«En medio de tanto pesimismo, que el jueves se aproximó al pánico, es preciso que alguien levante una bandera de esperanza. Si no lo hiciera, el país estaría postrado en su propia negación. Lo preocupante es que el Gobierno se lo crea; que piense, efectivamente, que va por el buen camino, tiene el control de la situación y, por tanto, no necesita moverse. Y no es eso. Esta fue la semana en que la crisis general del país se ha convertido en crisis de gobernación. De su gobernación»
El día que los ministros investiguen lo que tienen oculto en sus deartamentos se podrá escribir una apasionante novela sobre el camuflaje oficial: cientos y miles de funcionarios – ¡incluso empresas!-cuyo trabajo consiste en que nadie sepa que existen y no los descubran. Les llega la nómina puntual y nadie pide explicaciones. Es la administración clandestina, el auténtico sótano de la administración. (LA VANGUARDIA) EL PAÍS.- La urgencia de la reforma proviene no sólo de la necesidad perentoria de generar empleo, sino también de la no menos acuciante de transmitir a la sociedad (y a los mercados tras el castigo sufrido el jueves en la Bolsa) la idea de que la recuperación será más consistente y creará más puestos de trabajo gracias a una flexibilización bien meditada de las normas laborales. La misma argumentación cabe aplicar a la reforma de las pensiones, rechazada con virulencia por los sindicatos. EXPANSIÓN.- Si alguien pensaba que no podía haber margen para que el Gobierno volviera a defraudar las expectativas generadas, después de una semana realmente esperpéntica, Zapatero se encargó ayer de demostrar que sí es posible. La propuesta de reforma laboral que el presidente se comprometió a aprobar en el Consejo de Ministros fue finalmente aplazada a una reunión vespertina con patronal y sindicatos para convenir lo que, a expensas de mayor concreción, no es sino un catálogo de buenas intenciones.Opinión. La Vanguardia La cuadrilla de aprendices Fernando Ónega Todo el mundo está asustado, menos el Gobierno. El Gobierno mira la bolsa y sonríe, porque volverá a subir. El Gobierno observa su propia caída y se queda tranquilo, porque tiene fuerzas para continuar. El Gobierno oye las preguntas de adónde vamos y no se conmueve, porque considera que sigue manejando el timón. El Gobierno advierte la explosión de la desconfianza, pero asegura que no permitirá que se dude de la fortaleza de España. El Gobierno tiene "muy clara la ruta para salir de esta situación", dijo ayer De la Vega. El Gobierno, definitivamente, ha consagrado la existencia de dos verdades: la suya, sedante, y la que perciben los mercados, los analistas y la opinión; la que percibimos todos los que estamos equivocados. No se lo reprochemos. En medio de tanto pesimismo, que el jueves se aproximó al pánico, es preciso que alguien levante una bandera de esperanza. Si no lo hiciera, el país estaría postrado en su propia negación. Lo preocupante es que el Gobierno se lo crea; que piense, efectivamente, que va por el buen camino, tiene el control de la situación y, por tanto, no necesita moverse. Y no es eso. Esta fue la semana en que la crisis general del país se ha convertido en crisis de gobernación. De su gobernación. Se han dado todas las circunstancias para que resultara creíble la opción de una moción de censura, algo que no había ocurrido en sus seis años de mandato. El señor Zapatero debe meditar qué significa este detalle: que desde mediados de enero lo único que mereció algún aprecio ha sido, sorprendentemente, su oración de Washington. El resto se pareció al desastre. Su proclamación de España como "país serio" no fue creída en los mercados. Su propuesta de ahorrar 50.000 millones dio idea del inmenso agujero de las cuentas del Estado. El paro demuestra las debilidades del tejido empresarial. Las propuestas de jubilación son acertadas; pero con fallos de presentación que justificaron el calificativo de Toxo: "Una cuadrilla de aprendices". Injusto, pero tenía lógica, ver a España como un país en bancarrota dirigido por un equipo de torpes. Zapatero, aunque su portavoz disimule, tiene que decidir qué hace. No tiene por qué llegar a la decisión traumática de adelantar elecciones. No tiene por qué hacer caso a esos gritos de "Zapatero, dimisión" que se oyen en los mítines de Rajoy. Tampoco urge cambiar de equipo. Pero sí debe hacer una