«Tras poner el acento durante meses en que la crisis no va a drenar derechos sociales, el presidente Zapatero se aviene a anunciar los primeros y dolorosos recortes. Es hora de empezar a mimar a los mercados, no sólo a los votantes. No hay más remedio: los inversores han empezado a atacar a los países más endeudados, empezando por Grecia, y España es vulnerable por ese flanco».
El ráido aumento de la deuda pública ha encendido las alarmas de los inversores, que parecen haber perdido la fe en la economía española. Y sin embargo, el endeudamiento público no es preocupante. Es el más bajo de la eurozona. Pero los mercados saben que las finanzas públicas son sólo la punta de un iceberg: la enorme deuda total amasada durante los años de bonanza, pública y sobre todo privada, es lo que preocupa a los inversores; buena parte de ella está además en manos de extranjeros, que empiezan a dudar de la capacidad de España para hacer frente a sus compromisos (EL PAÍS) EL ECONOMISTA.- España podría suponer la mayor amenaza de todas para la eurozona, dada su combinación de desequilibrios estructurales y las repercusiones del estallido de la burbuja inmobiliaria. Si Grecia se hunde, sería una tragedia que haría tambalear a otros; pero si es España la que sucumbe, se llevará con ella el futuro de la unidad monetaria y décadas de credibilidad política en Bruselas. A largo plazo, se podría obligar a un país a escindirse de la zona euro. Por todas esas razones, no sería exagerado decir que España, la cuarta economía de la Unión Europea, se ha convertido en el campo de batalla del futuro de Europa Economía. El País La deuda externa atenaza a España Claudi Pérez En economía hay momentos que constituyen una revelación. El pasado 29 de enero el Gobierno presentaba un severo plan de austeridad y el esbozo de las reformas laboral y de pensiones. Pese a los volantazos posteriores, esa es la prueba de que algo grave está pasando. Ese día comienza una suerte de conversión: tras poner el acento durante meses en que la crisis no va a drenar derechos sociales, el presidente Zapatero se aviene a anunciar los primeros y dolorosos recortes. Es hora de empezar a mimar a los mercados, no sólo a los votantes. No hay más remedio: los inversores han empezado a atacar a los países más endeudados, empezando por Grecia, y España es vulnerable por ese flanco. El rápido aumento de la deuda pública ha encendido las alarmas de los inversores, que parecen haber perdido la fe en la economía española. Y sin embargo, el endeudamiento público no es preocupante. Es el más bajo de la eurozona. Pero los mercados saben que las finanzas públicas son sólo la punta de un iceberg: la enorme deuda total amasada durante los años de bonanza, pública y sobre todo privada, es lo que preocupa a los inversores; buena parte de ella está además en manos de extranjeros, que empiezan a dudar de la capacidad de España para hacer frente a sus compromisos. Deuda es ya, sin discusión, la palabra del año en economía. El endeudamiento en España es enorme, tras los años de boom financiado con crédito barato y abundante. Las familias, las empresas y la banca se entramparon hasta las cejas mucho antes de que llegara la crisis y el déficit público se desbocara. En torno a la mitad de esa deuda pública y privada está en manos de extranjeros: la deuda externa es de 1,7 billones de euros, casi el 170% del PIB, tras una década de abultados déficit comerciales. Pocos países presentan cifras más elevadas y en muy pocos casos ese proceso ha sido tan rápido, a juzgar por los datos del FMI: se trata de una situación compleja, según una decena de expertos consultados, que explica parte de la reacción de los mercados, siempre dispuestos a hacer sangre, y que augura una lenta reactivación. La crisis tiene ingredientes dignos del cine: un guión endiablado, villanos como Bernard Madoff, esas cosas. Los banqueros han proclamado que hacen "el trabajo de Dios" (según Goldman Sachs) mientras los incendios causados por los propios bancos (el mismo Goldman Sachs es un gran ejemplo) hacen mella en las finanzas públicas: en las arcas de los mismos Estados que se vieron obligados a rescatar a las entidades financieras y evitaron