Comienza hoy, dos de julio, el Festival de Almagro, que da la señal de salida a la cada vez más poblada, densa y extendida temporada veraniega de «teatro clásico» (Alcalá de Henares, Cáceres, Olite, Olmedo, Chinchilla, Niebla, Almería…), y lo hace bajo la égida indiscutible de la figura de Lope de Vega, del que se cumple ahora el cuarto centenario de la publicación de su «Arte nuevo de hacer comedias», un texto que revolucionó el teatro de su tiempo y en el que se sientan, ya en 1609, las bases en las que se cimentará el teatro moderno, sobre todo «la comedia», su género por excelencia. Pese a que no se le suele reconocer, Lope hizo con el teatro lo mismo que Cervantes con la novela: fundarlo sobre nuevas bases.
Como no odía ser de otra manera, el auge o renacimiento del teatro en España coincide con una nueva reivindicación de la figura y de la obra de Lope de Vega, su verdadero creador. Una figura absolutamente clave, cuya auténtica desmesura tiende, curiosamente, a borrar los perfiles de su contribución al mundo de teatro, que es inmensa y de validez y alcance plenamente universales, porque de su ingenio y de su pluma nace nada menos que la revolución estructural y temática de la que va a emerger el teatro moderno. Lope fue un personaje prototípico de la España del Siglo de Oro, con todas sus contradicciones y todas sus desmesuras. Nació en Madrid, en 1562, hijo de un humilde bordador y de una mujer del pueblo, pero su precocidad y su talento le permitieron estudiar en la “universidad” de Alcalá de Henares. Como hijo de su tiempo (a Cervantes le ocurrió lo mismo), Lope participó como soldado en algunas campañas militares, fue en algunos momentos el protegido de algún noble, mientras que en otros sufrió destierros, penurias y abandono. Su vida amorosa y sentimental fue auténticamente “volcánica” (e insólita para la época): se casó dos veces, tuvo infinidad de amantes (la mayoría actrices) y dio su apellido a catorce hijos, entre legítimos e ilegítimos: no es extraño, pues, que llegara a ser un verdadero experto en tejer y destejer en escena enredos amorosos y conflictos sentimentales. Su creatividad literaria fue portentosa. Dejó escritos tres mil sonetos, unas cuatrocientas comedias, tres novelas y algunas epopeyas y poemas didácticos. Como es célebre, se jactaba de escribir una comedia en una noche, o como lo dice en un soneto, hacer que “pasara de las musas al teatro en horas veinticuatro”. En síntesis: él sólo tiene más producción dramática que todo el celebrado teatro clásico inglés. (Otra cosa es que mientras Inglaterra ha convertido a su “teatro clásico” en el mejor rostro de su país y en la fuente de una cantera de intérpretes sin parangón en el mundo, en España el teatro clásico ha dormido el sueño de los justos bajo una capa de polvo y olvido varias veces centenaria). Lope fue, además de prolífico, un dramaturgo popular, muy popular. Y que tenía en cuenta al escribir los gustos y los intereses del público, sin que ello supusiera echar por la borda su inmenso talento ni caer en la mediocridad o la chavacanería. Lope sabía hacer reír y llorar, estremecerse o intrigarse, conmoverse o explotar a carcajadas, a un público inmenso. Su éxito fue tan duradero e incontestable que hasta Cervantes abandonó el campo dramático (mucho más lucrativo que la novela en aquel tiempo) ante la total imposibilidad de competir con Lope. Amén de esa ingente producción dramática, Lope dio a la imprenta en 1609 un pequeño opúsculo de apenas nueve páginas, “El arte nuevo de hacer comedias”, donde explica con sencillez y contundencia los fustes de su revolución teatral, en la que, entre otras cosas, ponía fin a las tres unidades clásicas de “acción, tiempo y lugar”, que habían regido hasta entonces toda la dramaturgia anterior. Lope además se atrevió a llevar a cabo la “herejía” de “mezclar” en escena tragedia y comedia, lo que da cuenta de su atrevida irreverencia pero, sobre todo, de su capacidad y talento para captar “el nuevo mundo” que emerge, y la consiguiende desaparición de los ideales heróicos. Aprovechando los 400 años de la aparición de este texto crucial, los festivales de teatro clásico estivales van a ofrecer este verano un verdadero festín de “lopes”: cinco puestas en escena diferentes del clásico “Fuenteovejuna”, dos de “El perro del hortelano”, además de “El caballero de Olmedo”, “La viuda valenciana” y “la dama boba”, y una auténtica primicia: “¿De cuándo acá nos vino?”, una pieza casi desconocida, de inusitada belleza, una comedia en la que una madre y una hija se disputan el amor de un galán, y que va a ser la apuesta escénica que la Compañía Nacional de Teatro Clásico va a llevar al Festival de Almagro.