reflexión: si el problema financiero de España es la confianza en su solvencia; si el Gobierno sufre un inquietante déficit de proyecto coherente; si el empresario carece de un marco de garantías para invertir; si se transmite la impresión de que se actúa por impulsos, el camino está claro: Zapatero debe agrupar y ordenar sus ideas, convertirlas en programa para dos años y presentarlas al país. Si son tan sólidas como dicen sus ministros, tendrá el aplauso de la sociedad. Lo que no puede pedir es que se aplauda lo visto esta semana: la torpeza, la duda, la incertidumbre y ese persistente olor a improvisación. El sótano El día que los ministros investiguen lo que tienen oculto en sus departamentos se podrá escribir una apasionante novela sobre el camuflaje oficial: cientos y miles de funcionarios – ¡incluso empresas!-cuyo trabajo consiste en que nadie sepa que existen y no los descubran. Les llega la nómina puntual y nadie pide explicaciones. Es la administración clandestina, el auténtico sótano de la administración. Los ingenieros Creo que no debo decir aún cuál es el ministerio. Pero en uno hay una de esas empresas. ¿Saben cuántos ingenieros tiene en plantilla? Créanme: tres mil. Se lo pongo en número: 3.000 ingenieros en una pequeña empresa estatal, se supone que con sueldo de ingeniero. Nadie ha visto tal concentración de talento y titulación. Menos mal que no tienen, supongo, el convenio de los controladores que Blanco acaba de fulminar. Socialistas ¡Qué solos se quedan los socialistas veteranos! Llegó la generación Leire, y los de siempre están descolocados. Tras el último comité federal, este cronista oyó los cantos habituales: qué bien estuvo José Luis; qué mala comunicación tenemos, o qué callados están los críticos. Y una sorprendente confesión: "No parecía mi partido; no conocía a la mitad". Debe de ser la revolución silenciosa, porque no hubo noticia de tanto relevo. LA VANGUARDIA. 6-2-2010 El País. Editorial No más retrasos La reforma del mercado de trabajo es la condición necesaria y urgente para frenar la destrucción de empleo y el crecimiento del paro. Por una razón muy sencilla: la crisis del mercado laboral eleva el coste de la protección a los desempleados hasta niveles insostenibles para las finanzas públicas a medio plazo; a la vez, reduce los ingresos por cotizaciones sociales y genera dificultades financieras en el sistema de pensiones. Así pues, el Gobierno obra cuerdamente al proponer un esbozo de reforma laboral, cuyos criterios genéricos son poco discutibles. En ese marco abierto de debate que ayer anunció el presidente del Gobierno -en el que falta sin duda concreción-, valen todas las propuestas en esta línea, desde combatir la temporalidad o cambiar el contrato a tiempo parcial para explotar la veta de empleo en ese mercado hasta crear un programa específico que favorezca el empleo juvenil o debatir el modelo alemán de reducción de jornada. La urgencia de la reforma proviene no sólo de la necesidad perentoria de generar empleo, sino también de la no menos acuciante de transmitir a la sociedad (y a los mercados tras el castigo sufrido el jueves en la Bolsa) la idea de que la recuperación será más consistente y creará más puestos de trabajo gracias a una flexibilización bien meditada de las normas laborales. La misma argumentación cabe aplicar a la reforma de las pensiones, rechazada con virulencia por los sindicatos. En contra de lo que piensan UGT y CC OO, un debate sobre la edad de jubilación o el periodo de cómputo de cada pensión en nada deteriora la solvencia financiera del sistema; al contrario, es obligado para garantizarla; y es justo ahora cuando hay que suscitarlo. Por todo ello, no es sensato seguir retrasando la aplicación de cambios legales en el mercado de trabajo. Sindicatos y empresarios son conscientes de que deben trabajar con rapidez. El marco está fijado y no ha lugar a más excusas: la negociación sectorial de convenios tiene que dejar paso a la negociación en las empresas y las prioridades deben centrarse en aumentar la contratación fija y a los más jóvenes. Ayer, los sindicatos avanzaron un acuerdo rápido sobre la negociación colectiva; sería deseable que esas expectativas se cumplieran. No es un secreto que el mayor esfuerzo para comprender el cambio han de hacerlo los sindicatos. Tienen que decidir entre mantener la defensa a