La ceguera de las élites

¿Es realmente una decisión inteligente poner como freno al «populismo» en Francia a un candidato como Macron, que viene de la banca Rothschlid? ¿No es cómo intentar curar una herida con una cuchilla de afeitar?

«¿El pueblo pide pan? Dadle pasteles». La célebre frase atribuida a María Antonieta, la reina de Francia que poco tiempo después sería derrocada y guillotinada por la Revolución francesa, ha pasado a los anales de la historia como símbolo de la ceguera de una clase dominante incapaz de percibir que está a punto de sucumbir. Embelesada en la creencia de que su situación y su poder son intocables, no perciben en absoluto que la guadaña amenaza ya su cuello.

La frase bien merece ser recordada estos días, precisamente a raíz de otros sucesos que acontecen ahora en la misma Francia, con motivo de las elecciones presidenciales. En este caso, la amenaza al «orden» no viene de parte de fuerzas revolucionarias, sino de lo contrario: de la contrarrevolución que capitanea Marine Le Pen, subida en la ola global que ha desatado el Brexit y la elección de Trump en EEUU. Pues bien, ante el riesgo evidente de que la marea «populista» desborde la cada vez más frágil «línea Maginot» de resistencia de los republicanos franceses, y acabe llevándose por delante el euro e, incluso, la propia Unión, la Comisión Europea (máximo órgano de gobierno de las élites proeuropeístas) decidió, tras los inquietantes resultados de la primera vuelta de las elecciones francesas, celebrar una reunión con el objeto de adoptar medidas que ayuden a «frenar el auge del populismo en Francia y Europa».

La reunión tomó la acertada vía de centrarse en la llamada «agenda social», pues cada vez resulta más obvio que lo que los llamados «populismos» (llámese Brexit, llámese Trump, llámese Le Pen) están consiguiendo capitalizar y poner a su servicio es el gigantesco descontento social y el masivo rechazo que producen en las clases populares las políticas impulsadas por las élites gobernantes, descontento y rechazo que se han elevado a la máxima potencia en esta última década, tras el estallido de la crisis económica global.

Hoy ya es una verdad indiscutible que es imposible explicar «lo inexplicable» (que Gran Bretaña abandonara la UE contra el deseo de su establisment político y económico, que Trump ganara las elecciones en EEUU incluso contra el deseo de la dirección de su propio partido, el Partido Republicano), sin tener en cuenta el tsunami de descontento social que se vive en todo Occidente como consecuencia de las medidas adoptadas por las élites políticas y económicas en los diez años que han seguido al estallido de la crisis de 2007, descontento que está minando la estabilidad de todos los sistemas políticos (desde Grecia a EEUU, desde Italia a Gran Bretaña, desde España a Francia) y que ha provocado ya una desafección generalizada de las masas populares hacia los partidos y los líderes «tradicionales», que encarnan a sus ojos las políticas que les han llevado a la ruina, al paro, a la precariedad laboral, a la quiebra… mientras aquellos corrían a salvar a bancos y monopolios.«Desde 2007 un tsunami de descontento social sacude todo Occidente como consecuencia de las medidas adoptadas por las élites políticas y económicas»

Puesto que ya es obvio que el «populismo» crece amparado en este ambiente de descontento social, cabía esperar en buena lógica que los sesudos representantes de esas élites, reunidos en una sesión especial, adoptarían todo un conjunto de medidas destinadas a recuperar la confianza de los «descontentos» y ofrecerles algo con que paliar su actual situación. Pero tras largas horas de deliberación, con el objetivo de desarrollar «la agenda social de la UE», los representantes de los 27 países ofrecían como «barrera contra el populismo»… un alargamiento de los permisos de paternidad.

No es extraño que esa decisión haya sido comparada por algunos con las palabras de María Antonieta.

La decisión de la UE rezuma la misma insensibilidad, la misma ceguera y la misma creencia en que son impunes e intocables. ¿Que el pueblo pide pan? ¡Pues dadle pasteles!

