El G-2 del tablero mundial (2)

La dificultad de gobernar el caos

2008 ha sido el año en que las quiebras bancarias se han llevado por delante un mayor volumen de depósitos y valores en toda la historia de EEUU. Las pérdidas de la bolsa de Wall Street han superado ya las mayores caí­das de la crisis de petróleo de 1973 y la de las puntocom de 2000. Y acumula una caí­da, 17 meses después de la quiebra de Bearn Stearns en que inició la cuesta abajo, idéntica a la que sufrí­a 17 meses después del jueves negro de octubre de 1929.

Los economistas norteamericanos se han visto obligados a acuñar un nuevo conceto, el de “instituciones zombis” para definir la realidad de algunos de los mayores gigantes financieros del país. Bancos, aseguradoras e hipotecarias que están en realidad “muertos” (es decir, quebrados y en estado de insolvencia), pero que todavía pueden seguir tambaleantemente en pie por las gigantescas inyecciones de dinero público que les ha dado (y sigue dándoles) el gobierno. Nadie sabe todavía con exactitud que es lo que tienen realmente dentro estos colosos financieros (Citigroup, Bank of America, AIG, Fannie Mae, Freddie Mac,…); qué parte de sus activos son reales, es decir, están respaldados por valores realmente existentes y cuáles son “tóxicos”, es decir, no valen nada o valen mucho menos de lo que nominalmente dicen valer. Por eso crece cada vez con más fuera la idea de su nacionalización. Que el Estado las tome en sus manos, haga una auditoría excepcional y a fondo para saber que parte es recuperable y que parte no. Aparque lo no recuperable, todavía no se sabe muy bien dónde ni cómo, y, una vez saneados, los venda nuevamente al capital privado con un precio ya ajustado (a la baja, lógicamente) a su valor real o incluso troceados, separando sus distintas áreas de actividad en otros tantos negocios independientes. Una alternativa que aparece para la mayoría de los expertos como la más lógica y racional, desde el punto de vista de salvar lo más rápidamente la crisis financiera y que la circulación de capital vuelva a ponerse en marcha una vez destruido el capital sobrante, pero que choca frontalmente con los intereses de los clanes oligárquicos financieros que las controlan. Lo que esta obligando a Obama a nadar entre dos aguas. Imponiendo por un lado condiciones y exigencias a las entidades que recurren al dinero público (limitación de sueldos a sus altos ejecutivos, obligación de pasar por una “prueba de tensión” que mida sus solvencia real,…), pero sin abordar, al menos de momento, las medidas de choque, radicales, que el sistema financiero norteamericano precisaría para salir del marasmo actual. El estallido de la crisis en el centro del capitalismo mundial exige suspender coyunturalmente la anarquía propia del capitalismo. Es una situación excepcional en la que es necesario arbitrar medidas excepcionales. Y la primera y principal de ellas, que el Estado tome las riendas absolutas de la economía, dirigiéndola de la forma más centralizada y planificada posible. Y esto requiere de un proyecto político claro, que sepa con exactitud dónde quiere llevarla y un liderazgo firme, capaz de enfrentarse y vencer las múltiples contradicciones, roces y conflictos que genera en la misma clase dominante el tener que “ceder” una parte –más sustancial para unos sectores que para otros– de su dominio (e incluso de sus intereses materiales) coyunturalmente y de forma excepcional al poder político. Las consecuencias que estas dos condiciones tan distintas de afrontar la crisis pueden llegar a tener para uno y otro, para EEUU y China, así como la tendencia inevitable a que esto repercuta y se refleje en la distribución del poder mundial y en el alineamiento de las distintas fuerzas políticas y de clase en el tablero mundial, será el tema que nos ocupará en la próxima entrega.

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