Estaban en juego unos fondos de ni más ni menos que 750.000 millones, vitales para el futuro de un proyecto europeo que en los últimos años ha atravesado peligrosas turbulencias: gobiernos díscolos, partidos eurófobos, el Brexit y la degradación de Trump, y ahora el tándem pandemia-crisis económica. El veto de Hungría y Polonia ponía en riesgo intereses vitales de las burguesías monopolistas del continente, en especial de Alemania y Francia. Y por eso ha habido una intensa presión que ha acabado torciendo el brazo de Varsovia y Budapest.
Finalmente, Hungría y Polonia han retirado este jueves el veto a los presupuestos europeos y al fondo de recuperación. El motivo de la discordia era que el reglamento para conceder las ayudas contenía unas cláusulas de condicionalidad, ligadas al respeto al Estado de derecho, en clara referencia a la deriva antidemocrática -ataques a los derechos de las mujeres o de los LGTBI, entre otras cosas- de los gobiernos ultraconservadores del primer ministro húngaro, Viktor Orbán, y del presidente polaco Mateusz Morawiecki.
Alemania ha ido tejiendo durante semanas un acuerdo a varias bandas para obligar a Hungría y Polonia a cejar en su veto. Varios elementos han ido forzando su resistencia. Uno de ellos ha sido el escándalo homosexual del máximo negociador de Orbán, el eurodiputado József Szájer. Pero sobre todo ha sido después de que Bruselas asegurase de que que disponía de alternativas legales para establecer el fondo de recuperación dejando fuera a Hungría y Polonia -algo que hubiera privado a los dos países de decenas de miles de millones de euros en ayudas- cuando Budapest y Varsovia se han avenido a las «razones» de Berlín.
Una vez neutralizada esta resistencia, las principales potencias europeas también han colado en el acuerdo de los fondos el nuevo objetivo de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero para 2030, que pasará del 40% al 55% en relación con el nivel de 1990. Sorteando los forcejeos de Polonia, cuyo modelo energético se basa en el carbón.
Detrás de este acuerdo en materia climática no hay una voluntad ecologista, sino monopolista y estratégica. Tras la «revolución industrial verde» que impulsan Alemania o Francia están los intereses de sus burguesías monopolistas, que quieren liderar unas nuevas tecnologías menos contaminantes como forma de competir en el mercado global.
Hasta ahora, debido a la hostilidad de la línea Trump al problema climático, la UE (y por tanto Alemania o Francia) eran los líderes de este «New Green Deal», pero recientemente se han sumado con fuerza creciente China, Japón, Corea, Reino Unido y a partir de enero, con la llegada de Joe Biden a la Casa Blanca, también lo hará EEUU.
Tanto en el desbloqueo de los fondos de recuperación como en la cuestión climática no hay nada de humanitarismo, ni de lucha por los derechos y libertades contra el autoritarismo, ni de ecologismo, como nos quiere vender el papanatismo europeísta. Están, pura y duramente, los intereses de las burguesías monopolistas más poderosas del continente.