Pensar que un alargamiento del permiso de paternidad puede paliar el descontento de los millones y millones de personas que han perdido su trabajo, su casa, sus ahorros, sus empresas…, de millones de trabajadores a los que se les ha recortado la sanidad o la educación de sus hijos …, de los millones de jóvenes que sufren una precariedad laboral intolerable…, de los millones de pensionistas a los que se les han recortado las pensiones… porque había que dedicar el dinero a salvar a los bancos…, es realmente algo que solo puede parangonarse con la frase de María Antonieta.

Si eso es «todo» lo que se les ocurre ofrecer en un momento en que está en grave riesgo la propia supervivencia del euro y de la UE, si ese es el dique con el que piensan frenar el auge de los «populistas», si piensan que realmente así van a ganarse a unos pueblos crecientemente desafectos… es que su ceguera ha alcanzado, en verdad, un grado alarmante.

Es más, decisiones como estas no pueden tener sino consecuencias contraproducentes. Porque si realmente esto es «todo» lo que las élites europeas tienen que ofrecer al pueblo, lo lógico es que el pueblo aumente su desafección, lo considere una verdadera «tomadura de pelo» y se aleje todavía más de su proyecto… ¡Si esto es lo que el sistema les ofrece… el sistema se puede ir a tomar por culo!

En 1945, tras la devastación de Europa en la Segunda Guerra Mundial, y ante la amenaza real que representaban la URSS y el comunismo, las burguesías monopolistas europeas se vieron obligadas a adoptar una política socialdemócrata, que implicaba determinadas «concesiones» a las clases populares. En aras de evitar un peligro mayor (la revolución), las «élites» se avenían a dedicar una parte de la plusvalía a gastos sociales en educación, sanidad, pensiones, etc. Pero desde la caída del muro de Berlín, la burguesía vuelve a pensar en términos «manchesterianos»: si no tiene ningún adversario al que temer, si no hay ninguna alternativa a su sistema, ¿por qué tiene que renunciar a una parte de la plusvalía? Y de hecho lo que se viene produciendo desde 1989 es una creciente concentración de la riqueza mundial en menos manos y un aumento correlativo de la desigualdad en el interior de las sociedades occidentales. Cada vez menos tienen más, y cada vez más tienen menos.

Hace unos días le preguntaron a Warren Buffet, probablemente el hombre más rico del mundo, y en todo caso uno de los diez más ricos, si «creía en la existencia de la lucha de clases». Contestó: «Sí, claro. La hemos ganado». La respuesta contiene implícita la sensación de poder absoluto, absoluta impunidad y la creencia, por supuesto, de que esa victoria no tiene vuelta atrás.

Algo similar les ocurre a las élites europeas. A pesar de que todo su proyecto podría venirse abajo con relativa facilidad, a pesar de que hay signos alarmantes de que eso realmente podría producirse, a pesar de que ya tienen encima de la mesa hechos más que preocupantes (como la marcha imprevista de Gran Bretaña, como un presidente de EEUU que invita a los países de la UE a salirse…), se muestran de todo punto incapaces de encontrar y adoptar soluciones reales.

Porque ¿es realmente una decisión inteligente poner como freno al «populismo» en Francia a un candidato como Macron, que viene de la banca Rothschlid? ¿No es cómo intentar curar una herida con una cuchilla de afeitar?

¿O es efectivo que de la reunión de los 27 para «fomentar la política social de la UE» saliera lo que salió?

«Dar palos de ciego», dice una expresión castiza, que viene muy bien para el caso.

La sensación de impunidad, de que no tienen realmente un enemigo que los amenace, de que son invulnerables, de que tienen la razón y los demás están en el error… está llevando a las élites europeas a una ceguera que aumenta sin control día a día.

Todavía no ha salido a la luz ni un solo líder europeo que demuestre un mínimo nivel de conciencia de que si algo ha alimentado en estos últimos años el crecimiento de los llamados «populismos» ha sido la política económica impulsada desde Bruselas por las burguesías monopolistas europeas, con Alemania a la cabeza y los demás dando cabotadas de asentimiento. En consecuencia, nadie ha sido capaz hasta ahora de plantear que la mejor (y quizá la única) forma de frenar realmente esa deriva es llevar a cabo un cambio radical de la política económica en la UE. Algo tan simple y obvio no entra ni en su cabeza ni en sus planes.

Así, las posibilidades de que el proyecto de estas élites acabe teniendo un fin simbólicamente similar al de María Antonieta es cada vez mayor.

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