SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La demolición del PPC

Una de las facturas que el porvenir inmediato le pasará a cobro a Mariano Rajoy será la del abandono del partido. Y, desde luego, la de la demolición del PP de Catalunya. Que el presidente del Gobierno haya cometido tantos errores en la cuestión catalana, tan continuados y pertinaces y que aún los siga cometiendo, tiene que ver con el papel instrumental y subordinado con el que entiende –él y la dirigencia del partido– el rol que debe desempeñar el PP en las comunidades autónomas, especialmente en aquellas que plantean algún tipo de especificidad.

De haber atendido las sugerencias, cautelas, análisis y aproximaciones que desde el PP catalán se han planteado –y que han indicado también catalanes próximos al PP–, otro gallo hubiese cantado. La entrega acrítica de Sánchez-Camacho a la estrategia de Rajoy y del partido, aun cuando en privado se conocían sus diferencias, ha terminado por componer un horizonte desastroso, electoralmente hablando, para los conservadores en unas eventuales elecciones catalanas anticipadas y en las próximas municipales del mes de mayo.

La consternación de los populares catalanes –en realidad, de la mayoría de los militantes con los que se intercambia impresiones al respecto, sea en Catalunya o fuera de ella– a propósito del comportamiento gubernamental el 9-N ha sido profunda y es muy posible que haya causado desencantos irreversibles. Por otra parte, el desprecio que supuso para el PPC que el Ejecutivo enviase a Pedro Arriola a una negociación secreta sobre el 9-N con Joan Rigol, con propósitos todavía desconocidos y en términos que no se han desvelado, ha inoculado el virus de la desconfianza en las filas populares. Las sobreactuaciones de Sánchez-Camacho –que ya vienen de la famosa y no afortunada conversación en La Camarga con la exnovia de Jordi Pujol Ferrusola–, quien llegó a arrogarse la condición de portavoz de la Fiscalía General del Estado, han bosquejado al PP catalán con rasgos caricaturescos. Por lo demás, el acaparamiento gestor de la vicepresidenta del Gobierno –siempre ajena al partido, como si ella estuviese donde está suspendida en el aire– del conflicto planteado por los partidos soberanistas catalanes se ha considerado dentro y fuera del PP de Catalunya como un auténtico desprecio a los cuadros de la organización en el Principado.

Que Rajoy suponga que a partir de ahora debe “explicarse mejor” ante los catalanes es una bofetada en el rostro del PP catalán, que ha tenido que seguir el guion que siempre le han marcado desde Madrid con un colosal desconocimiento de lo que ocurría en Catalunya. Quedará en el recuerdo el bochinche que le armaron a Alicia Sánchez-Camacho hace poco más de un año cuando reclamó para Catalunya una financiación especial. Simplemente el griterío de los barones y baronesas del PP enterró para los restos el tímido ramalazo de contestación de la lideresa catalana de los populares que, de inmediato, volvió al redil de la docilidad, olvidando que su papel era exactamente el contrario al que desempeña ahora.

Los partidos de ámbito estatal implantados en las comunidades autónomas –más aún en aquellas que la Constitución tiene definidas como nacionalidades– en vez de ser correas de transmisión de las consignas matritenses tienen que constituirse en nutrientes de una política de Estado que, siendo inclusiva, se resista a fórmulas estandarizadas. Una de las razones por las que España está lejos de ser un Estado federalizado consiste en la verticalidad de las relaciones entre el llamado centro y la llamada periferia, en tanto que en los estados federales la política es horizontal, colaborativa y coordinada con partidos que en los diversos territorios aportan valor añadido.

Los electores del PP en Catalunya pueden tener muy razonablemente la impresión de que Rajoy no sólo ha pasado del partido, sino que lo ha hecho también de todo consejo bien intencionado, sugerencia o planteamiento que contradijese su tozuda interiorización de la cuestión catalana como un calentón soberanista que fracasaría por sus contradicciones internas a la espera de una mejoría económica que ofrecería ciertos márgenes de maniobra para negociar un sistema de financiación más holgado. Se equivocó de medio a medio cuando tantas oportunidades tuvieron, él y otros, de escuchar y no errar como lo han hecho. Ahora es demasiado tarde. Y lo es porque el PP ha dejado de ser necesario en Catalunya porque sus electores pueden deslizarse hacia opciones moderadas –de signo más catalanista o menos, pero más autónomas en sus políticas– que se lanzarán voraces sobre los restos de un partido demolido por la incompetencia y la prepotencia. Duro, sí; pero cierto.

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