Literatura

La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina

La fiebre de Millenium ya se ha apoderado enteramente de España, como antes lo habí­a hecho de Suecia, los paí­ses nórdicos, Inglaterra, Francia, Alemania o Italia. «Los hombres que no amaban a las mujeres» -el primer volumen de la serie- ya ha vendido más de medio millón de ejemplares, y apasiona por igual a una mujer de la limpieza que a una profesora de instituto. «La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina», se acerca ya a los 400.000 ejemplares, y por lo que sé, los ejemplares corren de mano en mano, entre los afiebrados lectores, que se liquidan los tomos, de 750 páginas, en dos y tres dí­as, consumidos por la desazón y el afán de saber, como verdaderos «adictos».

Y sin embargo, lo digo y lo reito, para los incrédulos y los escépticos, la "saga" del escritor sueco no es un "best seller", una mera literatura de consumo, intriga y entretenimiento, un crucigrama hecho con un molde prefabricado para satisfacer la demanda de un público adocenado y que no busca quebraderos de cabeza. Aunque sí es cierto que, conscientemente, y buscando un masivo y deliberado impacto de sus libros, Larsson utiliza el formato popular de la novela negra y las técnicas narrativas de los best sellers, para lograr un "enganche" adictivo del lector con el relato, lo cierto y verdad es que "Millenium" es literatura política de alto voltaje. Tampoco Stieg Larsson era en absoluto un escritor prototípico de best sellers, ese escritor "divo" que vive en una apartada mansión de las afueras de Londres o de Los Ángeles, entregado exclusivamente a la producción de libros prefabricados que ya se sabe antes de escribirlos los millones de dólares que van a producir. Larsson era un periodista independiente, dedicado a investigar y denunciar los chanchullos económicos de los poderosos, y un experto notable en las actividades y los grupos de la extrema derecha sueca y europea, por lo que estaba amenazado de muerte. Vivía en un piso de 60 metros cuadrados y escribía por las noches, robándole horas al sueño. Probablemente el cansancio y el estrés fueron el detonante del infarto que lo mató meses antes de que aparecieran sus libros. Murió sin conocer el éxito, en el que siempre había confiado. Con todo, ese éxito no cabe cifrarlo ni medirlo sólo por los 7 u 8 millones de ejemplares de sus libros que ya se han vendido. Ese "éxito" es sólo una parte de lo que Larsson pretendía. La otra parte, la crucial, está en el explosivo contenido de sus libros, envuelto en el celofán de una intriga absorbente, pero lo suficientemente explícito para que cualquier lector, con cualquier formación, se pueda adueñar de él. Larsson va a desmontando pieza a pieza el puzzle del universo socialdemócrata sueco y mostrándonos qué es, para qué sirve, como se emplea cada una de las piezas, cada uno de los sistemas, cada uno de sus mecanismos, y como todos ellos acaban constituyendo un verdadero sistema de opresión criminal encubierto bajo una capa, bajo un barniz de normalidad, respetabilidad, buen sentido y honda preocupación social. Para dinamitar esa costra de falsedades y hacer emerger la verdad, Larsson pone en juego a dos personajes que son el hilo conductor de la acción. El periodista Mikael Blomkvist (en cierta forma, un alter ego del propio Larsson) y, sobre todo, Lisbeth Salander, el personaje que, por su radicalidad, por su nula voluntad de compromiso con el sistema, coloca a éste en el breve de mostrar su verdadera naturaleza. De la mano de estos sorprendentes Quijote y Sancho, Larsson nos conduce a indagar en los entresijos más recónditos y escondidos, que a la vez son los más determinantes, de la realidad sueca. Y si en el primer volumen, alcanza a destripar de arriba abajo a la clase dominante (desde la burguesía industrial a la financiera, desde los socialdemócratas a los nazis), en esta segunda entrega ("La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina") Larsson se lanza a degüello contra el Estado, un Estado -como todos los estados burgueses- que para imponer su "razón" -la "razón de estado"- no vacila en aniquilar y destruir, con muy buena conciencia, y muy buenas razones, y los medios que hagan falta, a quien pueda representar un problema: ya se llame Olof Palme, ya se llame Lisbeth Salander. Aunque al comienzo de esta segunda entrega parece que Larsson se dispersa y se pierde un poco, enseguida se vuelve a "enchufar" y a generar una trama tan intensa y absorbente, o más aún, que la del primer tomo, y desde luego tan explosiva y esclarecedora como aquella. Y a robustecer el extraordinario personaje de Lisbeth Salander, "la chica que odia a los hombres que no aman a las mujeres", la "chica que sueña con una cerilla y un bidón de gasolina", la temible hacker capaz de planear venganzas escalofriantes para imponer justicia allí donde el Estado y la sociedad amparan abiertamente el delito. Un personaje que acapara ya intensos debates en toda Europa, como azote de las concepciones socialdemócratas, y del que no tardaremos en ocuparnos aquí, porque el debate también está llamando a nuestras puertas.

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