Poder y verdad libran una batalla antagónica en unos momentos en que el capitalismo ha transformado la vida y la muerte de cualquier individuo en una simple mercancía, en pura cuestión de negocio y dinero. Un hombre, el detective, será emplazado a destapar la verdad oculta. Y sólo podrá hacerlo poniendo al desnudo los mecanismos a través de los cuales los poderosos ordenan la vida de los demás o decretan su muerte.
Cuando en 1926, Joseph T. Shaw se hace cargo de la revista de bajo coste y amplia difusión popular Black Mask, lo que posteriormente se conocerá como novela negra empieza a dar sus primeros pasos.
EEUU vive en pleno apogeo de los felices años 20. La expansión del capitalismo parece no conocer límites y una febril agitación se ha adueñado de toda la sociedad. El automóvil, la extensión de la electricidad, la radio y el cine, la venta a plazos y la concentración de la población en las grandes aglomeraciones urbanas marcan el ritmo frenético de una sociedad lanzada al consumo a gran escala y una vertiginosa liberalización de las costumbres.
Shaw, veterano de la carnicería de la Primera Guerra Mundial, cree, sin embargo, que bajo el fulgor diamantino de la época, EEUU es una sociedad enferma. Enferma de hampones, policías, políticos y jueces corrompidos. De abusos de las grandes corporaciones, apaños ilegales y corrupción institucional generalizada.
Esta nueva realidad social de las “junglas de asfalto” debe ser descrita, contada. Y por ello va a proponer a sus redactores la aparición de un nuevo tipo de novela policial cuyo contenido es, según palabras de Raymond Chandler (uno de los grandes del género) “revolucionario, tanto en el lenguaje como en el material de la narrativa”.
«La novela negra contará la aventura del investigador en busca de una verdad oculta»
Revolución que implica un cambio radical no sólo de sus protagonistas, sino también de los escenarios físicos y del ámbito social en el que hasta entonces se había desarrollado este género.
Frente a los detectives típicos de la novela policial clásica del siglo XIX, hombres de naturaleza aséptica, inmunes a lo que les rodea, de clase alta y dedicados a la investigación por puro placer racional, aparece un nuevo tipo de investigador. El detective duro, violento y sin demasiados escrúpulos, pero comprometido con la verdad. Capaz de usar la extorsión, de falsificar pruebas y saltarse la ley cuando sea necesario, pero al mismo tiempo dotado de unos pocos y sólidos principios. Con un firme sentido de la justicia, capaz de luchar contra el crimen y resistirse a sus sobornos.
Cambio en el héroe, y también el escenario. Los crímenes en la novela negra ya no se desarrollan es espacios cerrados o salones aristocráticos, sino en la gran ciudad, que se revela como un mundo de lujo y sofisticación aparente que encierra sin embargo crimen, corrupción, degradación y pobreza. Para resolverlos, el detective deberá moverse en sus distintos ámbitos, desde los lujosos barrios donde habitan los ricos y poderosos en sus majestuosas mansiones hasta los suburbios más sombríos y sórdidos.
Frente a la novela policial de la época anterior, donde subyace la idea de que el crimen y la violencia son hechos excepcionales que trastornan el orden natural y alteran la vida de una comunidad idílica y apacible, ahora las fechorías a las que se enfrenta el detective son sólo pequeñas manifestaciones de un estado de corrupción y criminalidad endémico que se han constituido en pilares básicos que sostienen el orden social del capitalismo en su fase monopolista. Para descifrar el crimen, el detective se ve obligado a desentrañar la maraña de tratos con gángsteres y hampones, los sobornos, la corrupción a gran escala y el asesinato a los que recurren los ricos y poderosos para obtener sus fines.
En sus grandes obras –concentradas en la década de los años 30–, la novela negra va a describir el crimen como un engranaje más de la economía capitalista. Y por ello su objeto es narrar el enfrentamiento de los individuos con las grandes corporaciones –sean compañías de seguros, bancos o grupos editoriales– y el Estado, sean políticos, jueces o policías corruptos hasta el tuétano. La verdad que persigue el detective descubrirá el rostro de un poder impúdico y, al mismo tiempo, los modos en que las personas se ven enredadas en sus mecanismos de sometimiento, extorsión y muerte.