así una Gran Depresión. Pero ahórrense parte del suspense: de todas las crisis, mal que bien, se sale. España no va a suspender pagos. Ni, Portugal, ni Irlanda, ni siquiera Grecia (aunque atención: esa hipótesis ha dejado de ser inverosímil). La eurozona no va a romperse salvo un cataclismo muy improbable. Y sin embargo los mercados llevan semanas muy nerviosos y han obligado a Bruselas, a Atenas, a Dublín, a Lisboa y a Madrid a tomar medidas drásticas, ante la constatación de que la deuda pública es probablemente la próxima burbuja. Y ante el hecho de que esa burbuja llega incluso antes de que termine de salir el aire de la anterior: "Las raíces de esta crisis fiscal son las enormes deudas privadas embalsadas durante años de tipos de interés muy bajos y que en países como España están en gran parte en buena parte en manos de extranjeros", resume Jordi Galí, de la UPF. Nada es gratis. Esa deuda externa habrá que pagarla, o refinanciarla a un coste mayor. En realidad con toda la deuda va a suceder eso, en un proceso con un nombre tan feo como lacerante: desapalancamiento. "Toca adelgazar, ajustarse el cinturón. Familias y empresas van a reducir su gasto -y ya han empezado a hacerlo- justo en el momento en que España encara una subida de impuestos, lo que supone un doble problema para reactivar la economía. Los bancos y el sector público presentan sus particulares problemas para empezar a andar por esa senda del desapalancamiento. Eso hace aún más incierta la salida del túnel", advierte Guillem López Casasnovas, consejero del Banco de España. En condiciones normales, no debe haber problemas para pagar esa deuda, "que está asociada a una gran modernización de la economía, a grandes inversiones aquí y en el exterior", apunta Federico Steinberg, investigador del Instituto Elcano. Las aventuras del Santander, BBVA, Telefónica, Iberdrola y tantas otras empresas en Europa y América Latina han sido un salto adelante fenomenal para la economía española, aunque haya también pésimos ejemplos, casi siempre asociados al ladrillo. Metrovacesa pagó más de 100 millones de euros por abandonar un proyecto faraónico en la City de Londres; algunas cajas tienen una gran concentración de riesgo en las denominadas subprime españolas: determinados activos inmobiliarios de la costa. Pese a que el ajuste ya ha comenzado, las dudas están ahí. "Si, como parece, la crisis va para largo, entonces será cada vez más difícil y cada vez más caro refinanciar la deuda, que está en todos los rincones de la economía: familias, empresas constructoras y no constructoras, bancos y sector público. Y ahí juega un papel importante, cada vez más importante, un componente psicológico: si los mercados se convencen de que España va a tener dificultades, las dificultades llegarán. Así que vale la pena persuadirles de que España tiene capacidad para devolver o refinanciar ese crédito", añade Santiago Carbó, asesor del banco central de EE UU. Hasta ahora los mercados sólo parecen desconfiar. Los analistas y los medios anglosajones llevan semanas cargando contra las deficiencias de la zona euro, aludiendo sin ambages a España como la próxima víctima. Y sin embargo, en la última subasta de deuda pública española, casi el 20% de los bonos fueron comprados por británicos. Con la deuda privada empieza a pasar algo parecido: la veda del catastrofismo está abierta: "España está como los países asiáticos antes de la crisis de los noventa. Los bancos y las empresas están tremendamente endeudados. Quien piense que la banca española está entre las más fuertes de Europa debe estar fumando crack: no habrá problemas mientras el BCE mantenga la barra libre de liquidez, pero cuando eso acabe se verán los agujeros y se conocerá la auténtica dimensión del problema en las cajas de ahorros", asegura desde Londres Jonathan Tepper, de Variant, autor de un informe demoledor que ha corrido como la pólvora. La mayoría de expertos no comparte ese extremo pesimismo. Los analistas consultados destacan que la fenomenal deuda externa -la deuda, en general- va a endurecer el ajuste que necesita la economía, pero no va a causar estragos. "El riesgo de impago es bajo, pero eso no significa que el ajuste no vaya