José Antonio Lobato: De crisantemos en crisantemos

De chrysanthèmes en chrysanthèmes
Nos amitiés sont en partance

(Jacques Brel, J’arrive)

Escribir el panegírico de un compañero y amigo no es labor fácil. Se puede caer en lo tópico, cuando no en la acrimonia e, incluso, en la cursilería. A lo largo de nuestra existencia nos vemos obligados a decir tantas veces “mi más sentido pésame”, “reciba mis condolencias”, “siempre se van los mejores” y fórmulas así, que estas han perdido todo sentido. Son, como digo, tópicos, frases manidas con las que nos despachamos para salir del paso. Nada más lejos, pues, para un homenaje de un camarada recién caido.

     Conocí a José Antonio Lobato en el Ateneo de Madrid. Ambos éramos candidatos al Senado –él por Asturias y yo por Vizcaya- por Recortes Cero y los estrategas de la organización tuvieron la brillante idea de reunir a todos los cabezas de lista al Senado de toda España de Recortes Cero en el Ateneo de Madrid (¡ahí es nada!) para que diéramos un mitin colectivo. Inmediatamente reconocimos de qué pie cojeábamos ambos pues me presenté en mi forma habitual cada vez que salgo de mi tierra: como un bárbaro del norte. Lo mismo que él cuyo único accidente –creo que la frase la dijo José Antonio- es Santander, que nos separa a asturianos y vascos. Lucubramos sobre si en la sala donde dábamos el mitin en el histórico Ateneo en tiempos dictaran conferencias Azaña o Unamuno pero a asunto tan baladí no le dimos mayor importancia. Era el comienzo de una gran amistad entre dos miembros de tribus hermanas.

            En las elecciones siguientes ambos repetimos candidatura y los responsables políticos de la campaña –Recortes Cero no se caracteriza por hacer campañas electorales convencionales- le dieron otra vuelta a la tuerca y los candidatos debíamos dar mítines fuera de nuestra circunscripción invitados por esta o aquella. A instancias de José Antonio Lobato fui invitado a Oviedo y jamás mi mujer y yo hemos recibido tanto cariño individual y colectivo. Los asturianos son así, no digo ninguna novedad. Tras los actos políticos nuestras respectivas esposas se patearon los escenarios de La Regenta –mi mujer es loca por el novelón en cuestión y se le hicieron los dedos huéspedes con su nueva amiga y guía- y José Antonio y yo, a instancia mía, fuimos a la casa solariega del conde de Toreno, mi ídolo y autor de Historia del Levantamiento y Revolución en España, única obra de mi confianza sobre la Guerra de la Independencia. Nos hicimos las obligatorias fotografías de recuerdo que José Antonio, me consta, guardaba con todo cariño.

            En correspondencia yo le invité a él al país vasco, a Vitoria, concretamente, y le propuse que a modo de presentación del mitin ambos leyéramos a dos voces dos poemas de León Felipe: “Romero sólo” (“Que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros”, etc.) y “Qué lástima” (“Qué lástima que yo no tenga una patria ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla”, etc.) Su magnífica declamación y voz maravilló al público asistente. Se lo metió en el bolsillo como quien masca pan. Ni él ni yo somos partidarios de consignas ni de que nos dicten órdenes, y, como ya he dejado dicho, recibimos el aplauso de Recortes Cero por no dar la matraca con discursetes convencionales y por buscar fórmulas novedosas para hacer llegar el mensaje político.

            A la noche –la delegación asturiana se alojó en mi hogar, en Vizcaya-, y, tras la cena, José Antonio insistió en invitarme a unos tragos en el bar de la esquina, que diría Joaquín Sabina. Allí, entre gin tonic y gin tonic, me dio cuenta de sus proyectos. A cada cual más maravilloso y ninguneado por las “autoridades culturales” de turno.

            Nuestra relación, a partir de aquel momento, fue epistolar salvo en una ocasión en que vino con su grupo teatral a representar su último montaje en una sala de vanguardia en Bilbao. David Barbero –el único crítico serio y leído que hay en mi tierra- lo definió magistralmente: los actores de la periferia. José Antonio se sintió halagado y me siguió insistiendo en que mi mujer y yo les fuéramos a visitar a un rincón en el que él y los suyos se refugian en lo más recoleto de las montañas asturianas. Pero como le pasó a Alberti con García Lorca yo nunca he ido –o vuelto- a Granada.

            Cayó malo y cuando los compañeros de Recortes Cero de Asturias me comunicaron que había recuperado la voz tras la radioterapia al punto levanté el teléfono. Pille al peazo aquel de asturianazo en la sede de su grupo Margen preparando no sé qué detalles de su próxima obra.

            Hará unas horas que me han comunicado su fallecimiento y tras devanarme el magín para trasmitir mi sentimiento con palabras a su esposa y deudos he llegado a encontrar unas que tomo en préstamo de un belga pues soy grande plagiador y falsario:

            De crisantemos y crisantemos los amigos nos van dejando. De crisantemos y crisantemos los hombres gimen, las mujeres lloran a mares.

2 comentarios sobre “José Antonio Lobato: De crisantemos en crisantemos”

  • Me siento pequeño al poner mis letras al lado de quienes tienen un recorrido político y cultural como el de Jose Antonio y Pablo. Las letras no son lo mío. Sigo los consejos de quién sé que sabe y en ese sentido fui invitado a una noche de teatro en Bilbao con Lobato. He oído hablar de esos gintonic algunas veces y después de conocer a Don Jose Antonio entre bambalinas tuve una idea algo más clara de lo que pudo ser su presencia por estas tierras vascas más allá de Santander.
    Lobato tiene voz y pisa firme, se nota su presencia y carisma. Y digo tiene porque yo pude conocer parte de su obra a través del rastro que va dejando por aquí y por allá, confirmando aquello de que «no son muertos los que en paz descansan en la tumba fria». Tiene y seguirá teniendo. No tuve tiempo a más, lo lamento, así como estar en defecto de gintonic para sobrellevar lo efímero de una vida que se va pareciendo, cada vez más, a aquello de «un vaso que se derrama».

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