INTERNACIONAL: Crónica de la población de Gaza

La angustia de Yasmina

Nadie, absolutamente nadie, está a salvo en Gaza. En el trozo de tierra más poblado del mundo -donde sobreviven a cada minuto un millón y medio de almas- nadie vive demasiado lejos de una diana israelí­ -de algo susceptible de ser considerado un objetivo militar: un edificio gubernamental, una mezquita, una escuela, un mercado…-

Las familias recogidas en sus casas intentan no salir a la calle, convertida ahora en una lotería de muerte y metralla. Pero de ronto aparece una columna de ancianos y mujeres con niños en brazos –caminando apresurados con algunas bolsas en la mano. Sus ojos asustados parecen buscar ansiosamente un sitio donde guarecerse. -“¡Yasmina! ¡¿Qué haces ahí?!”-, le grita una vecina desde una ventana -“¡¡Sube a mi casa, rápido!!”-. Hace apenas un rato Yasmina ha recibido una llamada telefónica: -“Aquí el ejército. Tienen quince minutos. Vamos a bombardear”-. Cuelga. Coge a sus cinco pequeños, a su anciano padre y algo de abrigo, y salen corriendo, avisando a gritos a los vecinos. Van apenas con lo puesto, piensan que a pesar de todo, van a regresar .Igual que lo creían el millón y medio de palestinos que en 1948 huyeron de la invasión de Cisjordania, para después vivir miserables el resto de su vida en un campo de refugiados. La población -que se hiela abrazada tras los cristales rotos en las gélidas noches del invierno palestino-, vive insomne y aterrorizada de noche y alerta y desquiciada de día. "Lo peor es la incertidumbre. Nadie en Gaza tiene la certeza de que está fuera de peligro. Todos estamos en el radio de los objetivos israelíes. La vida de los ciudadanos corrientes está destrozada. Las mujeres que van a dar a luz temen no encontrar sitio en los hospitales”, dice Jaber Wishah. "Esto es terrible. Vivo en [el campo de refugiados de] Yabalia. Aquí, encerrados, esperamos la llegada de los tanques. Los niños tienen mucho miedo; todos tenemos miedo. Mis cinco hijos están pegados a mí todo el tiempo. Cuando oyen volar los F-16 empiezan a gritar”, cuenta Taysir Piab, psiquiatra de profesión. El miedo y el horror galopa por las venas de cada habitante de la franja.En los hospitales, el héroe anónimo en que se ha convertido hoy cada cirujano tiene que enfrentarse cada cuarto de hora a la decisión más difícil de su vida –si el herido que llega en ambulancia, en mula, en camilla o en brazos va a poder salvarse o hay que ir a por otro-. Lleva nueve días enfrentándose frenéticamente a la muerte en cualquier rincón; hay que operar en el suelo, bajo una escalera, sin guantes, sin gasas, sin material esterilizado, como sea, cuando sea. Detrás de las ojeras, un hombre aterrorizado se resiste a abandonarse al horror y la desesperación. Su vida, como la de todos los héroes, también corre peligro. "Los conductores de ambulancias también tienen miedo. Hace cinco días murió un conductor cuando su vehículo fue alcanzado por una bomba. El médico que lo acompañaba fue herido, ingresó en la UCI y murió dos días después", dice el cirujano Ihab al-Hindi. Se acaban los antibióticos, la anestesia, y en el hospital de Shifa hace varias horas que todos contienen la respiración mirando al generador. Se han agotado las reservas de combustible.Cae la noche, y el frío y el miedo se acurrucan en el corazón de Yasmina, mientras se abraza encima de una alfombra con lo que queda de su familia.

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