a ser doloroso, con recaídas en la recesión", sostiene Gilles Moec, de Deutsche Bank. "La historia demuestra que un país que haya alcanzado esa deuda externa va a sufrir un ajuste muy fuerte de su demanda y de sus costes: de lo contrario se eleva el riesgo de una parada súbita en la financiación externa. Pero todo ese dinero lo deben miles de individuos, miles de empresas, y además está respaldada con activos; sería diferente si estuviera en manos de un solo deudor, si todo fuera deuda pública", abunda. Carlos Trascasa, socio director de la consultora McKinsey, afirma que la prueba de la relativa buena salud financiera española es que las familias y las empresas ya han iniciado el ajuste. "La deuda es excesiva a todas luces, pero está sustentada con viviendas en España -y una hipoteca es lo último que se deja de pagar- y en el caso de las empresas con activos de calidad, porque ese dinero se dedicó a inversión, no a consumir a lo loco. No hay tontos invirtiendo por ahí ni bancos dando dinero a los tontos", afirma. Eso sí, "el ajuste inmobiliario va para largo, y la banca va a sufrir durante años si no acelera la reestructuración; con el Estado sucede algo parecido: si no aplica las reformas de inmediato tendrá problemas de credibilidad. Eso significa, simplemente, pagar la deuda mucho más cara y de retruque encarecer también la deuda privada. Y, en definitiva, crecer menos". Una vez más se trata de una vieja historia: "España creció por encima de sus posibilidades, a base de créditos, y ahora hay que pagar esos excesos", dice el economista Jaime Requeijo. Y añade que en estos últimos años el euro ha funcionado como escudo, "pero ha tenido un efecto hipnótico: muchos pensaron que los déficit no tendrían consecuencias, y ese cuento está pasando factura. España empieza a ser menos fiable". Carmen Reinhart, coautora junto a Kenneth Rogoff de Esta vez es diferente, un manual sobre crisis en los últimos 800 años, alinea a España con Irlanda. "Grecia y Portugal se enfrentan a la posibilidad de una crisis fiscal y los mercados han metido en el mismo saco a España e Irlanda, que tienen problemas diferentes. Ni en España ni en Irlanda la deuda pública está al nivel de la griega, pero los mercados saben que esos dos países tienen enormes deudas privadas. Y lo que ocurre en todas las crisis graves es que la deuda privada acumulada antes de un huracán como este acaba convirtiéndose en deuda pública". Reinhart no acaba ahí: "En realidad se trata de un problema global. Hay una deuda enorme que va a tener que refinanciarse pagando más y más. Y algunos están peor situados que otros: Reino Unido, por ejemplo". Al final, al Gobierno tiene ante sí un difícil equilibrio. Se trata de complacer a los sindicatos, que han empezado a enseñar los dientes, y a los mercados, cuya poderosa dentadura está siempre a la vista. "Todo irá bien mientras los tipos de interés sigan bajo mínimos y los bancos centrales mantengan la financiación de emergencia", augura Emilio Ontiveros, presidente de AFI. "Pero aun así conviene ir preparando los diques para cuando eso se retire", apostilla. Al cabo, las deudas no se esfuman de la noche a la mañana. Ni aun después de una revelación. EL PAÍS. 28-2-2010 Opinión. El Economista La Guerra de España Nouriel Roubini La tentación de simplificar conceptos complejos en lindos acrónimos es, en ocasiones, demasiado incluso para las mentes más serias y, así, la etiqueta PIGS -puercos en inglés- se ha adherido al grupo de países de la eurozona actualmente en dificultades por una grave crisis de deuda soberana. Ha surgido un debate secundario e insustancial sobre si la ‘I’ se refiere a Irlanda o Italia, o si PIGS debería ser PIGGS o incluso PIGIS, un error ortográfico equivalente a cochinillos en inglés. Todo muy entretenido y de gran ayuda para quienes escriben los titulares. ¿Especulación injusta o mala gestión? Para los países en cuestión, sin embargo, no tiene ninguna gracia. Independientemente de que adoptemos la postura de que los actuales problemas de Grecia son el fruto de una especulación injusta o el resultado de la mala gestión autoinfligida en Atenas y Bruselas, el hecho es que la posibilidad de contagio en la zona euro