En su célebre (y desolado) discurso de la FIL de Guadalajara, que lleva por título “El futuro”, Vila-Matas señala: “Pensaba que en este siglo se cedería el paso a un tipo de novela ya felizmente instalado en la frontera: una novela en que sin problemas se mezclarían lo autobiográfico con el ensayo, con el libro de viajes, con el diario, con la ficción pura, con la realidad traída al texto como tal. Pensaba que iríamos hacia una literatura acorde con el espíritu del tiempo, una literatura mixta, donde los límites se confundirían y la realidad podría bailar en la frontera con la ficción, y el ritmo borraría esa frontera”.
“La anguila” (Anagrama, marzo de 2021) de la escritora, pintora y artista visual Paula Bonet (Villarreal, 1980) merece tal vez como ninguna otra la calificación de “novela del futuro”, o más modestamente, de “novela enteramente vilamatiana”, porque lo que en ella nos encontramos es una dosificación equilibrada y rigurosa de todos esos ingredientes que Vila-Matas señalaba en aquel premonitorio discurso como bases para una literatura de nuestro tiempo, para una literatura que dejara definitivamente atrás patrones ya agotados y fórmulas repetidas hasta la saciedad, y no tuviera miedo de adentrarse en el futuro.
La anguila, animal sinuoso y resbaladizo, que cambia de estado, funciona como símbolo
En la novela de Bonet encontramos, en efecto, elementos de una autobiografía (que funcionan casi como una bildungsroman a la inversa, una novela “de formación” pero sin la idealización de ese formato tradicional, convirtiendo esa formación en una “deformación”); esos elementos autobiográficos se mezclan constantemente con reflexiones sobre la pintura y el arte, al hilo de lo que la autora va aprendiendo y llevando a cabo (hoy es un artista visual con exposiciones en Barcelona, Madrid, Oporto, París, Londres, Bruselas, Berlín…); incluye, asimismo, su crucial y decisivo viaje a Chile, donde la autora va a tomar distancia tanto respecto a la situación tóxica en la que vive enredada con su profesor de dibujo como en lo que supone el encuentro con nuevas formas artísticas que generarán impulsos creadores novedosos; y no falta tampoco una parte llamémosle más documental, no bajo la forma del diario, sino reproduciendo de forma pautada y oportuna las viejas cartas de amor entre su abuelo Alfonso y su abuela Juanita, que juegan un papel crucial a la hora de ofrecernos un contraste de tiempos y formas entre el pasado y el presente, mostrando el abismo que se ha abierto.
La anguila, animal sinuoso y resbaladizo, que cambia de estado, funciona como símbolo, como metáfora de una realidad que muestra descarnada las mutaciones del tiempo, la fragilidad de la vida, la difícil situación de las mujeres en un mundo de hombres, que no dudan en ejercitar su poder (en todas sus formas, la violencia no es la única), para conseguir sus propósitos de dominación y la gratificación de un placer obtenido por la vía del abuso de poder.
La anguila, que la propia autora ha definido como “una carta de amor a las mujeres”, narra un proceso de toma de conciencia y de autoafirmación, tras una travesía llena de dificultades, tras una navegación entre escollos, llena de mentiras, de engaños y abusos, pero también poblada por realidades que arrojan luz potente a una vida, que muestran caminos de escape y ruptura, en una búsqueda que encierra en un solo bucle la verdad de la vida y del arte.
El cuerpo es la guía de una novela en la que no se obvia nada y se mira de frente a las cosas, se habla del deseo, del amor y su reverso, del sexo, del aborto, de la violación, de la muerte… y de cómo a veces la conciencia no es inmediata, cómo podemos vivir una realidad velada, una niebla tan intensa que impide reconocer las cosas como son, y que solo el tiempo disipa; pero no el simple paso de las horas, sino ese tiempo que se consume en lecturas, creación, experiencia, arte… Ese tiempo que nos hace crecer… hacia fuera y hacia dentro, que no solo identifica el camino del porvenir, sino que también ayuda a esclarecer el pasado.
El cuerpo es la guía de una novela en la que no se obvia nada y se mira de frente a las cosas
Lo que Paula Bonet cuenta en La anguila, podría despectivamente intentar despacharse como “un ajuste cuentas”: ajustar cuentas con el profesor de dibujo de 40 años que la engatusó con 20 cuando era estudiante de Bellas Artes, o con el poeta Premio Nacional que la violó borracha una noche. Pero si se tratara solo de eso, quizá hubiera sido más “útil” ir a una comisaría, aunque los delitos hayan caducado, y otros ni siquiera sean exactamente “delitos”. Pero si en vez de ello, Paula Bonet ha compartido su experiencia en el poderoso espacio de la ficción, llevando las cosas a otro nivel, ha ganado una dimensión más amplia y más profunda. Porque lo más trascendente e incisivo no es la denuncia, sino la conciencia. Una conciencia liberadora, que puede ser compartida por millones.
Bonet ha elegido, certeramente, la vía de construir un poderoso y complejo relato. Según Vila-Matas: “Nos convienen ideas y una energía que sean diferentes. Y la renovadora obra de Paula Bonet, al desmarcarse de lo que venimos oyendo toda la vida, nos transporta a un arte ingenioso, complejo, sabio, que hace avanzar permanentemente nuestros límites”.