Diez años de Ibarretxe en el gobierno vasco (I)

La década ominosa

La claridad del proyecto de Arzallus es absoluta: independencia de Euskadi en una «Europa de los pueblos con inspiración germánica».

En la memoria colectiva española, los años transcurridos entre 1823 y 1833 son recordados bajo el apelativo de «la década ominosa». La invasión de los ejércitos franceses conocida como los Cien Mil Hijos de San Luis, permitió a Fernando VII retomar el poder tras el trienio liberal iniciado con el golpe de Riego.Los ejércitos galos ocuparon España durante tres años, pagados por la hacienda pública. Y bajo las bayonetas francesas, Fernando VII procedió a la reinstauración de un abominable absolutismo.

España quedaba más sojuzgada a las potencias extranjeras, y perdía, por ello, una vez más el tren del progreso. Tras la llegada a Ajuria Enea de Ibarretxe, Euskadi ha vivido su particular “década ominosa”. El alma etnicista del PNV se “tiró al monte”: pactaron con ETA en Lizarra un salto en la ofensiva del terror; intentaron imponer con el Plan Ibarretxe un auténtico apartheid político para los no nacionalistas; pugnaron por segregar, a cualquier precio, Euskadi de España… El 1 de marzo, las elecciones autonómicas son la oportunidad de terminar, por fin, con esta “década ominosa”. Los eternos caminos de la expansión germánica ¿Pero por qué Ibarretxe y Arzallus se “echaron al monte”? El anterior lehendakari, José Antonio Ardanza, representante del alma pragmática que siempre ha cohabitado en el nacionalismo vasco con los sectores etnicistas- había gobernado en coalición con el PSE. ¿Qué provocó la sustitución de un lehedakari “pragmático” –Ardanza-, por uno desforadamente “etnicista” –Ibarretxe-? La respuesta al enigma la encontramos en unas declaraciones de Arzallus, concedidas en 1992, seis años antes de que Ibarretxe accediera a la lehendakaritza, al periódico catalán La Vanguardia: “Vamos hacia un IVº Reich, aunque no como sucesor del de Hitler, sino como continuación del I Reich. Pero fíjese, la Comunidad Europea se amplía ahora con Austria. ¡Señores, eso es la vieja anexión de Hitler, el Anschluss!; también con los países nórdicos… Luego habrá una ampliación y estaremos reconstruyendo el Sacro Imperio Germánico. El eje Rhin-Danubio, la expansión hacia los Balcanes, hacia los Estados bálticos, siempre mirando hacia Alemania… Los movimientos económicos que ahora hace Alemania a través de la Comunidad Europea ¡son los mismos que hizo Hitler con sus tanques, son los eternos caminos de la expansión germánica!. Las adhesiones a la Comunidad llegarán: letones, lituanos, eslovenos,… Al final veo una Europa de los Pueblos con inspiración germánica, con los actuales Estados superados, y entonces, digo yo, el vasco y el catalán no tendrán que ser inquilinos de nadie en esa Europa del futuro”. La claridad del proyecto de Arzallus es absoluta: independencia de Euskadi en una “Europa de los pueblos con inspiración germánica”. La misma sustancia que, ocho años después, le llevaba a manifestarse ante la cumbre europea e Biarritz exigiendo a la UE que “trate a Euskadi como a Croacia y a Eslovenia”. O la que lleva a Ibarretxe a intentar hacer de Euskadi un “estado asociado” a la UE, directamente vinculado con Bruselas, una especie de Puerto Rico europeo. Diez años después, en 2002, Arzallus volverá a confesar, en las conversaciones mantenidas con ETA en Lizarra: “tengo el respaldo de la CSU bávara para una independencia [de Euskadi] al estilo Lituania para el 2002”. ¿El presidente de una comunidad autónoma solicitando a organizaciones alemanas su permiso para iniciar el proceso rupturista…? Nada más ocupar la dirección del PNV, Arzallus trabajó frenéticamente sobre un proyecto de autonomía vasca. El documento le ha sido presentado por Hans Josef Hochem, un abogado y agente del servicio de Inteligencia alemán que tenía un despacho en la última planta de Sabin Etxea (sede del PNV) desde donde dirigió la reorganización del servicio secreto del PNV en su calidad de “asistente personal” de Arzallus. Tras la reunificación alemana en 1989, la burguesía germana encontró las condiciones, vedadas durante la guerra fría, para revitalizar su viejo proyecto: el dominio sobre un continente fragmentado en pequeños mini Estados étnicamente homogéneos que gravitarían en torno al gran astro étnico alemán. Desde entonces, el etnicismo se propagó en Europa. Yugoslavia fue el más sangrante ejemplo. Euskadi, Flandes, Bretaña o Cataluña, las otras avanzadillas de la disgregación. Desde siempre ha existido en la mayoría de las fuerzas nacionalistas una fuerte tendencia a buscar en potencias extranjeras el medio para soltar amarras con Madrid. Como escribió Sabino Arana a su hermano Luis. “Instantáneamente se me ha presentado esa idea como seguramente salvadora de llevarse con toda perfección a la práctica. La independencia de Euskadi bajo la protección de Inglaterra, será un hecho en día no muy lejano”. El proyecto de la Europa de los pueblos o de las etnias se apoya en camarillas nazifascistas como Ibarretxe o en castas insolidarias como la encabezada por Carod Rovira, transformadas en arietes para azuzar las diferencias y el enfrentamiento, en instrumentos del eje francoalemán para intervenir en la vida política española. A cambio, ellos se convertirían en virreyes locales de nuevos Estados creados bajo la tijera del imperialismo. No importa que para ello haya que entregar Euskadi o Cataluña en manos de las burguesías alemana y francesa, los mayores explotadores del continente.

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