debe tomarse muy en serio y España, entre los países agrupados actualmente dentro del despectivo acrónimo porcino del mundo anglófono, resulta crucial para detener el efecto dominó que podría provocar el impago o casi impago en otras partes. Como he dicho en Davos hace poco, España podría suponer la mayor amenaza de todas para la eurozona, dada su combinación de desequilibrios estructurales y las repercusiones del estallido de la burbuja inmobiliaria. Si Grecia se hunde, sería una tragedia que haría tambalear a otros; pero si es España la que sucumbe, se llevará con ella el futuro de la unidad monetaria y décadas de credibilidad política en Bruselas. A largo plazo, se podría obligar a un país a escindirse de la zona euro. Por todas esas razones, no sería exagerado decir que España, la cuarta economía de la Unión Europea, se ha convertido en el campo de batalla del futuro de Europa. En las dos últimas semanas, mientras se ampliaba el rendimiento de los bonos griegos llevándose consigo la rentabilidad de otros países débiles de la eurozona, el Gobierno socialista español se ha despertado de un ataque de sonambulismo. La tardía reacción de Zapatero La reacción inicial del presidente José Luis Rodríguez Zapatero a la crisis económica internacional que comenzó en 2008, mediante un costoso programa de creación de empleo y un paquete de estímulo que no hizo más que intensificar los problemas fiscales españoles, habría sido apropiada en un país con unos fundamentos fiscales sólidos y una base industrial próspera y competitiva. Desgraciadamente, cuando el despertador griego levantó a Zapatero, ya estaba al borde de un cementerio económico. El desempleo ronda casi el 20 por ciento, el doble de la media en la UE, y el déficit presupuestario del total de las Administraciones Públicas alcanzó el 11 por ciento del PIB en 2009. Más seriamente, el modelo económico español, que depende en gran medida de la construcción y unas costas bañadas por el sol y ocupadas por bloques de pisos de gran altura, se ha colapsado. Aunque España saliera de la recesión en el primer trimestre (sería el último gran país de la zona euro en hacerlo), el atracón inmobiliario persistirá. Peor aún, los pronósticos de crecimiento (la verdadera solución a los problemas de España) parecen mucho más sombríos que los supuestos del Gobierno del 3 por ciento, y más aún entre 2011 y 2014. La inflexibilidad del mercado laboral ha dañado la competitividad española, creando una realidad a dos niveles. La seguridad laboral de los trabajadores con contratos indefinidos, protegidos por unos costes de despido muy elevados, contrasta claramente con las precarias circunstancias de los trabajadores temporales, sobre todo los jóvenes, que carecen de seguridad o ventajas laborales. Los últimos estudios indican que un alto porcentaje de trabajadores temporales reduce la productividad total de factores por sus efectos en el esfuerzo de los trabajadores, en ausencia de incentivos para invertir en formación. Pero España posee una enorme ventaja sobre el resto de los PIIGS de la eurozona. En el país, restaurar el crecimiento hasta el punto en que recorte un buen pedazo de la población desempleada requerirá la valentía política que los defensores de Madrid demostraron durante la Guerra Civil. Las reformas estructurales que incrementan la productividad de la mano de obra a la vez que mantienen controlado el aumento de los salarios públicos y privados tienen un sentido obvio, pero garantizan el malestar social; aunque la medicina necesaria la administre un Gobierno socialista. Por muy doloroso que parezca, ése es, precisamente, el camino que tomó Alemania tras su auge y caída en la post-reunificación a principios de los 90. Se restauró la competitividad alemana, aunque sólo gradualmente, en el transcurso de una década. Y, durante esa década, los alemanes sufrieron un rendimiento inferior a la media. España debe prepararse para tiempos difíciles. Es cierto que España no es Grecia, como tampoco lo es Irlanda, pero si una economía tan importante no logra detener su resbalón fiscal hacia los niveles de la deuda griega, las distinciones acabarán siendo meramente académicas. EL ECONOMISTA. 27-2-2010