Si usted quiere contemplar los delicados bronces de Benin, de los siglos XIII y XIV, lo lógico es que se desplace al país de origen. Sin embargo esto sería un error, puesto que la práctica totalidad del arte del continente africano se encuentra concentrado en museos británicos, alemanes o estadounidenses. Gran parte de los tesoros artísticos o etnológicos de países en desarrollo, o incluso de potencias emergentes como China o India, están en los grandes museos europeos o norteamericanos, que siguen haciendo un lucrativo negocio a costa de la usura colonial.
Curiosamente los ropietarios de estas polémicas piezas se empeñan en diferenciar el robo y el tráfico ilícito de obras de arte, de estas reclamaciones que proliferan últimamente, en relación a elementos relevantes para la historia o la identidad de un país que son fruto del botín de guerra, el saqueo colonial o las compras dudosas realizadas a lo largo de los siglos. En este último caso, el British Museum se lleva la palma, y todavía hoy se enorgullece de exhibir los frutos de sus robos coloniales como símbolo de su pretérita hegemonía imperialista.A este segundo grupo pertenecen los bronces de Benin, que fueron incautadas en 1897 por los británicos en una expedición punitiva que destruyó el palacio real del entonces reino de Benin. Y también a este grupo pertenecen las dos cabezas de bronce que representaban animales del zodiaco que salieron a subasta el pasado 25 de febrero en la casa Christie’s de París ante la indignación de las autoridades chinas, que intentaron infructuosamente que los tribunales franceses prohibieran la venta. Los dos bronces procedían del saqueo del Palacio de Verano de Pekín realizado en 1860 por un ejército franco-británico durante la Guerra del Opio.Otras reclamaciones históricas bien conocidas están mucho más lejos de resolverse. Algunas tienen un valor simbólico, como el penacho de Moctezuma que reclaman los mexicanos y que está en el Museo Etnológico de Viena, y en otras su valor artístico es incuestionable, como la famosísima de los mármoles de Elgin.Cuando el próximo 20 de junio se inaugure el nuevo Museo de la Acrópolis, en Atenas, una de sus salas tendrá un gran espacio vacío reservado para estos famosos fragmentos del friso del Partenón que se encuentran en el Museo Británico de Londres y que Grecia reclama desde hace décadas. Se los llevó entre 1801 y 1805 Thomas Bruce, conde de Elgin (curiosamente su hijo fue quien ordenó el saqueo del palacio de verano de Pekín), que aprovechó su cargo como embajador británico ante el Imperio Otomano, potencia que ocupaba entonces Grecia, para conseguir los permisos para comprar y arrancar las esculturas.Esta totalmente probado que todas estas obras fueron robadas a base de engaños, estafas y violencia, y aún así los países que las reclaman se acostumbran a recibir soberbios portazos cuando intentan recuperarlas. Pero ¿qué ocurre cuando este expolio se realizó amparándose en la dudosa “legalidad” de la época?