ultranza de sus afiliados con contratos fijos y resistirse a cualquier cambio en el modelo de negociación o bien aceptar y facilitar unas relaciones laborales más flexibles. Para el Gobierno, es la hora política crucial. Si de verdad "tiene el timón" político controlado, como dijo ayer la vicepresidenta De la Vega, hará valer sus condiciones de reforma laboral, urgirá el prometido acuerdo rápido entre los agentes sociales y mantendrá la exigencia de debatir la reforma de las pensiones. Deberá procurar, sobre todo, que sus propuestas se concreten en medidas eficaces y evaluables. Incluso a riesgo de perder el apoyo de UGT y la complacencia de Comisiones. No hay que olvidar que el descrédito del Gobierno y la debilidad que transmiten los activos de la marca España proceden de la frecuencia con que los hechos frustran los tibios mensajes de optimismo del Gobierno y ridiculizan la resistencia oficial a racionalizar las finanzas públicas. El tiempo apremia y no hay excusa para más dilaciones. La economía española sigue en recesión (0,1% de contracción del PIB en el último trimestre de 2009), lo estará técnicamente al menos hasta el tercer trimestre de 2010 y, en la consideración de los inversores, está cayendo en la imagen de economía más deteriorada de Europa después de Grecia. El paro registrado afecta a 4.048.000 personas y seguirá aumentando durante los próximos meses. Está justificada la reflexión, pero no caben ya más demoras, errores ni ambigüedades. EL PAÍS. 6-2-2010 Editorial. Expansión Reforma laboral de cortos vuelos Si alguien pensaba que no podía haber margen para que el Gobierno volviera a defraudar las expectativas generadas, después de una semana realmente esperpéntica, Zapatero se encargó ayer de demostrar que sí es posible. La propuesta de reforma laboral que el presidente se comprometió a aprobar en el Consejo de Ministros fue finalmente aplazada a una reunión vespertina con patronal y sindicatos para convenir lo que, a expensas de mayor concreción, no es sino un catálogo de buenas intenciones. Zapatero enunció los objetivos de la reforma, resumidos en el fomento de la contratación indefinida para combatir la excesiva temporalidad, el impulso a la contratación a tiempo parcial, priorizar el empleo para los jóvenes, mejorar los servicios públicos de empleo, flexibilizar la negociación colectiva, favorecer la mayor igualdad de género y establecer el célebre modelo alemán, para reducir la jornada laboral. Se puede estar de acuerdo con esta bienintencionada declaración de objetivos, pero falta por saber cómo se van a lograr. Sobre la mesa sólo hay un planteamiento de reforma light, de limitado alcance, en la que no se contempla un nuevo contrato con una indemnización menor –en torno a veinte días–, y que más parece una subordinación al dictado de los sindicatos que una respuesta a los verdaderos problemas de rigidez del mercad. Hay planteamientos acertados, como el mejor uso de la contratación parcial, pero en materia de flexibilidad todo lo más que puede colegirse de es que se podría generalizar el contrato con indemnización de 33 días por año trabajado, con un máximo de doce meses, vigente desde 1997 con escaso éxito. Desde esta óptica, no es extraña la satisfacción con la que los dirigentes de CCOO y UGT, Toxo y Méndez, valoraron la propuesta. Lo que realmente sorprende es que el presidente de CEOE, Díaz Ferrán, que parece haber renunciado a sus planteamientos de principio, diga que la reforma va en la buena dirección. Zapatero ha logrado la cuadratura del círculo de contentar a patronal y sindicatos –está por ver si también a los parados–, porque todos parecen de acuerdo en que una reforma descafeinada es suficiente. En ese caso, cabe preguntarse por qué no se ha hecho mucho antes. En julio, por ejemplo, cuando se rompió la negociación porque CEOE consideró inaceptable el proyecto. Lo realmente descorazonador es que dos años después de estallar la crisis, y con 4,5 millones de parados, Gobierno, patronal y sindicatos sigan mareando la perdiz, emplazándose a seguir negociando. Y mientras tanto, Zapatero, inasequible al desaliento, saca pecho porque, aunque sigamos en recesión, el PIB sólo cayó una décima en el cuarto trimestre –por cierto, la vicepresidenta Salgado ha ganado sus apuestas– y proclama, una vez más, que la recuperación ya está aquí. EXPANSIÓN. 7-2-2010