Erdogan gana las elecciones en Turquí­a

La astucia del sultán

Las audaces maniobras de este nuevo sultán hacen que Turquí­a sea un jugador cada vez más activo, decisivo e impredecible. La última de ellas ha sido repetir, en tan sólo cinco meses, elecciones generales. En las de junio, el partido islamista moderado de Erdogan, el AKP ganó pero no consiguió la mayorí­a absoluta. La ruptura del proceso de paz con los kurdos y las acciones terroristas del Estado Islámico en suelo turco han conseguido el objetivo del presidente: ganar de nuevo la mayorí­a absoluta.

Desde que llegó al poder, Erdogan ha llevado a Turquía por un camino que busca ganar autonomía respecto a la órbita de Washington, en un país geoestratégicamente clave, a medio camino entre Europa y Oriente Medio, que tiene la llave del Mar Negro y del acceso de Rusia al Mediterráneo. Las denuncias a Israel o los acercamientos a Irán mostraron una firme voluntad por llevar una política autónoma de los designios norteamericanos. Todavia hoy, para inquietud de la casa Blanca, Ankara mantiene excelentes relaciones económicas con Rusia, en unos momentos en los que el Kremlin está desplegando su músculo militar en Siria.

Durante los primeros años de mandato el gobierno de la AKP sufrió no pocos tramas desestabilizadoras, como la de la red Ergenekon, detrás de la cual se vislumbraban las cloacas de un ejército y unos servicios secretos turcos, intervenidos durante décadas por Washington. Pero el fracaso de la ‘primavera árabe’ auspiciada por la CIA contra Bashar Al-Assad, y el desencadenamiento de la guerra civil en Siria hicieron que Erdogan -siempre enfrentado a Al-Assad- se alineara con EEUU y prestara sus bases para ataques aéreos contra el régimen sirio o posiciones del Estado Islámico (EI) en el norte de Irak.

En medio del panorama endiabladamente enrevesado de Oriente Medio, con un Estado Islámico que oscila entre entre peligro en avance y amenaza contenida, y con un nuevo jugador -Rusia- dándole un balón de oxígeno a Damasco, Turquía juega un importantísimo papel de base de operaciones de la OTAN en una región cada vez menos controlable por EEUU. El gobierno de Erdogan no será el más deseable para Washington, pero ahora no le es posible cambiarlo por otro mejor sin desestabilizar aún más la región.

«Los resultados dan una gran capacidad de maniobra a Erdogan, a quien los analistas norteamericanos consideran un líder difícil de predecir.»

Además, hay otro actor crecientemente importante en este rompecabezas, indeseable tanto para EEUU como para la clase dominante turca: el pueblo kurdo -una minoria nacional, salvajemente oprimida, que supone el 18% de la población turca- y su brazo armado, el PKK, que combaten con las armas en la mano al EI y han logrado contener su avance.

En las elecciones de junio, la izquierda antihegemonista y prokurda del Partido Democrá- tico de los Pueblos (HDP) logró colarse en el parlamento con un 12% de los votos. El AKP de Erdogan ganó las elecciones, pero por primera vez en 13 años, sin mayoría absoluta. Los intentos de formar gobierno con los socialdemócratas del CHP o la derecha nacionalista del MHP terminaron en fracaso. La inestabilidad política, la guerra en Siria y los atentados terroristas colocaban la lira turca en mínimos históricos frente al dólar y al euro. Ni Washington ni la oligarquía otomana podían permitirse una peligrosa incertidumbre.

Erdogan decidió jugársela al doble o nada con unas nuevas elecciones generales para noviembre. Todo parecía indicar que se repetiría el resultado de junio, pero el miedo se adueño de la campaña. El débil proceso de paz entre el estado turco y el PKK se rompió, debido a los bombardeos del ejército otomano a las posiciones kurdas en lucha contra el EI, y a los asesinatos kurdos de policías turcos en represalia. El brutal atentado con 97 muertos en Ankara contra una manifestación del HDP, aunque atribuido a los fanáticos del EI, tiene todas las trazas de haber sido amparado, orquestado o consentido por oscuros intereses de Estado. En un clima de fuerte polarización social, donde el gobierno del AKP detiene periodistas y cierra periódicos críticos con el gobierno, se han sucedido con total impunidad hasta 150 ataques de camisas pardas contra miltantes y sedes de un HDP bajo amenaza de ilegalización.

El discurso antikurdo y las promesas de estabilidad y contención de la guerra en el sur han logrado que el AKP obtenga el 50% de los votos y reconquiste la mayoría absoluta, robando buena parte de votos del derechista MHP. El Partido Republicano del Pueblo (CHP) ha sido incapaz de aprovechar una coyuntura propicia de corrupción, polarización y la sospecha de la sombra de Erdogan en el mayor atentado en la historia de la República. Los izquierdistas del HDP han retrocedido, obteniendo apenas el 10% necesario para acceder al parlamento. Ahora Erdogan busca utilizar el resultado para una reforma constitucional que refuerce sus atribuciones presidenciales, aunque deberá convocar un referéndum, ya que no dispone de los dos tercios del parlamento necesarios.

Los analistas norteamericanos consideran a Erdogan un líder difícil de predecir. Este nuevo sultán del siglo XXI ha demostrado tener una notable capacidad de maniobra en el infernal panorama de arenas movedizas de Oriente Medio.

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