Con el estallido del crack del 29, la miseria y el empobrecimiento de los trabajadores y la ruina de los pequeños propietarios se abaten sobre EEUU con una ferocidad desconocida. La novela negra se va a convertir en una de las más eficaces herramientas para dar cuenta de esta pauperización, así como de las consecuencias de este fenómeno sobre los comportamientos individuales y colectivos. Junto con la “alta” literatura norteamericana de la época (Steinbeck, Dos Passos, Hemingway,…), la novela negra se va a revelar entonces como la forma cultural y literaria más eficiente y popular de expresar las crisis sociales.
«La novela negra contará la aventura del investigador en busca de una verdad oculta»
Su inmediato éxito popular –que rápidamente se multiplicará con la extensión al cine– reside en la capacidad que la novela negra ofrece al lector de identificarse con personajes y situaciones, en la evidencia que todo lo que se cuenta es perfectamente posible que haya ocurrido, en el sentimiento de verdad y la necesidad de justicia que la recorre de principio a fin.
A diferencia de la antigua novela policial, la novela negra ya no es simplemente una historia de policías y ladrones, sino un retrato social de una época en la que bancos y grandes financieros han llevado al mundo a la mayor crisis de la historia. A partir de ese momento, sus protagonistas, y sus autores, están más interesados en encontrar al culpable de la crisis social que al asesino de un pobre diablo. Y lo encontrarán en la inextricable amalgama de intereses, basados en el dinero, la corrupción y el crimen, que unen al poder económico con las distintas instancias de un Estado a su servicio exclusivo.
Cosecha Roja, de Dashiell Hammet
El oscuro origen del crimen organizado
Tiende a pensarse, en parte debido a la banalización que en muchas ocasiones ha hecho Hollywood de la novela negra, que ésta tiene como punto de inspiración clave la aparición de las bandas criminales de gángsteres y la extensión del poder de la mafia durante los años 20 como consecuencia de la Ley Seca.
La realidad, sin embargo, es bien distinta. Y la que es considerada unánimemente como novela fundacional del género, Cosecha Roja, de Dashiell Hammet, nos desvela la verdad en sus primeras páginas. Es imposible describir tan certeramente y en menos palabras el origen del crimen organizado en EEUU como lo hace Hammmet, al sintetizar la historia de la ciudad, Personnville, a la que acaba de llegar.
“Elihu Willsson el Viejo, padre del fallecido esa noche, había sido, a lo largo de cuarenta años, el corazón, el alma, la piel y el intestino de Personville. Era el presidente y principal accionista de la Personville Mining Corporation y del First National Bank, propietario de los dos diarios de la ciudad, el Morning Herald y el Evening Herald, y copropietario de casi todas las empresas de alguna importancia. Además tenia comprados a un senador de los Estados Unidos, dos diputados, al gobernador, al alcalde y casi todos los diputados del estado”.
La sola descripción del viejo Willsson ya nos ha dado cuenta con una exactitud pasmosa, y en apenas una docena de líneas, de la naturaleza del poder que domina la ciudad. Una familia oligárquica que además de poseer las grandes industrias, el banco y los medios de comunicación, tiene comprado y corrompido al poder político y policial.
“Elihu Willsson era Personville y gran parte del estado. Los trabajadores de la Personville Mining Corporation eran miembros del IWW, pujante en el Este, en la época de la guerra. Insatisfechos hacia tiempo, presionaban ahora para conseguir sus reivindicaciones. El Viejo accedió ante la evidencia de sus razones y esperó tranquilamente su día.
Llegó en 1921. Los negocios iban muy mal. A Elihu el Viejo le hubiera importado poco un cierre temporal. Olvidó las mejoras que había concedido a sus obreros y volvió a la postura intransigente de antes de la guerra.
Obviamente, los obreros pidieron enérgicamente solidaridad. Bill Quint fue designado por la cúpula del sindicato con sede en Chicago para ayudarles a desarrollar una estrategia. Quería evitar la huelga, la negativa clara a trabajar. Propuso la vieja táctica del sabotaje: impedir, desde dentro, el normal funcionamiento de la empresa. A los de Personville esta actitud les parecía aburrida. Deseaban que algún día sus nombres figuraran en la historia del movimiento obrero. Hicieron la huelga.
