierno no tenga su día mañana en el pleno y sus explicaciones -que en ningún caso serán convincentes para la oposición- no lo sean tampoco para la opinión pública. Y que no sepa manejar las bazas de que dispone: desde la dimisión atropellada de Griñán hasta la buena EPA del pasado jueves, sin olvidar que la intensidad crítica no es homogénea en todos los grupos de la oposición (CiU y el PNV se han distanciado de PSOE, UPyD, Izquierda Unida).

En las bambalinas del escenario se libra otra batalla, callada y sólo esporádicamente explicitada. Pérez Rubalcaba tiene un problema: seguir o no la pauta que le marque el director de El Mundo de tal modo que las estrategias de su partido se acompasen con las del diario. Si así fuese, Felipe González ha lanzado un aviso, nada inocuo para el secretario general de los socialistas: él abandonaría el PSOE. Dijo el pasado día 19 de julio: “Si supiera que Rubalcaba apoya a Pedro J., no sólo perdería mi condición de simpatizante, sino que me cuestionaría la de militante.”

En este cuadro de situación, susceptible de empeorar aún para el presidente del Gobierno, su caída es una hipótesis realmente verosímil. No olvidemos, sin embargo, que Rajoy tiene a su favor, la constatación empírica proclamada por Mario Benedetti: “Quién lo diría, los débiles de verdad nunca se rinden”.

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