La guerra ya está en Pakistán

La desdicha de Said y Roshan

«Tengo ganas de agarrar un arma y de luchar contra los talibán y el ejército». Estas palabras llenas de ira, pronunciadas por Said Quraid, un campesino cualquiera, expresan sin embargo el sentir común de los cientos de miles de personas que han tenido que huir con lo puesto de los distritos de la Frontera Noroccidental de Pakistán, escapando del fuego cruzado de los insurgentes fundamentalistas y los de las Fuerzas Armadas. «No viví­amos bien. Los talibán prohibieron la música, les daban latigazos a las mujeres que no llevaban burka con las correas de sus kalashnikovs», dice Roshan Zari, una veinteañera, que cuenta luego cómo los militares han bombardeado su aldea. Antes de escapar de su hogar tuvo que contemplar una hilera de cadáveres de mujeres, niños y hombres en sus calles. La guerra ya está en Pakistán, y la gente escapa como puede, con lo que puede.

El ejército aquistaní cuenta como un trofeo cada combatiente talibán que abate –ya van 160, dice el vocero del ejército, el general Athar Abbas- pero no dice ni una palabra de los muertos o de los desplazados de la población civil. Sin embargo los combates se internan en zonas densamente pobladas, y según la ONU, aproximadamente 200.000 personas han huido ya de los distritos en guerra, y unos 300.000 más lo están haciendo ahora o están en camino. Se sumarán al medio millón de refugiados que han escapado de la región desde hace más de un año. Todos cuentan testimonios muy similares al de Said o el de Roshan. Casi nadie apoyaba la feroz ley islámica impuesta por los talibanes en el valle del Swat, pero sus habitantes no huyen de los islamistas, sino de los bombardeos indiscriminados de las “fuerzas de liberación” gubernamentales, que descargan una lluvia de artillería sobre pueblos y aldeas al menor indicio de la presencia de insurgentes. Pero la trampa de dos fuegos no se acaba al escapar de sus casas. Muchos se han encontrado con carreteras cortadas, con controles talibanes que les han obligado a darse la vuelta, o que en medio de la oscuridad y el toque de queda, los refugiados han sido atacados por las fuerzas gubernamentales. Es muy peligroso ponerse en ruta , y la lentitud de las columnas, cargados de enseres, niños y ancianos hace el viaje más lento y cansado.Casi nadie cuestiona que los talibanes habían roto el pacto tácito con el gobierno de Zardari –paz a cambio de dejarles imponer la sharia en el valle del Swat- y que su avance a los distritos adyacentes, como Búner, a un centenar de kilómetros de Islamabad representaba una amenaza y una porvocación a la que era necesario responder. Pero la extrema crudeza de la respuesta, que está arrasando la zona de guerra y está tratando a la población civil como parte del paisaje, responde en última instancia a las imposiciones del Pentágono. Washington ha puesto firme al gobierno de Islamabad, utilizando toda una gama de instrumentos de presión diplomáticos, políticos y económicos, y ha cortado de cuajo la complacencia con la que Zardari había tratado a los talibanes.La Casa Blanca no está dispuesta a que la situación de Pakistán degenere hacia un estado fallido. No sólo por la propia importancia intrínseca del país –la única nación islámica con cabezas nucleares- sino por algo que ya todos saben, porque se dice a todas horas: Afganistán y Pakistán son dos partes de un todo. No se puede resolver una sin la otra. Los líderes norteamericanos, eso sí, “lamentan muchísimo el sufrimiento de la población civil”. Pero ¿desde cuando le he importado a los centros de poder de la superpotencia los seres insignificantes como Said o Roshan?.

Deja una respuesta