«Cosecha Roja desvela el nacimiento del crimen organizado en EEUU»
Duró ocho meses. Hubo sangre en las trincheras. Para un sindicato era obligado que así fuera. Elihu el Viejo contrató hombres armados y esquiroles, pidió ayuda a la Guardia Nacional e incluso al ejército. Cuando el último cráneo estuvo partido y la última costilla rota a patadas, el sindicato de Personville tenía tanta fuerza como un petardo usado”.
Durante la Primera Guerra Mundial, en la que industriales y financieros yanquis se están haciendo, literalmente, de oro financiando y abasteciendo de mercancías a las potencias beligerantes, los conflictos sociales estallan y los obreros reclaman una parte de la riqueza que está llegando a manos llenas a EEUU.
Obligada por la necesidad de no interrumpir la cadena de beneficios extraordinarios que la guerra proporciona, la plutocracia yanqui cede ante los obreros. Pero una vez finalizada ésta, se toma la revancha. Y para romper la fuerza organizada de los obreros armará a bandas de matones dispuestos a romper el “último cráneo” y la “última costilla” a trabajadores y sindicalistas. Este es el origen del crimen organizado y las bandas de mafiosos y gángsteres que inundarán EEUU durante los años 20 y 30.
“Elihu el Viejo no sabía mucho de la historia de los italianos, según palabras de Bill Quint. Abortó la huelga, pero se le escapó de las manos la ciudad y el estado. Para derrotar a los mineros tuvo que dar carta blanca a sus mercenarios. Cuando la batalla llegó a su fin no se los pudo sacar de encima.
Les había puesto en las manos la ciudad, y no era capaz de reconquistarla. A los pistoleros les gustó Personville y allí se quedaron. La consideraban como el botín que les debía Elihu por ayudarle a romper la huelga. Elihu tenía que ser discreto con ellos. Sabían demasiado sobre él, y era él el máximo responsable de las acciones que habían cometido mientras duró la huelga”.
La personificación de una actitud“
—¿Cómo es que ha venido aquí si es marinero? —me preguntó sin demasiado interés.
—¿De dónde sacó usted esa idea?
—Lo dice la tarjeta.
—Tengo otra que dice que soy carpintero —dije—. También puedo ser minero, mañana mismo conseguiré un papel que lo acredite.
—Eso lo veo difícil. Yo soy el que manda en los que trabajan aquí.
—¿Y si recibiera un telegrama de Chicago? —le dije.—Me importa un bledo Chicago. Aquí mando yo. —Señaló la puerta de una taberna y me preguntó—: ¿Usted bebe?
—Sólo cuando tengo bebida delante.”
«Para derrotar a los obreros, los grandes empresarios dieron carta blanca a sus matones»
También en Cosecha Roja, con el agente de La Continental, nace el prototipo de personaje central de la novela negra. Una especie de aventurero de unos tiempos convulsos cuyas señas particulares de identidad son una alta dosis de escepticismo, la soledad y un acusado sentido del honor. Un detective privado que se enfrenta, con sus mismas armas, a los gángsteres, representación de los abusos de las grandes corporaciones y sus contubernios con una administración corrupta. Como lo define Chandler en El arte de matar, “la novela contará la aventura de este hombre en busca de una verdad oculta”.
De su personaje central, el detective Philip Marlowe, dirá Chandler: “es la personificación de una actitud ante la vida, la exageración de una posibilidad. Lo importante es que el detective existe entero y completo y nada de lo que sucede lo cambia; en tanto detective, él está fuera de la historia y encima de ella, y siempre seguirá ahí. Es por eso que nunca tiene una auténtica vida privada, salvo en la medida en que tiene que comer y dormir y tener un sitio donde dejar su ropa. Su fuerza intelectual y moral deriva de que él no obtiene nada más que su tarifa, a cambio de la cual, si puede, protegerá al inocente, dará abrigo al desamparado y destruirá al malvado, y el hecho de que deba hacer esto mientras se gana malamente la vida en un mundo correcto, es lo que lo hace destacado”.