El Observatorio

La Cumbre de Viña del Mar

Estos dí­a se celebra en la ciudad chilena de Viña del Mar, a 100 kilómetros de Santiago, la sexta Cumbre de Lí­deres Progresistas, que culmina varias semanas de reuniones de trabajo en las que unos 250 «expertos» de 17 paí­ses, pertenecientes a «la red progresista mundial», han elaborado unas conclusiones acerca de la actuel crisis, en el marco de un seminario denominado «Respuesta a una crisis global: hacia un futuro progresista». A la reunión, presidida por la anfitriona, la primera ministra chilena Michelle Bachelet, han acudido dirigentes como el primer ministro británico, el laborista Gordon Brown, la presidenta argentina, Cristina Férnandez, el mandatario brasileño Lula da Silva, el vicepresidente de EEUU Joe Biden y el presidente del gobierno español, José Luis Rodrí­guez Zapatero.

Aunque formalmente el objeto del seminario y de la cumbre de mandatarios es buscar una alternativa rogresista a la crisis, la realidad que se ha ido imponiendo en el curso de los debates y en las declaraciones públicas de los líderes apuntan más bien en otras dos direcciones. De hecho, la cumbre ha tenido básicamente dos objetivos bien poco "progresistas".El primero lo formulaba con absoluta claridad y desparpajo el secretario de Estado de Trabajo y Pensiones de Gran Bretaña, James Purnell: "La socialdemocracia tiene que salvar al capitalismo del capitalismo". Dejando de lado el galimatías lingüístico, típicamente socialdemócrata (no hay mayores ni mejores artífices del "eufemismo" en la política mundial que los socialdemócratas), la idea es clara. La tarea a la que se tiene que poner manos a la obra la "izquierda", los "progresistas", es la de "salvar al capitalismo", salvarlo a cualquier trance, evitar por todos los medios que la crisis lo ponga en cuestión, impedir que se atisbe siquiera la posibilidad de una alternativa. Es decir, instaurar el convencimiento colectivo de que, como no cesa de decir Felipe González, "aunque la crisis sea sistémica, no hay alternativa al sistema". Se trata, en definitiva, de hacer "lo necesario" para que el capitalismo sobreviva, aunque ello implique "sacrificar" (temporalmente, por supuesto) algunas de las más voraces prácticas de obtención de beneficios. Salvamento del capitalismo que implica, por supuesto, el rescate y supervivencia de su "núcleo duro" (el sistema financiero, los bancos), mediante inyecciones ingentes de dinero público, y a costa de una recesión (o depresión) que van a pagar los trabajadores y pueblos del mundo. Es tarea específica y esencial de la socialdemocracia que éstos asuman voluntariamente ese sacrificio "en aras de sus propios intereses", ya que ellos, según la teoría socialdemócrata, son los primeros interesados en que el sistema sobreviva: para este género de "izquierda" y de "progresistas" el más interesado en que lo exploten y le saquen la plusvalía es el propio trabajador. De modo que si el sistema peligra, el trabajador tiene que arrimar el hombro… y bajarse los pantalones si hace falta. Lo único que no debe hacer es buscar alternativas "fuera del sistema".Y en coherencia con ello, está el segundo "objetivo" de esta reunión: la de poner freno a lo que estos "líderes progresistas" denominan como la "deriva populista" en Hispanoamérica, es decir, la llegada al poder de una serie de gobiernos que no sólo se autodenominan "progresistas" y de "izquierdas", sino que, además, toman una serie de medidas destinadas a intentar a hacer realidad esas palabras: y para ello no dudan, si hace falta, en nacionalizar bancos y empresas o tomar el control sobre sus más importantes recursos naturales (que estaban, normalmente, en manos de multinacionales extranjeras), para ponerlas al servicio de la economía nacional y de los intereses del pueblo (ni más ni menos que lo que hace, por ejemplo, Noruega con sus recursos petrolíferos y de gas). Estos gobiernos encarnan sorprendentemente un reto "indigerible" para la mayoría de los "líderes progresistas" reunidos en Viña del Mar, ya que pretender hacer (con más o menos acierto, con más o menos errores) precisamente lo que aquéllos consideran anatema: buscar una "alternativa" al sistema. Y tienen un propósito verdaderamente descabellado: intentar (ya veremos si lo consiguen) que no sean los pueblos ni los países más pobres los que carguen con el peso de la crisis, realizando, si hace falta, verdaderas transformaciones revolucionarias. Frenar, aislar, evitar el contagio, desacreditar y, cuando sea posible, echar abajo esos gobiernos, es el otro gran objetivo, pues, de esta cumbre "progresista" mundial.Aunque dentro de ella no todos opinan lo mismo. Los enviados de Lula ya han dicho por activa y por pasiva -refiriéndose a los países hispanoamericanos ausentes de la cumbre- que hay que "respetar las diferencias", dialogar y "entender a los otros progresistas".

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