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La derecha ya tiene a su Zapatero

Fue anunciar el sábado que se presentará a las elecciones generales para intentar repetir mandato y el domingo dos encuestas de fuste le auguran, a él a su partido, una auténtica debacle. A tenor de esos sondeos –de El País y de La Vanguardia–, Mariano Rajoy podría dejar al PP tras su paso por la presidencia esta legislatura, como Zapatero dejó al PSOE: sumido en su más grave crisis histórica.

El periódico madrileño atribuye a los populares una estimación de voto del 20% (frente al 27,7% del PSOE y el 25% de Podemos) y sitúa a Rajoy como el político peor valorado: ocho de cada diez consultados desaprueba su gestión, lo cual es casi batir un record porque entre los que le suspenden hay un porcentaje altísimo de votantes del PP.

El diario barcelonés tampoco es más clemente en su encuesta con Rajoy y los ‘populares’. El PP catalán se descrismaría en unas elecciones autonómicas –plebiscitarias o no– porque pasaría de 19 diputados a 9 (o sea, del 12,9% al 7,2%), en tanto que Ciudadanos incrementaría sus escaños de 9 a 19. La nota para el presidente del Gobierno es en Cataluña también la peor de todas: 1,2, por detrás, incluso, de Alicia Sánchez-Camacho. A mayor abundamiento: el 90% de los consultados muestra su desacuerdo con la política gubernamental en aquella comunidad.

Tiene un mérito enorme pasar de la mayoría absoluta al descalabro. Sólo abofeteando a todos los sectores sociales que votaron en noviembre de 2011 al PP se logra perder en tres años nada menos que 24 puntos (del 44,62% al 20%). No lo consiguió, pese a sus muchos méritos, el expresidente Zapatero, que ganó las generales de 2008 con el 43,64% de los votos y 169 escaños y en 2011 el PSOE se dejó en el camino casi 15 puntos (obtuvo un magro 28,73% y 110 escaños). Pues bien: Rajoy haría el agujero de los conservadores más profundo que el hoyo por el que han venido reptando los socialistas. Clamoroso.

Pero esta foto-fija tiene una lógica implacable. La lógica de gobernar contra todos, primero, incumpliendo dolosamente el programa electoral con el que obtuvo 186 escaños en el Congreso y, luego, golpeando en el alma ideológica del electorado del Partido Popular, es decir, hiriendo todos los valores de las clases medias que, tras el Gobierno de Rajoy, han pasado a un proletariado dispuesto, bien a quedarse en casa la jornada electoral y dejar que ganen otros, bien a votar opciones alternativas por distantes que resulten del PP.

Rajoy ha creído que bastaría el discurso burócrata y economicista de Luis de Guindos y sus crecimientos del PIB y sus siempre buenos índices adelantados de la economía para encandilar a un electorado que esperaba un Gobierno integral en lo socio-económico y en lo político-ideológico.

Ahí está la pifia de la inexistente reforma del aborto; ahí también, y de paseo en la calle, Bolinaga y Santi Potros (Este último libre por retraso culpable en la transposición de una decisión marco de la Comisión Europea); ahí está el incremento de impuestos que la reforma fiscal –después de una indecorosa amnistía– está lejos de paliar porque se han incrementado en 28.000 millones y ahora disminuyen sólo en 9.000, con un saldo para el fisco de 20.000 netos; ahí está un plan anticorrupción que se ha hecho esperar tres largos años mediando mientras tanto desde el caso Gürtel, al de Bárcenas o la Operación Púnica; ahí están dos relevos ministeriales en situaciones críticas y a rastras (el de Ruiz-Gallardón y el de Ana Mato); ahí está el inmenso engaño de Bankia bajo el mandato de su elegido Rodrigo Rato y ahí está, en fin, el desastre de la comunicación gubernamental que, de paso, se ha cargado TVE logrando que el pequeño Nicolás sea la representación más acabada del despiporre nacional y Podemos el fenómeno emergente más a la izquierda del espectro en toda Europa, incluso más que Syriza en Grecia.

Ante este balance de daños –susceptible de un listado más prolijo– el presidente sigue instalado en sus lugares comunes y, más que en su tozudez, en una actitud que es ya soberbia porque, pese a que la realidad le remite mensajes inequívocos, él, displicentemente, los ignora hasta la temeridad. Ya se ha escrito que la soberbia es el principio de todos los vicios… especialmente en política, donde adquiere la variante de sostenerla y no enmendarla.

Rajoy es un hombre extremadamente elemental en sus estrategias: apura la jugada suponiendo –con grave desconocimiento de la realidad– que el electorado ‘popular’ se ha mantenido siempre en unas cotas de electores equivalentes al 35% porque siempre vuelve al redil.

El presidente lleva mucho tiempo enfáticamente confundido. La crisis económica y el impúdico espectáculo de la corrupción –su propio partido es responsable a “título lucrativo” de una trama como la Gürtel según el juez Ruz– han transformado la identidad ideológica de la sociedad española tanto en la derecha como en la izquierda. A aquella la ha sumido, primero, en la confusión, y ahora deambula en la increencia y, sobre todo, en el desclasamiento que ha provocado la recesión y en el que le ha hundido inimaginablemente el Gobierno de Mariano Rajoy.

Al presidente sólo le queda un recurso que, si llega a utilizarlo, resultaría ofensivo: el recurso del miedo. Miedo a la supuesta ultraizquierda, miedo al poszapaterismo, miedo a la ruptura de la unidad nacional. Miedo al miedo inveterado de la derecha española que, sin embargo, esta vez parece haberse liberado –ahí están las encuestas– del secuestro de un discurso que anuncia siempre temores e incertidumbres. Todo lo que la derecha aspira a no ser, ni en lo gestor ni en lo ideológico, lo representa, precisamente, Mariano Rajoy, que pretende con previsible éxito emular a Zapatero.

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