Puigdemont se divorcia del PDeCAT

Junts però separats

Esta fragmentación del campo independentista es fruto del retroceso objetivo y continuado de un procesismo que es una ruidosa minoría en Catalunya

Ante unas eventuales elecciones autonómicas en el próximo otoño en Cataluña, el campo independentista concurriría más fragmentado que nunca. Numerosos cargos públicos del PDeCat, heredero de Convergencia, están dándose de baja en el partido para unirse a las filas de Junts per Catalunya, un partido nacido el 25 de julio, hecho a medida de Puigdemont. 

Vayamos a la hemeroteca y miremos una foto de las elecciones catalanas del 2015. A falta solo de la CUP, la candidatura de Junts pel Sí había conseguido unificar a la mayor parte del independentismo -a CIU, a ERC y a otros partidos- con el objetivo de la declaración de la independencia de Catalunya. Consiguieron 62 diputados, que junto a los 10 de los cupaires sumaron 72 escaños, mayoría absoluta en el Parlament.

Mirando ahora los titulares, se anuncia que se van a presentar vomo mínimo cuatro opciones independentistas, quizá cinco o seis. Está ERC, al que las encuestas de este verano dan como la eventual fuerza más votada. Están las CUP. Y ahora vienen los fragmentos de Convergencia.

En un nueva huida hacia adelante, los sectores más ultramontanos del procesismo encabezados por Puigdemont han decidido formar un nuevo partido, que sin embargo recurrirá a la denominación Junts per Catalunya, la plataforma creada en las elecciones catalanas de 2017 por los neoconvergentes, tratando de reeditar la fórmula Junts pel Sí de 2015, que consiguió concitar a CDC con ERC, aunque los republicanos se abstuvieron de entrar en JxCat.

Si Junts per Catalunya -es decir, Convergencia y algunos más- ya era menos “Junts” que Junts pel Sí, en este caso la cosa es aún más estrambótica, porque para apropiarse de estas siglas Puigdemont ha roto su carnet del Pdecat y ha ahondado en el cisma de la antiguamente hegemónica Convergencia, con litigio en los tribunales incluido para ver quién se queda con el disputado nombre.

Le acompañan un grupo de concejales del área metropolitana de Barcelona y cinco senadores, así como Elsa Artadi -hace un par de años la figura emergente del PdeCat-, varios exconsellers encarcelados por el juicio del procés -Jordi Turull, Josep Rull, Joaquim Forn- y también Jordi Sánchez, expresidente de la ANC. 

Pero hay más en esta sopa de letras. Otra opción es el Partido Nacionalista de Catalunya (PNC), un nuevo partido encabezado por Marta Pascal que ha concentrado su posicionamiento declarando que “el referente de Puigdemont es Otegui, y el nuestro Urkullu”. Una rama de la burguesía burocrática catalana que llama a aceptar la realidad: el procés ya no es posible, y es mejor retomar la vía de reclamar el máximo poder (y presupuesto) autonómico posible.

No está claro si habrá una sexta opción independentista en las próximas elecciones. Se trata de la promovida por los impulsores del «Manifiesto para una candidatura que haga efectiva la independencia de Cataluña» que afirman que, a día de hoy, «los órganos políticos y administrativos de Catalunya no tienen ningún tipo de poder ni capacidad de decisión, y sirven, por encima de cualquier otra cosa, únicamente para la legitimación del régimen imperialista español”.

Esta fragmentación del campo independentista no es fruto de los egos ni de las ambiciones personales de nadie, sino del retroceso objetivo y continuado de un procesismo que -pese a las toneladas de propaganda que lanzan para dar la visión contraria- es una ruidosa minoría en Catalunya. Ya lo eran cuando en el referéndum del 1-O (su cota máxima de movilización y encuadramiento social) sólo participó el 41% del censo catalán y sólo un 38% votó Sí a la Independencia. 

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