¿Por qué tenemos que llamar "rescate" a lo que es intervención y saqueo?

La batalla de las palabras

Un violador infectado del SIDA acosa violentamente a una mujer. Y sin embargo alguien quiere que pensemos que se trata de un «prí­ncipe azul» que intenta «rescatar a una doncella indefensa». ¿Qué esta monstruosidad jamás puede llegar a suceder? ¿Entonces qué pasa cuando se llama «rescate» a la intervención y al saqueo del FMI y Bruselas sobre España? Quieren volvernos locos para poder explotarnos a conciencia. Que cuando vemos blanco, digamos negro. Que a los ladrones los llamemos «rescatadores». No es un mero juego lingüí­stico sin consecuencias. Las palabras son poder. La forma en que designamos cada cosa condiciona nuestra percepción de la realidad. Si al atraco lo llamamos «rescate», aunque nos rebelemos ante las consecuencias del robo, nuestra conciencia estará a merced de los ladrones.

¿Washington “nos rescata”… o nos quiere degradar al nivel de Uganda?Algunos medios, enarbolando la bandera del progresismo, se escandalizan ante la negativa de Rajoy a pronunciar la palabra “rescate”. Le recriminan que intente edulcorar la realidad hablando tan sólo de “apoyo financiero” o de “préstamo en condiciones favorables”.

Le exigen que diga la verdad. ¿Y cuál es la verdad para estos supuestos voceros del progresismo? Que el FMI y Merkel han “rescatado” a España. «Difunden la confusión entre «rescate» y «saqueo» para hacernos tragar con su dominio»

¿Qué los mismos que nos imponen recortar las pensiones, incrementar los impuestos, reducir los salarios o dar un salvaje tijeretazo a la sanidad y la educación… son nuestros “rescatadores”?

Un momento. O hay “rescate”, o hay “saqueo”. Lo que es imposible es que sucedan las dos cosas al mismo tiempo.

¿Qué quieren que en lugar de una violación digamos que presenciamos “un intercambio sexual consentido y placentero”? ¡No nos lo tragamos!

Hace unas semanas, un conocido periodista afirmaba que “las injerencias extranjeras en la política española ya pasan de castañísimo oscuro”. El intento de que llamemos “rescate” al saqueo absoluto supera todos los calificativos.

¿Quieren saber cuál es la verdad? Nos la dirá Rajoy. Pero no en una rueda de prensa pública, donde es necesario retorcer la realidad, sino en una de las conversaciones privadas donde, en la libertad de quien se sabe fuera de los micrófonos, puede expresarse con sinceridad.

Según ha desvelado uno de los periódicos españoles de mayor tirada, Rajoy envió un SMS a De Guindos, cuando el ministro asistía a la videoconferencia del Eurogrupo donde se decidía el futuro de España.Ante la obstinación alemana y norteamericana por imponer una intervención total sobre España, Rajoy tecleó en su móvil el siguiente mensaje, dirigido al ministro: “Aguanta. Somos la cuarta potencia europea. España no es Uganda”.

¿En qué quieren convertirnos Washington y Berlín? En un país degradado al nivel de Uganda. No lo decimos nosotros. Lo dice Rajoy.

En su protectorado africano, la metrópoli francesa debía negociar más cosas y otorgar más concesiones a las élites marroquíes que lo que hacen Washington y Berlín actualmente en Grecia o Portugal.

Por debajo de la categoría de protectorado colonial. Ahí es donde EEUU y Alemania quieren ver a España. Para, descuartizados y derrotados, poder apoderarse de nuestros despojos.

¿España como Uganda? La esperanza de vida en Uganda es de 54 años. 28 años menos que en España. Saqueo medido en años de vida.

¿Esto es un “rescate”?

Las palabras son poder¿Cómo se explica el disloque de llamar a una cosa con su contrario? Nos lo explica Alicia, desde el otro lado del espejo.

«Cuando yo uso una palabra- dijo Humpty Dumpty en tono desdeñoso- significa lo que yo quiero que signifique. Ni más ni menos.»

«La cuestión es- dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas.»

«La cuestión es- dijo Jumpty Dumpty- quien manda. Eso es todo.»

Quien manda. Qué clase tiene el poder. Aquí está todo. Ellos son los que deciden si el saqueo debe denominarse “rescate”.

Lewis Carrol intuyó sagazmente que el control sobre las palabras era poder sobre las conciencias.

Un siglo después, el proletariado revolucionario esclareció en términos de clases y lucha de clases el valor del control de las palabras.

En el documento donde el Partido Comunista de China lanza la Revolución Cultural, se señala que “En la X Sesión Plenaria del Comité Central, el camarada Mao Tse-tung dijo: «Para derrocar el Poder político, es siempre necesario ante todo crear la opinión pública y trabajar en el terreno ideológico. Así proceden las clases revolucionarias, y así también lo hacen las clases contrarrevolucionarias». La práctica ha demostrado como totalmente correcta esta tesis del camarada Mao Tse-tung. Aunque derrocada, la burguesía todavía trata de valerse de las viejas ideas, cultura, hábitos y costumbres de las clases explotadoras para corromper a las masas y conquistar la mente del pueblo en su esfuerzo por restaurar su poder”.

Detrás de las palabras hay una feroz batalla de clase. Para imponer a la sociedad española su salvaje proyecto de saqueo, el hegemonismo norteamericano y su virrey alemán necesitan crear un clima de opinión. Difundir las ideas que, cuanto mínimo, nos obliguen a resignarnos y aceptar sus dictados.

No, no y mil veces no. No vamos a tragar con sus millones de sapos. No vamos a llamar “rescate” al saqueo que va a arrebatar años de vida a nuestros mayores, educación a nuestros hijos, salud a nuestras familias…

Nos rebelamos. Tenemos nuestro propio diccionario. Que no es el suyo. Y lo que ellos hacen se llama saqueo e intervención. Nunca “rescate”.

Tenemos que dar la batalla por las palabras. Es una batalla política decisiva. Mide el control sobre las conciencias. Y la vamos a ganar. Nos jugamos nuestro futuro.

One thought on “La batalla de las palabras”

  • Yo pensaba que iba a haber algo de explicación sobre los mecanismos del saqueo. Yo todaví­a no sé, y por lo tanto no sé decirle a la gente, en qué exactamente es un saqueo este «rescate». Sé que lo es, evidentemente, pero no entiendo el cómo. No basta con repetir hasta la saciedad la cosa, hay que explicarla.

    Además, chocan a la vista las faltas: todos los «¿Que…» con los que empiezan algunas frases del artí­culo no son interrogativos (a pesar del signo) y por lo tanto no llevan acento.

Deja una respuesta