Las relaciones Washington-Teherán, deterioradas

La crisis iraní­ puede salirle cara a Obama

No cabe duda de que los recientes acontecimientos en Irán han mostrado al mundo -y al propio pueblo persa- que la brecha que separa a los dos sectores de la clase dominante y del régimen de la República Islámica es más honda de lo que parecí­a. La batalla ha sido intensa y continúa, pero de ninguna manera ha puesto en cuestión a un régimen que representa un dolor de cabeza para el hegemonismo norteamericano. Y es precisamente la Casa Blanca la que -después de la crisis iraní­- tiene ante sí­ un severo problema: la actitud de Teherán antes de las elecciones -a medio camino entre la desconfianza y la receptividad- se ha vuelto considerablemente espinosa.

La grieta que se ha hecho visible en el régimen de los ayatolás no significa en modo alguno que se haya resquebrajado. Ultraconservadores, or un lado, y reformistas y conservadores moderados por otro siguen utilizando su influencia para socavar la del rival antes de sentarse a negociar, pero en ningún momento han puesto en cuestión al régimen teocrático (el sistema de ‘Vilayat-e faqih’ o “gobierno del clero”). Todo lo contrario: en lo que significa peligro de que alguna potencia extranjera utilice sus contradicciones internas para intervenir en los asuntos internos de la República Islámica, la oposición cierra filas. El líder reformista, Mir Hussein Musaví, advierte al sector oficialista de los riesgos que tiene para el régimen no dotar de un cauce institucional y tolerable el descontento de amplios sectores de las masas: que sean el caldo de cultivo para la intervención externa. Rafsayani, uno de los rivales políticos más claros del líder supremo Jamenei, hizo pública el domingo una declaración de apoyo al Guía Supremo. “Los acontecimientos que ocurrieron después de la elección presidencial fueron una compleja conspiración tramada por elementos sospechosos con el objetivo de crear una ruptura entre el pueblo y el establishment islámico y llevarlo a perder su confianza en el sistema [Vilayat-e faqih]”, declara Rafsayani. ¿Oportunismo?. Puede ser, en parte, pero más bien parece una búsqueda de compromiso, y sobretodo un cierre de filas en lo que no debe haber división.En suma, si Washington esperaba encontrar huecos donde intervenir, lo va a tener tan difícil como antes de las elecciones. O tal vez mucho peor, vista la hostilidad levantada entre Jamenei y Ahmadinejad ante la intervención extranjera. Teherán acusa a Londres de haber instigado con hombres y prensa la revuelta de la oposición, y ha expulsado a dos diplomáticos y detenido a ocho empleados de la embajada británica. Con Washington no han podido hacer lo mismo, no sólo porque la embajada está cerrada desde hace más de 30 años, sino porque las palabras de Obama fueron ciertamente cautas al principio de la crisis. Pero el recrudecimiento de los acontecimientos en Irán y el aumento de la presión de los grupos políticos y económicos más anti-iraníes en EEUU empujaron tanto al presidente que éste dio un paso en falso, elevando demasiado el tono para un Jamenei y un Ahmadinejad que buscaban una mínima excusa para culpar de todo al “Gran Satán”. Ya lo advirtió el reelecto presidente, anunciando que Occidente pagaría sus intolerables intromisiones: “Sin duda, el nuevo gobierno de Irán tendrá una actitud más decisiva y firme hacia Occidente. Esta vez la respuesta de la nación iraní será más dura y más decisiva” Obama lo va a pagar, y no va a ser barato. Teherán no sólo tiene las condiciones internas necesarias para ponerse duro, sino las externas. En Irak, la retirada de las tropas norteamericanas al tiempo que aumenta la violencia augura un aumento de las dificultades. En Afganistán la potente `Operación Khanjar´ desatada por el Pentágono no parece que vaya a revertir de momento la adversa situación del país –y la región de Helmand limita al oeste con Irán. La crisis no ha removido ni un ápice la influencia iraní sobre Siria, Líbano o Palestina. Y Ahmadinejad ha sido claramente reconocido en las repúblicas caucásicas, en Moscú y en Pekín. EEUU sigue necesitando la cooperación iraní en varios frentes, pero Teherán puede no estar dispuesto a abrir el puño en bastante tiempo. Seguramente la Casa Blanca deberá dejar reposar las cosas un tiempo ates de volver a mandar signos de buena voluntad a Irán. En definitiva, es ahora Irán el que puede vender caro y Washington el que puede verse obligado a vender más barato.

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