Cine

La cinta blanca

Hace ya una o dos décadas que el cine del alemán -largo tiemo asentado en Austria- Michael Haneke constituye una de las propuestas más lúcidas, radicales y atractivas del panorama cinematográfico europeo. A ello han contribuido decisivamente películas como la aterradora e inquietante "Funny games"; la magistral disección de la Austria moderna hecha en "La pianista" (basada en un relato de la premio nobel Elfriede Jelinek); o en el demoledor retrato del universo congelado de la burguesía cultural francesa (y sus cadáveres en el armario) de la extraordinaria "Caché". Si en todas estas cintas Haneke logra "alterar" (incluso "perturbar") al espectador, merced a la tensión que emerge en la pantalla, donde un bisturí implacable abre las costuras de la realidad y muestra las raíces del mal sin ignorar violencia alguna, en "La cinta blanca" el espectador queda verdaderamente sobrecogido, no sólo por lo que ve en la pantalla, sino porque sabe además a qué cimas de horror y destrucción condujo todo aquello.En "La cinta blanca" Haneke se va directamente a una aldea de la Alemania luterana del norte en 1913, en vísperas de la primera guerra mundial. En una serie de secuencias prodigiosas, rodadas en riguroso blanco y negro, Haneke reconstruye la anatomía y la fisiología de aquella sociedad, aparentemente en orden y armonía, pero en la que late una pulsión destructiva que lo inunda y lo socaba todo. La pureza y el orden inflexibles e irrestrictos de la moral luterana, que no admiten la menor excepción ni compasión alguna, inoculan en todos aquellos seres un fanatismo aberrante, en el que los castigos -en cascada- acaban por desencadenarse de forma sádica y devastadora sobre los más débiles e inocentes.La radiografía de Haneke es implacable, sobre todo porque alcanza a recrear en cada plano esa atmósfera de orden y frialdad implacable tras la que se oculta una aterradora brutalidad. Haneke es metódico y exhaustivo: la explotación, la opresión, la represión, la humillación, la venganza…, de los adultos sobre los niños, de los adultos sobre otros adultos, de los niños sobre otros niños…, nada escapa a una mirada que ansía mostrar, en ese monstruoso microcosmos, el clima habitual de tortura, maltrato, abusos y aberraciones que constituyó el caldo de cultivo en el que se "educó" la generación de alemanes que, veinte años después, llevaría a Hitler al poder, le aclamaría y estaría dispuesta, sin ningún escrúpulo ni sentimiento de culpa, a cometer las mayores atrocidades.Haneke lleva a cabo, con esta obra maestra, la película que Hollywood nunca fue capaz de hacer sobre el nazismo; al tiempo que recuerda adónde puede llevarnos (en cualquier momento y lugar) esa idea de "pureza", que parece vuelve a ganar terreno por doquier en la Europa de hoy.

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